Mascaró


Alea jacta est

Crab no se responsabiliza por las opiniones vertidas en este blog, que a veces ni siquiera comparte.

No toda la información aquí publicada ha sido debidamente chequeada. Ley 23444.

La idea de este blog es crear un espacio amable y compartir recuerdos, puntos de vista o apreciaciones con gente amiga o en proceso de serlo. Por tal motivo queda prohibido el acceso de energúmenos, cuyos comments serán eliminados. Crab atenderá y contestará por línea directa (ver Perfil) a todos los que quieran insultarlo, amenazarlo, amedrentarlo, despreciarlo o menoscabarlo. Quienes busquen sus efímeros 15´ de fama aquí, no los encontrarán.

Los contenidos de esta página pueden afectar creencias tradicionalmente aceptadas respecto de cualquier institución, grupo o individuos, tales como el estado, el gobierno, la iglesia, el sindicalismo, las fuerzas armadas, la familia, el capitalismo, el imperialismo, las madres de Plaza de Mayo, la Asociación Argentina de Fútbol, el Ejército de Salvación, la Organización Scoutista Argentina, los homosexuales, los negros, los judíos y los chinos. El acceso a la misma por parte de menores de edad queda librado por lo tanto a la responsabilidad y vigilancia de los señores padres.

viernes, marzo 30, 2007

El amor otra vez

Un amigo (http://cancerdeque.blogspot.com) , a propósito de mi post Quién entiende a las mujeres, y para darme una respuesta fundamentada, se tomó el trabajo de leerse los tres tomos de Historia del amor en Occidente de Irving Singer. Me parece que sus investigaciones y conclusiones son interesantes, aunque están contaminadas por el ámbito de pertenencia. Pero como acá han opinado mucho las mujeres (bienvenidas y benditas sean), oigamos un poco lo que tiene que decir un hombre, ya que no siempre nos lo dejan decir.
Cedo la palabra.
Querido Crab: Para comentarte este post me tuve que leer toda la Historia del amor en Occidente cuyo resumen se cifra en la fórmula económica siguiente: el amor es una atribución gratuita de valor.
Contra esa gratuidad está el consabido apotegma la mujer más cara es la que no cobra. Dentro de Psicología de las masas en el inciso "Enamoramiento e hipnosis", Freud señala la suspensión involuntaria del espíritu crítico. Si te enamorás de una mujer la considerás una santa porque introyectás como ideal del yo a tu objeto de deseo (igual, siguiendo el ejemplo que puse, si sos mujer lo que realmente buscás en el hombre es el hijo -otros dicen similarmente que el hombre desea directamente a la mujer, pero que lo que desea la mujer no es al hombre, sino a su deseo: la mujer desea el deseo del hombre...
Bernard Shaw se oponía a esta concepción de pasividad recordando que aunque se mueva la mosca desesperada en la telaraña y la araña esté quieta, no es la mosca la que decide.
Ortega y Gasset no cree como Stendhal que el amor nazca de la admiración y cristalice una bella y feliz imagen idealizada, cree que es nula la instantánea real y que el amor más que ciego es visionario. Lo resume su dolida frase: El amor es un accidente de la atención.
Voltaire comulga con tu manera de brindarte: Soy yo quien te lo debe todo, porque soy yo quien te ama. Al celebérrimo amar es nunca tener que pedir perdón del Love Story de Erich Segal se contrapone el la eyaculación precoz es siempre tener que pedir perdón.
Leonard Cohen, como Unamuno, juzga al amor la resultante del pensamiento ocioso: ámame porque no pasa nada.
Schopenhauer entiende que el más glance/fancy de los amores a primera vista no es otra cosa que genes pronunciándose a favor de la compatibilidad reproductiva.
Denis de Rougemont es escéptico después de analizar a los cuáqueros, pero no llega a los extremos involuntariamente paródicos del amor cortés en Historia de la estupidez humana de Paul Tabori, ni a la escéptica conclusión de La Rochefocault: si nadie hubiera oído hablar del amor, no habría ni cuatro enamorados sobre la faz de la Tierra.
Los sajones hablan de tres fases o anillos amatorios: engagement-ring, marriage-ring y por último sobreviene el suffering.
Aristóteles define el matrimonio como aquella jaula en la que los que están adentro se quieren ir y los que están afuera quieren entrar.
Nadie considera menos platónco al amor que Platón en el Fedro: dice que tendemos a confundir profusamente una particular sombra o copia de la amorosidad con el amor mismo (pero Ludwig Feuerbach afirma que quien teme la finitud teme a la vida tal como se nos presenta y que sólo podemos amar a una mujer finita... cuanto más finita y culona mejor).
Lacán dice que enamorarse es pedirle un imposible a alguien que no existe. Marina Mariasch atea e izquierdista lo retradujo a creer en el amor es como creer en Dios. El mecanismo de idolatrar una nada que se ajusta a nuestra imaginería y a la que hacemos receptáculo hermoso de nuestras atribuciones de virtud es ciertamente homólogo.
Heidegger, el laddri, miente la etimología de filosofía y dice que no es el amor a la sabiduría, sino la sabiduría para con el amor, pero su genial maestro, Nietzsche, dice que ningún enamorado puede hacer filosofía, porque es un estado de imbecilidad insufrible.
Proust dice que el amor celoso es la ironía de pretender que nos libere del yugo precisamente la exacta persona que nos tiene estaqueados (también Arlt repetía tú que me metiste en esto, tú me sacarás como si Videla fuera el insustituiblemente idóneo solucionador del retardo en la Cámara de Casación).
Oscar Wilde asegura que la experiencia romántica no existe, es tan sólo un remedo pergeñado con el sucedáeo de recuerdos y expectativas.
Alejandro Agresti dice que el amor es una mujer gorda.
La definición más lamentablemente cierta es self-love a deux (porque no tuvo tanta razón ni Nietzsche postulando la voluntad de poder, ni Marx poniendo a nuestra consideración las condiciones materiales exteriores, ni Freud ensayando el instinto de reproducción como fundamental motivación humana como Dale Carnegie y su lema "mímele el ego al Papa y obtendrá el anillo de pescador in no time").

Etiquetas: ,

Las fiestas patrias


Yo era un poco el artista. Así me llamaban en el colegio. Solista del coro y recitador obligado de todas las fiestas escolares.

Y a propósito, se aproximaba el 9 de Julio y todavía el hermano Julio, que organizaba los recitales, no me había llamado. Los días corrían, y con ellos arreciaron las cargadas del resto, que se regocijaban con mi decadencia como poeta. A mí también me entristecía que mi último año pasara sin una de las pocas posibilidades de lucimiento que me ofrecía el colegio (porque en lo que se refiere a notas...). Por fin, el 4 por la mañana, me llama el Hermano aparte y me dice que tiene una poesía para mí, pero que es un poco larga, y que no sabe si me voy a animar.

-¡Por supuesto que me animo! -dije sin siquiera verla.

-Pero es un poco larga... -insistió, y me tendió la hoja mimeografiada.

En realidad era un poco larga, pero ya estaba hecho, y no era el caso de echarse atrás. Veinticuatro estrofas de ocho heptasílabos, que tenían en común el hecho de que todas terminaban en una limosna por Dios. Quien se había consumido en esas llamas de ardiente originalidad era Bartolomé Mitre, que relataba las desventuras de un viejo soldado del Paraguay, que luego de haber pasado por los fragores de diez mil batallas, narradas minuciosamente, por otra parte, se veía obligado a pedir limosna a la salida de la iglesia. Una especie de autobiografía del pobre Mitre, en fin. Con una verborragia pretensiosa que superaba la pobre capacidad de comprensión de mis doce años (y pensándolo bien, quizás también la actual), se sindicaban todas las batallas con nombre y apellido, lo que para mí, pobre memorista, constituía una dificultad adicional. Pero la necesidad de actuar ante auditorios verdaderos era muy intensa, de modo que puse de inmediato manos a la obra. O mente, las manos las ponía mi tía Margarita. La tarea se repartía así: yo memorizaba la poesía, lo que daba por resultado una repetición monótona y mecanizada. Mi tía se encargaba luego de la dramatización, de las subidas y bajadas de tono, de las manos que debían trazar no se qué extraños dibujos, de los brazos que agitaban el aire cual aspas de molino. El plan se trazó conjuntamente así: cuatro tardes dedicadas al aprendizaje de memoria, y la última, a “los ademanes”, como les llamábamos. En realidad ese tiempo no alcanzaba para nada, ambos lo sabíamos. Igual lo intentamos, ya que ahora no era sólo mi honor el que estaba en juego, sino también el de ella. El ocho por la tarde, en el ensayo final, nos convencimos de que la cosa iba a ser un desastre, pero ya estábamos jugados.

A la mañana siguiente, le confesé mis dudas al Hermano Julio, quien me tranquilizó diciendo que se pondría cerca de mí y me soplaría si era necesario. Todo fue bien hasta llegar a la frase en Humaitá y Curupaytí, en la que quedé mudo y duro con el brazo extendido apuntando al cielo (circunstancia registrada para la posteridad en la foto que publicó la revista “El Amigo” y que mi vieja conserva todavía, pinchada con un alfiler en un rincón del viejo ropero) y con el Hermano Julio gritando desesperado, que por supuesto oyó varias veces todo el colegio menos yo. Ésta fue mi última actuación como poeta.

Del coro ya hablaremos.

Etiquetas:

jueves, marzo 29, 2007

Adictos al sexo


Así como hay Alcohólicos Anónimos, Drogadictos Anónimos, etc. existe también Adictos al Sexo Anónimos. Para los interesados, o para los incrédulos, http://saa-recovery.org/espanol. ¡Por dios, jamás imaginé que eso fuera algo que combatir!

Me imagino una de las sesiones:

-Anónimo A: "Yo soy adicto al sexo... etc., etc."

-Anónima B: "Yo soy adicta al sexo..."

¡Ya está!

Etiquetas:

Los enemigos de la Corte


A juzgar por sus enemigos, Grondona y Kirchner, la Suprema Corte parece estar haciendo las cosas bien.

En la foto, Kirchner alardeando. Créanle sólo la mitad.

Etiquetas:

martes, marzo 27, 2007

Tarde de Carnaval


Era el atardecer del sábado de Carnaval. En la isla habíamos quedado Dora, Haroldo, Alfredo (un amigo) y yo. Había sido día de limpieza, en que todos los hombres (y a veces Dora) nos armábamos con los machetes y empezábamos a limpiar todo el pastizal que se iba amontonando a lo largo del verano, para dejar el mayor tramo posible de pasto poco crecido donde poder tirarnos por las tardes a filosofar.
Alfredo había estado contando de sus tiempos de conscripción. ¿Por qué será que todos maldicen y reniegan de la conscripción pero cuando empezás a tirar del hilo comienzan a aflorar recuerdos, anécdotas, y que algunos son recordados con nostalgia y cariño?
Alfredo contaba cómo lustraba las botas del sargento con esmero para que éste lo dejara salir, o le diera unas horas más. Y contaba (primera vez que lo oía) que poniéndoles saliva antes de dar el lustre final con la franela, quedaban más lustrosas. Yo la dejé pasar, no me interesaba tener los zapatos tan lustrados. En cambio Haroldo, no sé si para aprender algo nuevo o para incorporarlo a alguna novela, como era costumbre, le pregunta:
-¿Cómo es eso de la saliva?
Larga y minuciosa explicación de Alfredo.
Era uno de esos perfectos crepúsculos de verano, sin una nube, con apenas una ligera brisa que calmaba un poco el ardor del día ardiente que habíamos pasado.
Previa ligera zambullida en el Gambados, Haroldo propone dar una vuelta en bote. Era la hora y el momento propicios, habíamos estado dándole duro a los machetes todo el día, así que los dos aceptamos.
La lógica era que él fuera en su bote con Dora, y Alfredo y yo en uno de los nuestros. Pero no, Haroldo dispone: "vos andá con Dora, yo voy con Crab". Nos sentamos, como siempre yo al remo, él de timonel, marcando el rumbo. Salimos, Alfredo con Dora nos sigue en su bote.
-¿Dónde vamos? -le pregunto.
-Andá para el Tigre, a ver cómo está el carnaval.
Entendámonos: era una época en que todavía existían los bailes de Carnaval, con disfraces, y que todo club que se respetara organizaba sus bailes.Y al pasar por el Tigre Boat, vimos que ahí la cosa pintaba linda.
Cruzamos el Luján, casi desierto, y nos dirigimos al embarcadero de lanchas. No era lo que es ahora. No había catamaranes siquiera, sino las viejas lanchas de pasajeros que aún siguen vigentes.
En un muelle, dos hermosas chicas, disfrazadas de Colombinas, como esperando que viniera una lancha.
-Arrimá, arrimá -dice Haroldo, con la idea de ser Pierrot.
La verdad que las chicas lo merecían, pero no daba, con Alfredo con Dora a unos metros detrás. Pero yo pensé: "bueno, de última me engancho yo".
Y ahí estábamos. Nosotros dos junto al muelle, levantándonos (o intentándolo) a las chicas, y Alfredo y Dora, detenidos a unos metros con su bote.
Empezamos con la lata de si estaban esperando alguna lancha. La callada por respuesta. Insistimos:
-Miren que ya es tarde y no hay más lanchas...
Ahí, las dos se miraron. Siempre sin contestar. ¿Y si fuera cierto?
-Si quieren, nosotros las cruzamos (por la pinta, eran seguro del Tigre Boat)...
-¿Van al Tigre Boat?
Ahí, viendo que éramos conocedores, comenzaron a darnos charla. De a poco, tímidamente.
Dora, al ver esto, se pone inquieta. Desde unos metros atrás, llama suavemente:
-Haroldo...
Haroldo hace un gesto, que Dora conocía bien, y que iba siempre (no ahora) acompañado de un enérgico "callate", y seguimos dando la lata.
Lo curioso es que las chicas se habían dado cuenta de que había algo que no andaba, de que Haroldo tenía algo que ver con la mujer que estaba en el otro bote, pero no sé si porque les habíamos interesado nosotros, o porque les había interesado enterarse de que no había más lanchas y de que nosotros nos ofrecíamos a llevarlas, la cuestión es que seguían hablándonos.
Dora insistió, con un leve tono de impaciencia.
-Haroldo...
Nuevamente el mismo gesto de "callate".
Seguimos. Yo consciente, como al comienzo de todo, de que la cosa no tenía ningún gollete.
Hasta que finalmente, Alfredo dio dos remadas, arrimó su bote al nuestro, lo miró a Haroldo, y le dijo tan sólo:
-Haroldo... y lo acompañó con un gesto con las manos, como diciendo: "¿qué más querés hacer?, acá realmente no da para nada".
Nos miramos los tres, decidimos que tenía razón, y luego de despedirnos de las chicas con un:
-¿Mañana vuelven?
Con la certeza de que nunca más las veríamos. Dimos vuelta el bote y seguimos viaje.
De vuelta en la isla, Haroldo le reprochó a Alfredo su intervención y su fidelidad para con Dora.
-Podríamos haberla seguido un rato más. Quién sabe...

Etiquetas:

lunes, marzo 26, 2007

La zaga continúa

Zoofilias

Haroldo y el perro de Tito

Al lado de la isla de Haroldo, arroyito por medio que se cruzaba con un precario puente, quedaba el recreo de Tito Bruzzone. En realidad, el tal "recreo" era nada más que un techo de paja tipo quincho, para proteger del terrible sol del verano del Tigre, y cuatro o cinco mesas con otras tantas sillas debajo. Todo muy elemental y rudimentario. Pero es lo que había.
Una heladera, con algún vino barato, cervezas y cocas, todo a precio de oro, como en el mejor recreo.
Haroldo era amigo de Tito no me explico porqué, quizás por los datos sobre las islas que le sacaba, y que después metía en sus novelas, ya que por el precio de lo que consumía seguro que no: Tito, que le hacía grandes demostraciones de afecto, le daba con el fierro, como a todo el mundo.
Tito era un urso, de un físico impresionante. De esos que no son gordos, porque son una mole pareja. Ex remero del Tigre Club, no remero fino como todos los otros. El Tigre Club es el club de los isleros, el más atorrante de los clubes de remo, uno de los pocos (junto con La Marina, que te cruza con una lancha) que queda en la orilla de enfrente del Luján, o sea que no está pensado para tipos que vienen desde la ciudad, sino para los de las islas. Para Haroldo, que gustaba de esos encasillamientos, que Tito fuera del Tigre Club era toda una distinción.
Tito tenía un perro que era como él. Una mezcla de bull-dog con vaya a saber qué, pero había dado como resultado un perro cuya personalidad calzaba perfectamente con la del dueño.
Haroldo, cuando estaba en su isla y no tenía por las tardes nada que hacer, que eran las más de las veces, iba a lo de Tito. Se sentaba ahí en una de las mesas bajo el techo de paja, a pensar en nada, o manteniendo entrecortados diálogos con Tito, mientras éste llevaba cocas a los pocos clientes y les preparaba los sandwiches de mortadela y queso que estos pedían.
Un día me cuenta que una de esas tardes estaba ahí, solo, aburrido, con el perro echado a sus pies. Tito lejos, atendiendo. De pronto ve que los esfinteres del perro, que aparentemente estaba adormilado, comienzan a dilatarse y a contraerse.
-¿Qué estará soñando?, -pensó.Y no se le ocurrió nada mejor que tomar un palo que estaba apoyado en la pared e intentar introducírselo lentamente.
-Costaba, porque había cierta resistencia -me cuenta- pero de golpe la resistencia cedió, y penetró un buen trozo del palo.
-¿Y luego, ¿qué pasó?
-Nada -dice Haroldo- se lo tuve que sacar porque imaginate, si de repente volvía Bruzzone y me veía haciéndole eso a su machote perro, me iba a cagar a patadas.
-Ahora, -concluyó- cuando se lo saqué, el upite seguía abriéndose y cerrándose, como pidiendo más.

El primo de Dora

La familia de Dora era del campo. Dora era muy linda, pero un tanto primitiva. Nunca había leído nada escrito por Haroldo, y cabe pensar que nunca había leído un libro. Lo peor es que se jactaba de eso. No tenía muchos refinamientos, hay que decirlo. Y su familia menos.
Tenía un primo que era una madera, y que de tanto en tanto caía por la isla. Según me cuenta Haroldo, trabaja como peón en un campo.
Me cuenta también que, débil es la carne, como pasa gran tiempo solo, y de algún modo se las tiene que arreglar, feo y bruto como es, y por lo tanto sin ninguna posibilidad con una mujer -que por otra parte no abundan por esos lugares- se las había arreglado con una yegüita que había en el campo, con la que sostenía un apasionado romance, que funcionaba de maravillas.
El problema era que, cuando Dora y Haroldo iban a visitarlo, los paseaba por el campo. Cuando se arrimaban al corral, la yegüita venía corriendo al trote para saludarlo, lo que hacía con grandes demostraciones de cariño, lamiéndole afectuosamente la cara, y el primo la tenía que echar a los empujones y fingirse molesto, porque la yegua era muy insistente y cariñosa.

Etiquetas:

domingo, marzo 25, 2007

Haroldo Conti IV

Como el tema Haroldo ha gustado, y no lucro con él, sino que son recuerdos desde el corazón, les sigo contando, aunque mi idea era cortarla con Haroldo III.
Esta es una muy sentida, que como han pasado más de treinta años, se puede contar. Algunos diferirán, quizás.
A Haroldo le gustaban todas las mujeres. TODAS. No había ninguna a la que no le encontrara algo atractivo.
Ya habrá más sobre este tema. Y serán temas graciosos, que éste no lo es tanto.
Pero tenía una ética, que finalmente rompió con su última nefasta conquista: todo lo que fuera sexo, bienvenido. Pero nada de pensar en el amor y en su eventual divorcio: Dora, su mujer, y sus hijos, eran sagrados e intocables.
Haroldo era profesor en varios secundarios. Al principio enseñaba latín y literatura, pero un día resolvió que era demasiado y se refugió en una materia que fue sucesivamente Instrucción Cívica, Educación Democrática, y que iba cambiando de denominación según el gobierno de turno. Aprovechaba desde esa cátedra para despacharse a gusto contra el imperialismo y sus cipayos de turno. Los alumnos, ni hablar, encantados: la materia no existía, todos eximidos.
Por ese entonces enseñaba en un colegio nocturno, de modo que las alumnas ya eran grandecitas. Una de ellas le pide un día tomar un café para tener una charla, y le confiesa estar totalmente enamorada de él.
Él, fiel a sus códigos (que implicaban, olvidé, advertir a las interesadas) le dice que todo vale, menos pensar en el amor. Que para él su matrimonio era sagrado y no estaba en juego.
La chica dice que no le importa, que lo ama y está dispuesta a todo.
Pasan unos meses, y la chica viene con la noticia de que estaba embarazada.
Haroldo pregunta:
-¿Y qué pensás hacer?
-Tenerlo, por supuesto.
-¿Cómo tenerlo? ¿En qué habíamos quedado? Yo no puedo darle mi nombre.
-Tampoco te lo estoy pidiendo. Sólo quiero tener un hijo tuyo. Pienso tenerlo sin tu ayuda y darle mi nombre, así que no tenés que preocuparte por nada.
Unos días después, va al colegio un señor que pide hablar con Haroldo. Era el hermano de la niña. Cuando le anuncian la visita, Haroldo se asusta un poco.
-Mire, yo vengo a verlo porque X nos ha dicho que espera un hijo suyo.
-Sí, pero yo le advertí claramente que nuestra relación no implicaba ningún compromiso de mi parte.
-Correcto, eso es lo que ella nos ha dicho. Mi presencia aquí y mi deseo de conversar con usted era para saber si lo que nos había contado era o no verdad. En otras palabras, nada más que para conocer al padre de mi sobrino.
Eso fue todo.
Según me contó Haroldo escuetamente, como el final de una película, ocho meses después recibió una de esas tarjetitas con las que se comunican los nacimientos, con una leyenda que decía:
"Soy XX (apellido de la chica), y nací el día xx/xx."
De este episodio no hay mucha gente que esté enterada, y lo que es más triste, ni aún el mayor interesado en saberlo.
De modo que por ahí ha de andar un hijo de Haroldo que nadie conoce, que muy probablemente ni siquiera él mismo lo sepa, y que quizás con el tiempo llegue a ser un escritor famoso.

Etiquetas:

sábado, marzo 24, 2007

El monólogo interior (No todo es Corín Tellado)


Todos conocemos (al menos de oídas) a James Joyce y su Ulises. Es un libro de esos que marcan definitivamente un antes y un después. Un libro innovador. Sigue siéndolo, a pesar de los 85 años transcurridos. Todavía se lo sigue imitando. Pero es también un libro difícil. Hay que abordarlo con paciencia. Ya es difícil en inglés, porque Joyce inventa su propio lenguaje (habla del color "verdemoco"). No quiero imaginar las terribles dificultades de la traducción, en la que necesariamente el traductor deberá resignarse ante las acechanzas irresolubles que presenta el original.
Como muchos han oído hablar de este libro, pero quizás no lo han leído, reproduzco aquí parte de su último capítulo, un largo monólogo interior o libre fluir de la conciencia de 43 páginas sin puntuación de la mujer que recuerda la vez que se entregó por primera vez, con un climax creciente que reproduce exactamente el estallido del orgasmo final.
Para mí una de las más maravillosas páginas de la literatura universal, que me convenció definitivamente de que después de leer esto, y para bien de la humanidad, nunca debería intentar escribir. Así me lo prometí. Y cumplí la promesa (los blogs no cuentan).

dónde es que las vi no hace mucho me gustan las flores me gustaría tener toda la casa nadando en rosas Dios del cielo no hay nada como la naturaleza las montañas salvajes después el mar y las olas precipitándose luego el campo encantador con sembrados de avena y trigo y toda clase de cosas y toda la preciosa hacienda paseándose por ahí eso debe de ser bueno para el corazón de una ver ríos y flores de todas las formas y perfumes y colores brotando hasta las zanjas primaveras y violetas es la naturaleza en cuanto a los que dicen que no hay Dios no daría un chasquido de mis dos dedos por toda su ciencia por qué no van y crean algo yo a menudo se lo he dicho ateos o como sea que se llamen y vayan y pongan en orden sus remiendos primero después van lanzando alaridos clamando por un sacerdote cuando se están muriendo y por qué por qué porque tienen miedo del infierno debido a su conciencia acusadora ah sí yo lo conozco bien quién fue la primera persona en el universo antes de que hubiera nadie que lo hizo todo quién ah ellos no saben ni yo tampoco así que ahí tienes podrían igualmente tratar de impedir al sol que saliera por la mañana el sol brilla para ti me dijo el día que estábamos acostados entre los rododentros sobre la puerta de Howth con el traje de tweed gris y sombrero de paja el día que conseguí que se me declarara si primero le pasé el pedacito de pastel que tenía en mi boca y era año bisiesto como ahora sí hace 16 años mi Dios después de ese beso largo casi me quedé sin aliento sí me dijo que yo era una flor de la montaña sí entonces somos flores todo el cuerpo de una mujer sí ésa fue la única verdad que me dijo en su vida y el sol brilla para ti hoy sí por eso me gustaba porque vi que él entendía lo que era una mujer y yo sabía que siempre podría hacer de él lo que quisiera y le di todo el placer que pude llevándolo a que me pidiera el sí y primero yo no quería contestarle sólo miraba hacia el mar y hacia el cielo y estaba pensando en tantas cosas que él no sabía de Mulvey del señor Stanhope y de Hester y de papá y del viejo capitán Groves y de los marineros que juegan al todos los pájaros vuelan y al salto de cabra y al juego de los platos como lo llamaban en el muelle y el centinela frente a la casa del gobernador con la cosa alrededor de su casco blanco pobre diablo medio asado y a las chicas españolas riendo con sus chales y sus peinetones y las griterías de los remates por la mañana los griegos y los judíos y los árabes y el diablo sabe quién más de todos los extremos de Europa y Duke Street y el mercado de aves todas cloqueando delante de lo de Larby Sharon y los pobres burros resbalando medio dormidos y los vagos tipos dormidos con las capas a la sombra en los escalones y las grandes ruedas de las carretas de toros y el viejo castillo de edad milenaria sí esos hermosos moros de blanco y con turbantes que son como reyes pidiéndole a una que siente en su minúscula tienda y Ronda con las viejas ventanas de las posadas los ojos que espían ocultos detrás de las celosías para que su amante bese los barrotes de hierro y las tabernas de puertas entornadas en la noche y las castañuelas y la noche que perdimos el barco en Algeciras el guardia haciendo su ronda de sereno con su linterna y oh ese horroroso torrente profundo oh y el mar el mar carmesí a veces como el fuego y las gloriosas puestas de sol y las higueras en los jardines de la Alameda sí y todas las extrañas callejuelas y las casas rosadas y azules y amarillas y los jardines de rosas y de jazmines y de geranios y de cactos y Gibraltar cuando yo era chica y donde yo era una Flor de la Montaña sí cuando me puse la rosa en el cabello como hacían las chicas andaluzas o me pondré una colorada sí y cómo me besó bajo la pared morisca y yo pensé bueno tanto da él como otro y después le pedí con los ojos que me lo preguntara otra vez y después el me preguntó si yo quería sí para que dijera sí mi flor de la montaña y yo primero lo rodeé con mis brazos sí y lo atraje hacia mí para que pudiera sentir mis senos todo perfume sí y su corazón golpeaba loco y sí yo dije quiero sí.

Etiquetas:

El prestigio de la cita prestigiosa (¿resentido?, ¿yo?)

Nuevamente Elemental me ha hecho la distinción de citar en su blog (Diario de un Neurótico) parte de un mensaje mío. Como es para mí alto honor ser citado en uno de los blogs mejor escritos y divertidos que leo, y haciendo uso del recurso retórico de la cita de la cita, me reproduzco:

Luego de tantos años de romances, algunos frustrados y otros logrados -pero todos inconclusos, en última instancia-, he llegado a aceptar que el amor es una lucha por el predominio, donde la mujer pugna por conquistar de a poco territorios donde ejercer soberanía, por todos los medios posibles: aquellos que saben que habrán de enternecernos, o los que saben que habrán de amedrentarnos. Pero con toda frialdad, en tanto que nosotros nos movemos por "that funny thing called love". Pero van avanzando, poco a poco, y clavando su pabellón en cada porción de territorio conquistado. Con una certeza: los que hayamos perdido, nunca los volveremos a recuperar. Ya no se negocian.

Dejo constar que esto lo escribí hace un par de semanas, y que no tiene nada que ver con mis avatares con Julia, sino con la totalidad de mi experiencia personal.
O sea, creo firmemente que toda relación entre un hombre y una mujer está contaminada por el afán de predominio. Más evidente en el hombre, más sutil y subrepticio en la mujer. Comienza a percibirse tenuemente en la elección de un programa de televisión, de una película, o de lo que tengo ganas de comer hoy, y va evolucionando lenta, imperceptiblemente... Hasta que termina en los grandes desastres que todos hemos vivido.
Insisto por otro lado: toda generalización es absurda, y hay parejas (dejando de lado a las que persisten por mera rutina) que subsisten, basadas en el amor. A mí ¡ay! no me pasó.

Etiquetas: ,

viernes, marzo 23, 2007

Haroldo Conti III


Haroldo había estudiado para cura en el Seminario de Devoto. Como él me explicó una vez, nacido en Chacabuco, en el campo, para alguien de origen modesto las posibilidades de acceder a la cultura, que a él le interesaban, eran muy limitadas, y una de las posibles era estudiar para cura.
Claro está que duró poco. Pero de ahí le fue fácil pasar a Filo, que dominada entonces también por la Iglesia, daba preponderancia entre otras cosas al latín, en el que Haroldo destacaba. El mío era pobre, pero daba para entenderlo. Era un gusto oírle citar a Horacio, Hesíodo, Virgilio. Y a veces invenciones o deformaciones propias, como un día que paseábamos por una calle del Tigre -uno de sus lugares favoritos, junto con la Costanera Sur-, y vemos a un chico meando junto a un árbol. Dice Haroldo: "como dijo Cicerón: juventute mea". Nadie puede negar que Cicerón alguna vez lo dijo.
Siempre contaba que un día estaba enseñando el verbo putare en el colegio, y que desde afuera, un tipo estaba limpiando los vidrios de la ventana, y miraba azorado cómo el alumno de turno declinaba en el pizarrón: puta, putae, putas.
Una de sus sentencias favoritas era: Asinus asinum fricat, (un asno rasca a otro asno) que nos aplicábamos con frecuencia cuando nos dábamos cuenta de que el otro estaba sanateando.
Y otra, colocada frente a su escritorio, que rezaba Hic meus locus pugnare est et hinc non me removebunt (éste es mi lugar de lucha y de aquí nadie me moverá) y que se convirtió en trágico presagio.
Como Haroldo tenía amigos de todas las extracciones sociales, sin distinción de pertenencias ideológicas, porque todos, tarde o temprano irían a participar de algunas de sus novelas, las reuniones sociales en casa de Haroldo eran todo lo contrario de lo que hacía presumir su toma de posición socialista. Era amigo de todo el mundo, y se juntaban ahí representantes de todas las tendencias, aunque el tono general era más bien liberal-burgués. Invitado unas cuantas veces, finalmente dejé de ir porque no aguantaba. Se hablaba "de estos negros, de estas sirvientas, que uno no sabe qué darles, ya que siempre están disconformes, que no laburan nada y tratan de pasarla lo mejor posible y que encima, en cuando nos descuidamos nos roban", etc.
Pero siempre se podía contar con Haroldo cuando de suscribir un manifiesto de izquierda se trataba. No rehuía ni se acobardaba ante ningún desafío, ya fuera la prohibición de las armas atómicas, el retiro de los yanquis de Granada, de Santo Domingo, de Vietnam, o de cuanto lugar debieran retirarse los yanquis por haberse introducido indebidamente en él. Demás está decir que a Haroldo no le alcanzaban las manos para firmar manifiestos.
Pero seguramente alguien, algunos, tomaban notas de quiénes eran los firmantes consuetudinarios de estas protestas. En algún lado, en muchos, sospecho, existían largas listas con todos estos nombres debidamente clasificados y con los que se repetían asiduamente y en relación con cuáles temas. Por otro lado, para la ingenua izquierda esto era como un deporte en el que calificaba más aquél que más firmas ostentaba.
Yo, infeliz desconocido, nunca fui requerido, pero confieso que había algunos tan bien redactados que bien me hubiera gustado firmar.
Así, llegamos al colapso. El gobierno de Isabel estaba al caer y faltaba sólo que se organizase un prode para ver quién resultaba premiado por haber adivinado la fecha exacta. Fue un 23 de marzo de 1976, pero qué casualidad, justo esa misma noche desaparecen un montón de militantes, y poco más de un mes después, le toca a Haroldo.
Lo van a buscar a la casa, como era de rigor, destrozan todo, y según la anécdota, sólo dejan salva a la mujer, quien pide por el hijo por nacer en su vientre. Creo que es sólo para la anécdota, ya que según sabemos por procedimientos anteriores y posteriores, a estos señores no los detenía ningún vientre vacío u ocupado, ningún niño nacido o por nacer.
Simplemente que la orden de detención era sólo para Haroldo.Yo, como tantos amigos que tenían su corazoncito depositado en anhelos de un mundo mejor, pero que no militábamos, permanecí al margen de muchas cosas que sucedían, respecto a hasta dónde eran capaces de llegar estos señores en materia de irracionalidad. Haroldo ya era bastante famoso. Desde hace años fieles lectores de Marcha ambos, había aprovechado un viaje a Montevideo para conocer a Galeano, y de ahí, el conocimiento de García Márquez, de Vargas Llosa (me da tristeza nombrarlo), el nombramiento como jurado del concurso de Casa de las Américas, todo había sido uno.
Debo decir que todos ellos, y muchos más que ahora no recuerdo, pidieron por su libertad, con la condigna respuesta del gobierno que entonces teníamos, respetuoso de las libertades elementales y sobre todo de la cultura.
Aquí, Videla, que en los primeros días de su gobierno procura un acercamiento con hombres de la cultura, invita a cenar a los pocos días de producido el golpe a Dardo Cúneo, el padre Castellani, Borges, Sábato y algún otro. Dora, la mujer de Haroldo, revuelve cielo y tierra y ve a cada uno de los invitados para pedir por él. Dardo Cúneo, invitado por la S.A.D.E., aduce que al tener una representación oficial no puede comprometer a la institución que representa; Borges, dice que no se mete en política; Sábato, que le parece descortés introducir un tema conflictivo en el marco de una invitación amable, por fin, el padre Castellani, que había sido profesor de Haroldo en el Seminario de Villa Devoto, dice que aunque no lo recordaba, iba a abogar por él por un elemental sentido de solidaridad cristiana.
Por supuesto que Videla, al planteársele el tema, se abre bien de piernas, tal como habían hecho el resto de los invitados, y dice que el tema no depende de él, que está fuera de su alcance, pero que sin embargo promete ocuparse en la medida de lo posible. Parece que la medida era bien pequeña.
Como dije antes, cuando hablé de mi ingenuidad y desconocimiento del tema por no estar en la cosa, cada tanto, cuando se publicaban listas de personas que estaban en poder del P.E. y eran liberadas, las leía ansiosamente esperando encontrarlo a Haroldo. Pensaba que lo que demoraba su liberación eran las terribles torturas que había sufrido, y que una vez curado y presentable, se atreverían a largarlo a la calle.
Pero un día, después de largos, terribles años, todo terminó. Como si nada hubiera pasado. No hubo más enfrentamientos con muertos por las calles, no hubo más liberados en poder del P.E. No hubo más nada, salvo una cínica declaración de que a aquellos que no habían aparecido se los debía dar por desaparecidos.
Luego, homenajes, muchos homenajes, discursos de gente que apenas lo había conocido y que de repente aprovechaban sus fugaces quince minutos de fama.
Pero a mí me dolió una cosa: ¿quién y porqué se había permitido privarme de un muy querido amigo? ¿Cómo podría yo recuperar esas tardes de otoño paseando en bote por el delta, adivinando el tiempo en el que estábamos por el color de las hojas de los árboles?, ¿o en los finales de invierno, escuchando a lo lejos el canto del ruiseñor, como un presagio de la llegada de la primavera? ¿O las noches de carnaval, arrimando el bote al muelle para invitar a subir a dos muchachas, ante la mirada desaprobadora de Dora, acompañada por un amigo en otro bote? ¿O las tardes de verano en que Haroldo nos armaba a cada uno de los que estábamos con sendos machetes y nos hacía limpiar toda la isla porque el domingo había una reunión para todos los de filosofía y, ya sabemos, estos son gente exigente en materia de orden y limpieza? ¿O las noches solos, en mi pequeña cabaña que me ayudaba a pintar, cuando, cansados de trabajar, nos sentábamos en el pasto a conversar, a conversar sobre temas que no eran nada fútiles, y en los que yo, como recién iniciado, salía siempre enriquecido?
Quienes han disfrutado alguna vez de ese sagrado don de la amistad, quienes -aunque le den el nombre, no todos han tenido la suerte- la hayan vivido con la misma intensidad que la viví yo con Haroldo, saben que he perdido algo único, irremplazable, irrecuperable. Yo, que no creo en el más allá, que estoy cierto de que todo termina aquí, no tengo el vano consuelo de que me encontraré con Haroldo en otro mundo. Todo lo que pudo haber sido, debió haber sido aquí, y no fue casi nada. ¡Cuánto faltaba!
No puedo pues imaginarme a Haroldo en otros lados, haciendo otras cosas, y acordándose de mí. No puedo imaginar de qué modo habría transcurrido su existencia. Si hubiera permanecido fiel a sus convicciones o si, como tantos otros, habría claudicado, siquiera parcialmente. ¡Son tantas las cosas que no puedo imaginar!
Dicen los judíos que el elemento más importante en el tema del perdón es que una persona que hiere a otra debe pedir perdón a su víctima y que sólo ésta puede perdonarlo. Por eso nunca se puede perdonar a un asesino, ya que los únicos que pueden hacerlo están muertos.
Por eso no los perdono. Y además, ni siquiera piden perdón.
(En la foto, Haroldo limpiando su barco Alejandra, cuyo motor nunca funcionaba)

Etiquetas:

jueves, marzo 22, 2007

Himno a Julia II (siempre con el mismo incesante amor)


Por dios: ¿Quién entiende a las mujeres?

En un e-m le mandé a Elemental (El diario de un Neurótico) el siguiente consejo, que tuvo a bien incluir en su blog:

Cambiaría todos mis conocimientos de filosofía, que si no serán profundos son al menos extensos, por un solo conocimiento: llegar a conocer a sólo UNA mujer. Tengo unos años más que vos, y te adelanto ahora mismo: si compartís esa pretensión, desde ya renunciá.


El martes por la tarde me encontré con Julia. Debía entregarle varias cosas: un presente para su cumple, que era ayer, un par de e-m que le había mandado, uno de los cuales no había leído aún (no tiene Internet en casa) y terminar definitivamente la relación. Había decidido firmemente que verla me causaba esa inexplicable mezcla de goce y dolor, y se lo decía en el primer e-m, que ya había leído, y que me había pedido refutar en parte. Le entrego primero el regalo, en el que no repara demasiado, quizás porque ya sabía de qué se trataba. Sí repara en el mensaje muy sentido (Crab inspirado puede ser un buen poeta) que lo acompañaba, y le provoca una de esas sonrisas de las que sólo Julia es capaz. Al verla todos mis propósitos de dureza se fueron al diablo, y pensé: "esa sonrisa vale cien mensajes y mil regalos como ése". Luego, el mensaje no leído, y hago a un lado el otro, diciendo: "éste ya lo leíste". "No importa -me dice- igual lo quiero". Me dejó pensando: ¿para qué lo quería, si estábamos terminando la relación?

La charla duró. Hubo recriminaciones, Julia me reprochaba que la asediaba y pedía verla constantemente (¿pero no es lo normal en un enamorado?), que ella tenía miles de problemas que atender (es muy cierto) y que de esa manera se los acrecentaba en lugar de significarle un refugio. Me dice que digo que me siento postergado, y que no es para nada así. Yo le reprocho a mi vez que me decía mañana nos vemos, y luego que había surgido un imprevisto y no iba a poder ser, y que me lo corría, y así. Pero sentía que todo era un poco absurdo ¿para qué todo esto ahora, justo cuando todo estaba terminado? Le pregunté cuál era el sentido de que me hubiera llamado para aclarar cosas que ya no tenía sentido aclarar. La respuesta no fue muy clara.

Nos fuimos del café. Le ofrecí acercarla unas cuadras. En el auto, seguimos la conversación sobre mis asedios, y cómo querría ella que todo fuera diferente. En un momento, hablando de mis asedios, y de una experiencia suya anterior, le dije: "bueno, pero en todo este mes en el que no te he molestado en absoluto, te he demostrado que no es exactamente el caso". A lo que me contestó con un enigmático: "bueno, por eso estás acá". El intercambio terminó con una pregunta mía: "¿qué querés que hagamos?". "Eso lo tenés que decidir sólo vos, no me lo preguntes, pero tenés que asumir tu responsabilidad luego". Mi respuesta fue: "sabés que no puedo dejarte: quiero seguir con vos, actuaré como deseás, y dentro de unos meses volveremos a conversar; en tanto, asumo toda la responsabilidad y nunca te reprocharé nada". Me miró conmovida. En ese momento sentí que algo se había producido entre los dos. No sé bien qué. Pero algo muy intenso y profundo. Quiero pensar que fue como si comprendiéramos que estuvimos a punto de perdernos uno al otro, y que fue un riesgo muy importante que corrimos.

Entonces nos abrazamos. Muy fuerte. Y nos dimos (sí, los conté) seis besos en la boca. Lo señalo porque había un código: si nos besábamos en la boca tendría un significado muy especial.

Y así volví, volando entre las nubes, escuchando repicar de campanas y coros de ángeles, y mirando desde las alturas a la multitud, ocupada en sus pedestres rutinas (luego el portero me dijo que había vuelto con el auto).

Ayer, su cumpleaños. Muy conmovido aún con la epifanía vivida, con ese momento de conexión profunda que habíamos tenido, y con la excusa de arrimarle otro pequeño obsequio (una orquídea: Crab es cortés descendiente de franceses), volví a encontrarla brevemente. Entonces, como sé que Julia hace y dice cosas de las que luego se echa atrás, le dije: "bueno, dejemos establecido: anoche me diste seis besos". "No, me dice, yo te puse la mejilla y vos me besaste de sorpresa". ¡Seis besos! ¡¡¡Seis besos!!! Te puedo tomar de sorpresa el primero, pero los otros...

Mi idea es que no quiere dejar que tome el control. Tiene un exacerbado sentido de la libertad y no quiere perderla, menos a manos de alguien que ha demostrado ser un poco obsesivo y exigente (tuvo una malísima experiencia con su pareja anterior en ese sentido).

Por favor, les pido a mis amigas que me ayuden con sus comentarios. Se lo pido en todos los idiomas que conozco: Beistand, Help, Ajuda, Aiuto, Au secour, Yardým. A mis amigos también, aunque son menos confiables; todos están pasando situaciones similares: lean sus blogs. Insisto ¿qué pasa con las mujeres? ¿porqué no pueden tener un amor sencillo, apacible, que nos haga felices a ambos? ¿qué estoy haciendo mal, si no? Como decía Charlie Brown: "¿porqué no puedo tener un perro normal, como todos los demás?"

Etiquetas:

martes, marzo 20, 2007

Haroldo Conti II

Un día nos enredamos en el Tigre con unas chicas que de filosofía nada, lo que a nosotros igual no nos importó mucho. Como los sábados y domingos eran sagrados para Haroldo, dedicados a Dora y a las relaciones familiares, y las chicas querían salir a toda costa el domingo, inventamos una complicadísima excusa que implicaba a Haroldo en una filmación y que, aunque fue aceptada, nadie en el fondo creyó. Y que, para colmo, me dejaba a mí fuera, sin compromiso.

Así que allá me fui el fin de semana en mi bote con las dos, a pesar de las solemnes promesas hechas a Haroldo. Rehuí cuidadosamente los lugares de posibles cruces en nuestras habituales recorridas. Resumo: las posibilidades de que nos encontráramos, conforme al itinerario que tan cuidadosamente había planeado, y a los que solía recorrer Haroldo en sus salidas habituales, es como si hubiera planeado una excursión a la Antártida, y después de andar tres semanas en trineo me cruzara con Haroldo y Dora con su bote. Que fue por supuesto lo que sucedió.

¡Haroldo, Haroldo,! exclamaron las dos. Haroldo, impertérrito, con una cara de lord inglés, la mirada fija hacia delante, como si no existiéramos. Al día siguiente, por supuesto, grandes puteadas telefónicas y fin de la relación. Recuerdo haberle mandado una carta lamentosa, que me contestó con otra lapidaria, humillante, poniendo de relieve todas mis debilidades, reales e imaginadas, y que me recordó la terrible carta que le manda Sartre a Camus en la famosa polémica. ¡Por Dios, no le deseo a nadie recibir una carta así!

*****

Ahí se produce un corte en mi vida. Habiendome peleado con Haroldo, que se había transformado en una especie de ídolo y mentor, el resto de la barra no tenía demasiada importancia. Así empiezo a dedicarme a la fotografía y de ahí al buceo. Buceando en Puerto Madryn conozco a Silvia, mi primer mujer, y da la casualidad que ella estudia en Buenos Aires, así que nos seguimos viendo aquí.

Un día, habían pasado cinco años, estamos paseando con Silvia -ya mi mujer- por la costanera sur, cuando me encuentro con Haroldo paseando también con su hijo menor. Después me cuenta que es uno de sus lugares favoritos, donde transcurre su novela Alrededor de la Jaula. Fue un encuentro conmovedor, por ambas partes. Por mi lado, fue un halago que conociera a Silvia, que también estudiaba filosofía y no iba a desentonar con nosotros, como suele suceder entre esposos, donde generalmente hay un genio y una mujer que limpia la casa y hace la comida (el caso precisamente de Haroldo, confieso con tristeza -después hablaremos más de ello). Por otro lado, me provocó una cálida ternura el hecho de ver paseando a un padre con su hijo por la costanera, seriamente enfrascados en una conversación en la que ambos parecían muy interesados.

Da la casualidad de que Haroldo vivía en el que fue su departamento de tantos años, en la calle Balcarce casi Independencia, y ahí fuimos los cuatro. Bueno, fue como si todos esos años nunca hubieran pasado, y todo volvió a ser como era entonces, con Silvia incorporada.

Las reuniones en su departamento y en el nuestro fueron un rito desde entonces. Si yo iba solo, de mañana o de tarde, siempre lo encontraba sentado a su escritorio, en realidad una especie rara de escritorio que él mismo había diseñado (tenía muy buen gusto para la decoración), escribiendo. Escribía prolijamente a mano en cuadernos borrador, desde donde alguien se ocupaba de transcribirlos a máquina. La conversación versaba siempre en torno del imperialismo, de las tropelías que cometía EEUU en los pueblos débiles e indefensos, y temas de moda entonces en la izquierda.

Haroldo era una mezcla curiosa de cristiano (había estudiado para cura en el seminario de Devoto) y de izquierdista militante, aunque sólo en el orden intelectual. Rechazaba en general la violencia y los métodos de la guerrilla, porque sostenía que para él la vida humana era sagrada.

Y lo era: sólo una vez tuvo un arma en sus manos, y era mía, y para colmo no la llegó a usar. Resulta que era maniático de los ruidos, que decía le impedían concentrarse para escribir. Así, fueron objetos sucesivos de sus fobias el canario de un vecino, la historia de cuyas persecuciones no voy a contar porque es larguísima, y que finalmente murió de viejo en su jaula; el ascensor de la casa, cuyo andar por fin silencioso no quiero saber cuánta plata le costó al consorcio, y por último, el ovejero alemán del ruso dueño de la Taberna Rusa, que después de los años se convirtió en el famoso Viejo Almacén, de Rivero. Resulta que el ruso en cuestión tenía en su azotea un perro suelto al que no le daba mucha bolilla, y que por cierto, como a ningún perro que se precie le gusta estar solo, armaba cada tanto un alboroto de esos. Pero aclaremos que Haroldo vivía en un séptimo piso, y que con las ventanas cerradas, los ladridos eran imperceptibles. Pero él, cada tanto, detenía la conversación y nos decía: "¿oís?, ¿oís? ¡decime si así se puede escribir en paz!" Y uno, aguzando el oído, oía en el fondo, muy perdido allá en el fondo, unos imperceptibles ¡guau... guau!.. que sólo podían enloquecer a alguien de sensibilidad acústica tan exacerbada como la de Haroldo.

Siempre que Haroldo perseguía un objetivo no cejaba hasta salirse con la suya. Cursó notas al cosaco ruso, que tenía también sus malas pulgas y por supuesto lo mandó a la mierda, a la sociedad protectora de animales, que por supuesto también las ignoró, a la comisaría, que le contestó que no era de su incumbencia, y por último acudió a mí, que tenía un rifle '22, para que se lo prestase, a fin de liquidar la cuestión, dándole un susto al ovejero. Al par de días, llama Haroldo con voz tenue, diciéndome que viniera a buscar el rifle, que lo tenía Marta, vecina del edificio, convenientemente desarmado y embalado, ya que había tirado un par de tiros amedrentadores alrededor del perro, pero que el ruso se había avivado y hecho la denuncia, con lo que estaba en serias dificultades, incluso (gran paradoja) con la sociedad protectora, que había tomado cartas en el asunto, ahora en contra de él, por supuesto.

Etiquetas:

lunes, marzo 19, 2007

Haroldo Conti I


Como el perspicaz lector habrá ya adivinado, este blog está dedicado a uno de las grandes novelas de Haroldo Conti, de quien tuve el honor de ser gran amigo.

La foto que ilustra este post es de mi autoría, y como en todas las que le saqué, que son muchas, la pose es forzada y antinatural. Le encantaba sacarse fotos, pero no lograba adoptar una actitud natural (siempre la lente nos pone incómodos).

Un día, para intentar responder las clásicas preguntas que todos alguna vez nos formulamos, decido estudiar filo. No logré contestarlas, pero entré en un círculo donde conocí a gente muy valiosa, que me llevaba algunos años, y que me tomó como una especie de apreciado discípulo.

Al tiempo, Norma, que me había tomado especialmente bajo su protección, me dice: vos tendrías que conocer a Haroldo, se parecen mucho. Y ahí nomás me hace una cita con él para el día siguiente.

Recuerdo todo nítidamente. Nos encontramos en el bar San Martín, que quedaba -¡fíjense la originalidad!- en la calle San Martín. Entro, y por un par de datos que habíamos convenido, lo reconozco enseguida. Estaba leyendo La Razón, lo cual no me pareció adecuado para alguien que estaba terminando su carrera de filosofía. Pero así era Haroldo, le gustaba estar informado, y leía un diario por la mañana y otro por la tarde, maldiciendo y execrando a ambos, cómo deformaban la información y la transmitían conforme sus intereses. Luego de los saludos, me comienza a hablar de Fangio y lo gran corredor que era, lo que en esa etapa de mi vida ocupaba preocupaciones de un orden de prioridad muy bajo, por no decir nulo.

Sí, como había dicho Norma, Haroldo era un filósofo muy especial. Cualquiera fuera la temática que abordase, su aproximación al tema tenía siempre un enfoque original, distinto. Sabía ver detrás de las apariencias, y su pensamiento siempre descubría cosas que para el resto pasaban inadvertidas. Sin pedantería, sin grandilocuencias. O sea, lo descubrí años después, era un verdadero filósofo. Un filósofo que hablaba con palabras sencillas, que todos entendían. Pero para él, como también para mí, la filosofía era solamente una herramienta, que le permitía en su caso ordenar su discurso, discernir entre lo importante y lo secundario, y separar la paja del trigo. Lo que a él verdaderamente le interesaba era la literatura. Escribir.

Por entonces, su preocupación esencial era terminar la tesis sobre Nietzche que estaba escribiendo para terminar su carrera, y casualmente resultó que yo era, entre sus amigos, uno de esos pocos privilegiados que tenían entonces una máquina de escribir. Ahí pues me mandé toda la tesis, aunque no sin algunas discusiones, ya que a veces cuando una frase no me parecía bien construida, la modificaba, creyendo mejorarla, pero el muy maldito se acordaba precisamente cómo la había escrito e insistía en que quedara como en el original. Esto daba lugar a largos cambios de ideas -a veces tan solo por una coma, o un adjetivo delante de un sustantivo-, en los que finalmente -demás decirlo- prevalecía siempre el criterio de Haroldo, que nunca me aceptó la posibilidad de un cambio. Esta contenciosa relación se prolongó durante algunos años, siempre con igual resultado, hasta que se compró su propia máquina.

Bueno, esto me hizo entrar en el círculo íntimo de Haroldo, que era bastante amplio. Los compañeros del grupo de filosofía, integrado por gente muy valiosa. Su madre, con la que todavía vivía. Su hermana, que andaba con un marino casado que recién después de muchos años por fin se separó y pudo casarse con ella. Y last but not least, Dora, su novia, con la que mantenía una relación para entonces de avanzada, ya que hacían prácticamente vida marital. Para terminar, la madre de Dora.

Todos, alternativa o conjuntamente, nos reuníamos los domingos en la isla de Haroldo en el Tigre, que además congregaba a isleros vecinos, y remeros compinches del club de remo de Haroldo. Ahí se celebraba el culto de la amistad, entre gente que tenía intereses y horizontes espirituales completamente distintos, reuniones que no me eran enteramente satisfactorias, y a veces directamente aburridas, ya que tenía entonces orejeras y estaba interesado, como los demás del grupo de filosofía, tan solo en hablar de cosas profundas o de fenómenos estéticos.

No entendíamos cómo Haroldo, capaz de sostener con sólidos argumentos y criterios propios conversaciones de este tipo, era capaz de enfrascarse a la vez, en esas largas tenidas de los domingos por la tarde, en iguales disquisiciones acerca de cuál era el mejor carburador para un motor marinizado de 80 HP, o el diámetro de la hélice más adecuada, o si para un casco de madera era mejor un motor dentro o fuera de borda, para pasar después a la cría artificial de las nutrias, o la mejor época para la tala de los álamos, o cuál crecida había sido mayor, si la del 46 o la del 62, conversaciones en las que alternativamente iban quedando fuera distintos integrantes del grupo, según el tema abordado.

Años después, entendí que Haroldo era sólo un gran reservorio de todo lo que al hombre compete, un poco a lo Terencio (hommo sum...) y que además, su interés por todo lo que hicieran los hombres, lo utilizaba posteriormente en sus libros, que mostraban, además de una gran ternura y una elevada dosis de poesía, un conocimiento enciclopédico de las distintas culturas del hombre.

Casi todos quienes nos reuníamos los fines de semana en su isla, fuimos personajes alguna vez alguna de sus novelas.

Mi mayor interés, obviamente, era poder estar a solas con Haroldo. Eran momentos de intensa comunión espiritual, donde afloraba toda su riqueza interior y las profundidades y la belleza de su alma. Cuando remábamos juntos en bote -yo siempre remando, y él siempre comandando, de timonel-, al atardecer de esas inolvidables tardes de otoño, cuando el sol arroja sus últimos reflejos sobre las copas de los árboles y nos muestra su cambiante color. Ahí estaba presente el Haroldo gran poeta y gran observador de la naturaleza hasta en sus detalles más imperceptibles, y ahí aprendí porqué él era un artista y yo nunca lograría serlo (tan solo, a lo sumo, un apreciador de la belleza): porque él veía cosas que a mí me pasaban inadvertidas. Porque su vista penetraba más allá, y con lo que percibía elaboraba relaciones de causas y efectos que a mí no se me ocurrían (aunque no fueran rigurosamente ciertas, pero en tanto, se parecían a la verdad, que para el caso daba lo mismo).

Etiquetas:

viernes, marzo 16, 2007

La página en blanco

Yo no sé cómo hace Elemental, que todos los días tiene toneladas de cosas para contar. Sí, se podría decir que como él está contando una historia hilada, le resulta más fácil. Pero su calidad es pareja, de modo que hay ahí evidentemente algo más que yo no tengo.
Hoy mi mente está en blanco. He tenido un llamado que por ahí debiera despertarme ilusiones, pero las reprimo.
No tengo pues nada que decir, salvo seguir con mi monotema, que no me abandona.
Con permiso pues de Chechus:

Una de las que hacen llorar

Estoy en el rincón de una cantina
oyendo la canción que yo pedí
me están sirviendo ahorita mi tequila
ya va mi pensamiento rumbo a ti
yo sé que tu recuerdo es mi desgracia
y vengo aquí nomás a recordar
qué amargas son las cosas que nos pasan
cuando hay un mal amor que paga mal
quién no sabe en esta vida
la traición tan conocida
que nos deja un mal amor
quién no llega a la cantina
exigiendo su tequila
y exigiendo su canción
me están sirviendo ya la del estribo
ahorita ya no sé si tengo fe
ahorita solamente yo les pido
que toquen otra vez la que se fue

Etiquetas:

jueves, marzo 15, 2007

Colegio San José II


Esta tarde, como compensación, tenemos "recreación". Recreación consiste en que vayamos todo el colegio hasta el arroyo, al costado de la quinta de Ayerza, y juguemos la clase de juegos que inventa el ingenio de los hermanos. Las más de las veces, cuando el ingenio se acaba y la tarde se hace interminable, todo termina en un partido de fútbol.El asunto del fútbol es fuente de mis preocupaciones. A veces me toca participar y a veces no. El procedimiento de selección no tiene nada de democrático: los dos más grandes de la clase, Ascencio y Aguilera, revolean una moneda. El que gana elige a su primer compañero, el otro al suyo, y así hasta completar los once de cada lado. Como somos cuarenta, siempre sobran dieciocho, que se pasan el resto de la tarde como boludos, paseando por la orilla del arroyo, juntando ranitas o escarabajos.Yo, con mi mediocridad habitual, siempre resulto elegido entre el décimo o undécimo lugar. Y muchas veces ni eso, y me quedo afuera. Esto es cuando no falta ninguno de las cuarenta a la recreación y las posibilidades de elección de los dos ursos son más amplias.Por supuesto, aún en el mejor de los casos, en que resulte elegido, tengo que ir de arquero. Es que la formación de los equipos responde a una consigna preestablecida, y la composición de estos se hace conforme a un sistema de lealtades y clanes de barrio de los que estoy excluido.La clase, en general, está dividida en dos grandes sectores: el de los que juegan muy bien al fútbol, o a otra cosa, y el de los que estudian, leen libros y saben cosas interesantes. La excepción es Piera, que juega muy bien al fútbol y está casi todos los meses en el cuadro de honor pero que es despreciado por los demás estudiosos porque dicen que estudia de memoria. Piera saca todos diez, los otros sacan muchos nueve.Con Piera mi vieja cometió un error, que me costó un disgusto con Coco. Pero entonces tengo que hablarles de las medallas. Los curas daban todos los años una medalla de oro (decían que era de oro: en realidad era bañada) al mejor alumno en cada materia, o mejor dicho, al que sacase diez de promedio. Había dos que siempre eran mías: lectura y matemáticas. Pero además había otra medalla que no tenía nada que ver, que era la medalla al mejor amigo, que se le daba a quien llevaba al colegio un alumno nuevo. (Ahora que me doy cuenta me pregunto, la medalla era al mejor amigo ¿de quién?). Cuando yo pasé a cuarto en la escuela del estado, la vieja decidió que debía ir al San José, como lo había hecho mi hermano. Claro, cuando fue mi hermano mi viejo vivía y teníamos guita. Cuando me tocó a mí (el viejo murió cuando yo tenía cuatro), mi vieja tenía una mísera pensión que apenas dejaba para comer y tenía que ayudarse, ya vimos, cosiendo para afuera. Así que minga de San José. Pero después de unos años, no sé si las cosas empezaban a andar mejor o si el hecho de que en el barrio todos los chicos iban al San José, influyeron para que la vieja decidiera que yo no debía ser menos.Todo eso, decía, se gestó cuando terminé tercero y en las vacaciones, Entonces empezó el galanteo de las comadres en pos de la medalla al mejor amigo. Por esos vaivenes de las amistades entre las mujeres, como consecuencia de una rencilla ocasional con la madre de Coco, la vieja de Piera ganó la batalla. En realidad Piera (Carlitos, para su mami), nunca había sido santo de mi devoción, ni lo fue después. Por un lado, me hinchaba las pelotas que la vieja me lo pusiera siempre de ejemplo: "Carlitos saca diez en todas las materias", "Carlitos está todos los meses en el cuadro de honor". Por otra parte, si bien era del barrio, no era de la cuadra: vivía dando vuelta a la esquina, en la calle Sarmiento y frente a la vía. El barrio, propiamente dicho, era en realidad la calle French, desde la vía hasta Rivadavia. Piera era, en cierto modo, un fronterizo, sospechable de volcar sus inclinaciones en cualquier momento hacia otra barra.Yo tampoco le gustaba demasiado, a decir verdad. Previo a la aquiescencia de mi vieja, fui invitado dos veces a la casa porque: "yo quiero, Delia, que los nenes se hagan amigos", según dijo la madre de Piera. Una de esas casas todas limpitas y ordenadas, donde a uno le da miedo entrar y que no se han hecho para jugar. Pero Piera era una cagada, ni a mí me interesaba ni yo le interesaba a él, excepto por la medalla que habría de depararle y que serviría para acrecentar más aún su cuantiosa colección de trofeos.De modo que fui dos veces, ni sé por qué fueron dos, jugué con mucho miedo de romper algo o dejar algo fuera de lugar con los lujosos juguetes (lo único bueno que tenía), y nunca más volví.Con Coco era otra cosa, su casa era despelotada como la mía, y bien sucia, a raíz de la herrería del viejo que estaba a un costado. La mía no era sucia, pero de algún modo daba a entender que un poco de suciedad no habría de arruinar demasiado la cosa.Piera jugaba bien al fútbol, y a veces, como hoy, que faltó Aguilera, él es uno de los dos grandotes que eligen al resto del equipo. Por supuesto, ya sé quiénes serán los primeros elegidos. Es una rutina tan absurda que casi debiera obviarse. Los primeros cuatro o cinco de cada lado son elegidos con una mirada o una señal con la cabeza. Hasta ahí hay un consenso general y todos están callados: una especie de ley del gallinero en donde todos saben quiénes están por encima y aceptan la gradación jerárquica. Pero a partir de ahí comienza una tierra de nadie donde las pretensiones son más o menos parejas. Es la franja de los mediocres. Aquí la elección empieza a ser más lenta, más cautelosa, y cada grandote mira cuidadosamente al rebaño que va quedando para apartar, sin dejarse perturbar ni influir por los gritos de: ¡a mí! ¡a mí!, de los que van quedando. A la vez, uno va contando a los que quedan, cuenta cuántos quedan por elegir, y conforme al orden jerárquico del gallinero, puede ya calcular si va o no a ser elegido. Los "intelectuales", por su parte, se autosegregan. Sólo de casualidad, si ese día faltó mucha gente, serán llamados de relleno, y de acuerdo con todas las chances, para ir al arco.Quedan por elegir uno por cada lado y es el último turno de Piera. Mis gritos tienen en el fondo un sentido de exigencia que solo él y yo podemos entender. Al fin me mira y quizá acordándose de la medalla (digo, por su cara casi de resignación), dice: "Ruben".Por supuesto al arco, pero algo es algo. A veces, especialmente cuando hace frío y no tengo ganas de andar parado toda la tarde en el arco cagándome de frío en pantaloncitos, prefiero quedarme afuera con los sabihondos, entonces hasta me doy el lujo de hacerme el interesante y no gritar a mí, a mí, cosa que por otra parte le tiene sin cuidado a nadie, excepto a mí mismo. Otras veces, como ahora que hace una hermosa tarde de sol, no de esas de verano, en que el sol parece rajar las piedras, sino de este lindo sol de casi primavera, que calienta sin quemar, me dan las ganas y me da mucha bronca cuando no me eligen. Por otra parte, esto de andar siempre con los tragas, le da a uno una fama, cómo diría, no propiamente de maricón, pero por lo menos un no se qué de sospechoso.Así que, como de costumbre, yo navegaba siempre entre dos aguas, a veces intelectual, a veces deportista y como de costumbre, sin destacarme en ninguno de los dos terrenos.Es que en el cuadro del barrio, donde mi puesto de arquero era permanente, yo jugaba con rodilleras y por lo menos no me raspaba las rodillas. Aquí eso era a la vez un signo de ostentación y de debilidad, de modo que tenía que pelarme las rodillas contra el duro terreno (minga de pastito) o dejarla pasar y aguantarme las puteadas. Como éste que me metieron ahora a pesar de la estirada...Terminó el partido y ganamos dos a uno, lo que minimizó mis culpas. En realidad, el gol que me metieron fue la única pelota que llegó hasta el arco, así que no puede decirse que yo haya contribuido mucho a que ganáramos. De todos modos, el placer de la victoria se compartía entre todos. Es que ser arquero es una cosa jodida: si uno hace una cagada todo el mundo se da cuenta y te dice de todo. Por mucho que te rompas y atajes por todos lados, en cambio, nadie parece darse cuenta. Lo que cuentan son los goles: los que hacés o los que te hagan, y en eso el que juega adelante tiene la ventaja.Ahora venían los premios para el vencedor. Estos curas siempre con la manía de la incentivación. Generalmente, los premios consistían en caramelos o pavadas así, que al final terminaban repartiéndose por partes casi iguales entre los vencedores y los vencidos, con lo que se iba a la mierda la incentivación, porque uno sabía de antemano que ganara o perdiera siempre comía caramelos.

Etiquetas:

miércoles, marzo 14, 2007

Colegio San José I


Hoy es martes, día de vocaciones. O sea, la gran joda, desde un punto de vista, o la gran lata, según cómo se mire. Durante toda mi niñez, vocación equivalió, a través de la política de los hermanos de la gota de agua que horada la roca, a vocación religiosa. Este era un día que se dedicaba a convencernos de que nuestro objeto en la vida era servir al Señor. Había especialistas para ello, de modo que no operaba al efecto el hermano que era nuestro maestro, sino otro especializado en vocaciones. Este era de un grado superior, lo que de algún modo le daba un prestigio mayor a nuestros ojos. Para nosotros, el grado o año que comandaba cada hermano establecía una suerte de jerarquía. Se suponía que el que tenía a su cargo un grado superior sabía más que el que tenía uno inferior, y así. Las visitas de maestros de grados superiores nos confería una especie de distinción, una forma de dignidad especial que nos jerarquizaba. El hermano Benito era maestro -luego supimos que se decía profesor- de primer año. Para los de sexto, primer año era algo muy distinto que sexto para los de quinto.Primer año era una especie de más allá. Muchos sabíamos que no llegaríamos a primer año. La mayoría ya tenía sus planes trazados para cuando terminaran sexto (y eso si lo terminaban). El hijo del almacenero y del lechero al mostrador o al reparto, el del herrero a dar vueltas a la fragua o a golpear el hierro al rojo, el del carpintero a cortar madera. Las apetencias culturales de la mayoría de nuestra gente se veían satisfechas con que sus hijos terminaran sexto, lujo que sus padres distaron de disfrutar.En cuanto a mí, los planes eran inciertos. Pero para aquellos que sabían que seguirían -los hijos de los doctores o de los grandes comerciantes del pueblo-, primer año era algo fascinador que significaba de algún modo traspasar una barrera, cumplir una etapa.Y el hermano Benito era el maestro de ese primer año. Las cosas que dijera, pues, tenían un contenido diferente del de nuestro sencillo hermano Bernardo, con todo lo gritón que era. Benito, por el contrario, era suave y persuasivo. Nunca gritaba, y tampoco tenía necesidad. Bebíamos sus palabras como surgidas de una fuente de sabiduría, y sentíamos que cada cosa que dijera tenía un significado diferente y superior.Y por supuesto, nos decía infinidad de cosas que no entendíamos, y que a lo largo del año repetía, machaconamente. Sacábamos en limpio que todo hombre tenía una vocación, y que debía seguirla. Que había muchas vocaciones posibles, de las cuales no se hablaba demasiado. Pero que había una excelsa, una que salvaba y dignificaba al hombre, criatura de Dios, y esa vocación era el servicio de Dios. Que se podía cumplir indistintamente siendo cura, o también siendo hermano. Porqué era preferible ser hermano, tampoco quedaba muy claro, pero era preferible.Así, cumpliendo con su vocación, sirviendo a Dios, el hombre salvaría almas, librándolas de la eterna condena del infierno para permitirles acceder al cielo, y a la vez se salvaría a sí mismo para toda la eternidad.El especial hincapié que se hacía en la eternidad, hizo que muchos de nosotros encontráramos nuestra vocación. Realmente, la repetición insidiosa de esas palabras, eternidad, infinito, siempre, siempre, quemándonos en la llama eterna, nos llenaba de pavor y convencía de que debíamos contratar cualquier clase de seguro que fuera necesario para que nos librara de ese horror. El solo pensar en un sufrimiento eterno, que jamás tuviese fin, era una de las pocas ideas que se me infundieron que nunca pude llegar a racionalizar. Bien miradas las cosas, desde ahora, también la idea de una felicidad eterna, para siempre, para siempre, gozando de la maravillosa contemplación del Señor, habría de ser una cosa bastante insoportable a la larga, pero esa idea no nos inquietaba entonces. Lo que queríamos a toda costa era rajarle a las llamas, no importa cuál fuese la alternativa.Los recreos del martes por la mañana nos tenían pues a todos cabizbajos, pensando en esas llamas eternas, eternas, y apenas nos atrevíamos a cambiar palabra, excepto con nuestros amigos más fieles. Dada la escasa capacidad de resistir la tentación y de caer en pecado, mis alternativas eran pocas: o seguir mi vocación, o la llama eterna. Mi estado de gracia duraba solo normalmente unas horas. Permanecer en el mismo era todo un sacrificio desde que confesaba, los sábados por la tarde, hasta que comulgaba, el domingo por la mañana. Esa lucha tenaz contra todo mi cuerpo fogoso, que me instaba a quebrantar de inmediato los diez mandamientos con todas sus diferentes variedades, veniales y mortales, apenas podía sostenerla victorioso durante esas pocas horas. Una vez comulgado, sucumbía pasado corto tiempo: un día a lo más. Mi condenación, pues, era cosa segura. A veces especulaba con la idea de un rayo que me derrumbase en el momento de comulgar, lo que me aseguraría la vida eterna, pero de acuerdo con todas las anécdotas que se contaban de salvaciones y condenaciones de último momento, era en extremo improbable.Otras veces contaba con una muerte lenta, previsible, ya viejo en mi lecho de enfermo, ya cansado de mi larga vida de pecador, donde una extremaunción venía a establecer una especie de borrón y cuenta nueva que me asegurase la vida eterna.Pero contra eso también chocaba el anecdotario que nos hablaba de muertes súbitas, de pecadores fulminados por el rayo del castigo divino, que oportuno burlaba los designios del pecador de burlar a su vez el mandato divino. Había que eliminar la posibilidad de una salvación por casualidad o calculada fríamente, Dios lo tenía él ya todo calculado, y no había ningún resquicio para la casualidad ni ninguna posibilidad de que se descuidase y poder colarse furtivamente sin que San Pedro nos pidiera rendición de cuentas.Los datos eran contradictorios, y por veces no entendía nada. Por un lado estaba el arrepentimiento a tiempo, que in extremis mortis nos podía procurar la salvación, y que era mi sola esperanza. Por otro lado se hablaba de una balanza, en la que se debían pesar las buenas y malas acciones. Unas en un platillo, otras en el otro. Demás está decir que en mi balanza solo un platillo estaría cargado. Decididamente, a juzgar por los hermanos, por la vieja, mis tías, abuelos y todo el mundo, no iba a haber casi ninguna buena acción que yo pudiera poner en el otro platillo.A veces nos inspiraban con las vidas de santos, que ya desde la niñez mostraban sus tendencias hacia esa vida de perfección y beatitud que posteriormente les habría de procurar la santidad; intentaba encontrar en qué imitarlos, pero o me parecían muy bobos, anticuados e imposibles de emular, o realizaban acciones de tal heroicidad que más bien podría decirse que la suerte los ayudaba poniéndoles en el camino las oportunidades para ejercer sus capacidades de ser buenos.Estaba, pues, de acuerdo con todas las probabilidades, bien frito, a menos que me hiciese cura.

Etiquetas:

martes, marzo 13, 2007

La maldita TV

Siguiendo (¿siguiendo?) con el tema cultural, quiero referirme hoy un poco a nuestra TV. Tengo dos noticias:

LA BUENA: Una investigación realizada por una de las encuestadoras serias del país, demostró irrefutablemente que Crab es la ÚNICA persona en la Argentina que no ha visto nunca Gran Hermano. En principio pareció que le disputaba el cetro un indígena yamán que habitaba en una choza frente al lago Fagnano, a 50 kmts. de Río Grande, en Tierra del Fuego, quien alegó que a su vivienda no llegaba la energía eléctrica; pero una visita sorpresa de los encuestadores reveló que tenía su propio grupo electrógeno, y que estaba abonado a Direct TV. Además, era chileno.

LA MALA: El sábado murió el inolvidable Ricardo Espalter.

Conocí a Espalter, y el grupo que integraba, que entonces se llamaba Telecataplun, a través del semanario Marcha, que era entonces de culto para toda la juventud de izquierda, en la época del infausto Ongania. Todos los jueves por las noches, a pesar de vivir en Belgrano, me llegaba especialmente hasta el kiosco de 9 de julio y Corrientes para comprarla a primera hora, y devorarla. En sus críticas de literatura, música y cine colaboraba lo mejor del mundo intelectual uruguayo, que nada tiene que envidiarnos. La columna gremial, por ejemplo, estaba escrita por... ¡Alfredo Zitarrosa! Bien, un día me entero por Marcha de que en la TV uruguaya actuaba un conjunto llamado Telecataplun, que a juzgar por los encomios de la crítica, daba ganas de irse hasta el Uruguay, poner la TV, y verlos. Tal el respeto intelectual que nos inspiraban sus críticas.

Pasaron un par de años, y como es fatal, Telecataplun debutó en la Argentina. Todo lo que había anticipado Marcha se cumplió. Un excelente libro, escrito por Los Lobizones, seudónimo detrás del cual se escondían dos periodistas que ocultaban su identidad (que todos conocían) por temor al desprestigio. Un conjunto de actores sin vedettes, en el que ninguno destacaba, porque todos tenían igual jerarquía artística. Y sobre todo, una concepción del humor nonsense, poco cultivado hasta entonces entre nosotros. Cada cuadro se articulaba en torno a una situación. Por ejemplo, una mano que toca un timbre y una puerta que se abría. A partir de ese esquema se generaban montones de situaciones absurdas.

Y así. Telecataplun no paraba de sorprendernos.

Por supuesto, fue éxito durante muchos, muchos años. Fue cambiando de nombre: Jaujarana, Hupumorpo, Hiperhumor. Fue cambiando sus sketches, y adaptándolos al sofovichiano (a quien me olvidé creo de incluir en mi lista de chantas) esquema argentino. O sea, el esquema de la peluquería, de la barra del café, etc. Así, la exTelecataplún pasó a tener cuadros fijos, con situaciones repetidas, porque al público, supuestamente, le interesa mirar siempre lo mismo.

Pero igual mantenían su calidad creativa. Había un cuadro inolvidable, personificado por el también inolvidable Raymundo Soto, que se llamaba "Noches Cultas". En él, Soto, vestido de frac e iluminado por una vela con un candelabro (debido quizás a que se había cortado la luz en el canal: nunca se aclaraba) presentaba sus "acostumbradas" Noches Cultas. Estas eran un anticipo de lo que después harían Les Luthiers.

Hace un par de años, Berugo Carámbula, con quien trabajamos juntos en una producción de TV, y que era entonces el pibe que empezaba a tocar cositas con su guitarra y a imitar a Louis Amstrong, me contó, memorando esos tiempos, que Les Luthiers se les presentaron para hacerles conocer lo que estaban haciendo, y que ellos los habían invitado a participar en un programa. ¡Cómo son las cosas, hoy nadie conoce a Telecataplum, a pesar de haber sido nada menos que un antecedente de Les Luthiers!

Poco a poco, la estrella de Telecataplum se fue extinguiendo. Fueron muriendo algunos de sus integrantes, otros tomaron rumbos diferentes. El grupo inicial, formado por Ricardo Espalter, Raimundo Soto, Andrés Redondo, Emilio Vidal, Julio Frade, D'Angelo y Berugo Carámbula, junto con dos mujeres (parece que el grupo era machista) que más bien hacían de partenaires, nada menos que Graciela Acher y Henny Trayles, se fue disgregando.

Siguieron algunas creaciones de Espalter, sobre todo, que seguía siendo genial, pero ya no era lo mismo. Ahora todo giraba en torno de su protagonismo. Había dejado de ser un grupo efectivo y homogéneo, para pasar a basarse en individuales.

Telecataplum, pese a su origen uruguayo, fue un importante aporte al humor de la TV argentina, como suele suceder. Debemos tanto a los uruguayos y ellos nos deben tanto a nosotros (no debieran olvidarlo los que joden con las papeleras, por más que tengan parte de razón)...

Conocí a Espalter y Almada (por ahí digo que cuando puedo trabajo en producción de cine) haciendo juntos una olvidable película (no fue culpa de ellos, claro). Como sucede siempre en estos casos, durante tres meses fuimos excelentes amigos. Fue curioso comprobar que Espalter era el antiestereotipo del humorista: permanecía serio todo el tiempo, preocupado por su trabajo y por lo que tenía que hacer a continuación. Igual Almada, con quien eran inseparables. De tanto en tanto, y basados en mi excelente memoria, memorábamos aquellos tiempos, ya entonces idos. Con nostalgia y cariño.

Este es, pues, mi humilde y sentido homenaje a Espalter. ¡Gracias por toda la felicidad que nos brindaste, Ricardo!

Etiquetas:

Queremos que haiga más cultura

Mi ofrecimiento del domingo de una lista de películas memorables de la historia del cine, sólo despertó el entusiasmo de... 1 persona, Carolain, que desde este momento tiene erigido un altar en este blog.
¡A ver muchachos si levantamos un poco la puntería con esas cosas de la cultura, eh!

Etiquetas:

Arlés



Conocía a Arlés (los franceses pronuncian Arl), por supuesto, a través de La Arlesiana, de Bizet, y sobre todo de Van Gogh, que se pegó ahí el escopetazo.


Hace unos años, la conocí visualmente, al ver una película, Ronin, protagonizada por Robert De Niro y Jean Reno. Era la clásica película de espías, persecusiones y tiroteos en autos que se estrellan, etc. Cuando los autos que vienen desde Niza, aparecen de repente después de una curva en la plaza de Arles (situada a unos doscientos kilómetros: una de las tantas magias del cine), aparece de pronto un letrero que dice: "Café Van Gogh", y entonces paro las antenas. Sigue la persecusión, los tiros, y de pronto entran en un coliseo romano. ¿Qué es esto? Sí, tal cual, un coliseo como el grandote que está en Roma. Siguen los tiros dentro del coliseo (y no les voy a contar la película, aunque visualmente vale la pena verla).


La cuestión es que había ido a verla con mi hijo menor, a quien le digo al salir del cine: "te prometo que un día vamos a ir juntos a ese lugar".


Años después, mi hija la de España, que estaba becada con tutti fioqui en Madrid, me dice: "papá, tengo un departamento de la puta, si no venís ahora, alojamiento y comida gratis, nunca vas a conocer Europa". Había cobrado unos mangos, y allá nos fuimos con Matías.


Primero, por esas cosas que tienen a veces las aerolíneas, nos regalan una escala en París de una semana, y luego la vuelta a Madrid. No voy a hablar de esa semana en París: todo el mundo ya ha hablado y no voy a agregar nada nuevo (aunque pensándolo bien, quizás podría...).


Volvimos a Madrid, que, como dijo mi hija: "Ah, es que si primero fuiste a París, Madrid claro que no te va a gustar". Pero ahí me esperaba una sorpresa: mi hija terminaba su beca, se recibía suma cum laude, y me invitaba (en esos días era mi cumpleaños) a un viaje por toda la Costa Azul. Pero yo, que ya me había asesorado por un amigo también becado muchos años, pero en Francia, le dije: "bien, pero la única conditio es que quiero conocer Arlés, que queda a 50 kmts. de Marsella. Desviarnos 50 kmts., que con el regreso serían 100, la verdad que no era exigencia.


Arlés es la capital de la famosa Provence, la del ajo y el perejil. La tierra de los caballos, donde se filmó Crin Blanca, de Lamorisse. La foto es una postal, que me avergüenza, pero que algo ilustra, ya explicaré.


Cuando uno entra a Arlés, lo primero que ve es la plaza central (la que aparece en Ronin), con su café Van Gogh, tal cual la pintó el mismo. Pero claro, el café no se llamaba entonces Van Gogh.


Arles es una ciudad moderna, con muchos atractivos de todo tipo. Si uno se desvía por una de las tantas rutas que confluyen a y desde la ciudad, se encuentra sobre uno de los tantos recodos del Ródano con el puente levadizo que inmortalizó Van Gogh en Las Lavanderas, donde está todo tal cual: faltan tan solo las lavanderas. Esa escena quise inmortalizarla yo también y al sacar mi poderosa Nikon me encontré con que se me había acabado la película, y que había dejado los rollos vírgenes en el hotel. Entonces Lorena apeló a su humilde maquinita Kodak, que posteriormente le robaron en Torino en el mismo viaje. Así que no inmortalizamos nada. Eso sí: no encontré ningún mirasol. Quizás no era la época.


A unos 30 kmts. de Arlés está Aix-en-Provence, donde residía Cezzane, con quien tantas reyertas tuvo Van Gogh, y de camino se atraviesa un cruce que anuncia: Tarascón (el pueblo de Tartarín) de Alphonse Daudet. Aix, es también una ciudad encantadora, llena de universidades y gente joven. Pero claro, Arlés es otra cosa.


El coliseo lo usan los franceses para hacer corridas de toros incruentas, y con caballos, que es su objeto de culto.


Cerca de Arlés, hay además el famoso castillo de Beau. Parece que era un conde que, aprovechando la circunstancia de que su castillo estaba en la cima de una montaña, y rodeado de fosos protegidos por puentes levadizos, se permitía resistir las exigencias del rey o príncipe de turno. Cansado de sus impertinencias, el monarca resolvió un día hacerlo bolsa, juntó todas sus fuerzas y lo liquidó. Pero lo interesante del castillo de Beau, es que se mantiene tal cual era en la época medieval: con sus puentes levadizos, con sus catapultas, con sus máquinas de guerra. Todo lo que vemos en las películas de la época.


Vale la pena darse una vuelta. Además, de vuelta a Marsella, comienzan los maravillosos 400 kilómetros de la Côte d'Azur con su pléyade de ciudades y playas por todos conocidas, al menos de renombre. Una a veinte o treinta kms. de la otra: Antibes(1), Jean le Pin, Cannes, Niza, Montecarlo, todo en lo que nos toma en ir a Mar del Plata...
(1) Donde le pedí indicaciones a un hombre del pueblo sobre los lugares interesantes para visitar, que me indicó muy amable. Y terminó: "pero no deje, cuando se vaya de la ciudad, de detenerse en aquella parte del camino que sube. Y mire el panorama desde ahí: porque ahí arriba, ¡viven los ricos!". Y así era.

Etiquetas:

El suicidio y otras incorrecciones

CRAB ACLARA: Ante la ola de fervorosa adhesión despertada en mis amigos y lectores respecto de mi proyecto de suicidio anunciado en el post Himno a Julia, que me han hecho llegar sus manifestaciones de entusiasmo y aprobación, con expresiones como: "¡tenés todo mi apoyo!" "¡bárbaro!", "¿cómo no se te había ocurrido antes?", "¡me parece una idea genial!", "¡metele nomás!" y otras de similar calibre, agradezco las voces de aliento y estímulo recibidas, pero me veo en la obligación de aclarar que sólo se trataba de un proyecto en carpeta, de modo que debo pedirles moderen su entusiasmo. Con el tiempo lo reconsideraremos. No hay porqué ser tan literales, tampoco.
Piensen un poco, ¿qué sería si a todos los políticos se les reclamase el cumplimiento de sus promesas preelectorales? ¿a todos los abogados que nos aseguran ganaremos el pleito? ¿a todos los médicos que nos dicen que es una operación sin importancia, y luego que ocurrió un imprevisto? ¿A todos los dirigentes gremiales que prometen un ajuste salarial? ¿A todos los curas que nos prometen el paraíso? ¿A todos los musulmanes que nos prometen las 21 huríes vírgenes, y después uno va...¡y nada!? ¿o a Bush, que nos asegura que dejará Irak con la paz asegurada?
Frente a todo esto, convendrán, lo de mi suicidio es de poca monta. Pero a no desesperar, tampoco. ¿Quién dice?

Etiquetas:

domingo, marzo 11, 2007

Alcalá de Henares




Alcalá de Henares es una ciudad pequeña, casi un pueblo, que queda unos 50 kms. al norte de Madrid. Es famoso para los argentinos por muchas razones. Una de ellas es que mi hija (foto de casamiento con su orgulloso papá) estuvo estudiando becada dos años en su universidad. La misma universidad donde estudiaron Cervantes y Quevedo, que nacieron allí. Quevedo, incluso, ubica la acción de El Buscón en Alcalá.
El tren, que tarda media hora desde Madrid, se toma en la trágicamente famosa estación de Atucha. Ese día Lorena, que vive en Madrid, se había quedado dormida y llegó a tomarlo media hora después de la explosión. Debía tomar justamente el que voló en pedazos, que iba para Alcalá. El destino, que le dicen.
Pero hay además otra razón que nos hace querida a Alcalá. Sucede que por allá por los '20 vivió aquí un matrimonio de actores que se hizo muy famoso, los Guerrero, y que ganaron mucha plata aquí. Como agradecimiento y como no tenían herederos, resolvieron hacer una donación a la Argentina. ¿Y qué podían donar sino un teatro?: el Cervantes. También eran de Alcalá, así que decidieron tuviera el mismo frontispicio que su Universidad. Para ello se hicieron mandar los planos, e incluso importaron de España gran parte de los materiales que se utilizaron. Las mayólicas son evidentes.
El Cervantes sufrió muchos desastres desde entonces, además por supuesto de todos los directores y administradores que tuvo. Un gran incendio lo destruyó en gran parte, llevándose consigo muchos tesoros irrecuperables. Sede de la comedia nacional, sus restos aún perduran a pesar de la desidia de quienes lo conducen.
Como homenaje a Alcalá y a Julia, quiero agregar estos emotivos versos de mi admirado Quevedo:
AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE...

Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra
que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas, que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán cenizas, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.

Etiquetas:

sábado, marzo 10, 2007

Historia del cine

Un día, Lorena, una hija casada que vive en España, me cuenta y pide: "nos hemos hecho amigos de un matrimonio que tiene una pantalla gigante de plasma, con su home theater de majestuoso sonido, pero que no entiende ni jota de cine, y nos invita a ver los fines de semana cada bodrio que da lástima. Todo un desperdicio. Vos que sabés de cine y de su historia (esto va por cuenta de ella) ¿no te animarías a hacerme una lista de 50, digamos, películas 'de culto', porque resulta que además tenemos en el barrio un video de arte que tiene todo".
La propuesta era tentadora: hacer una lista de lo mejor de la historia del cine.
Esta fue mi respuesta, después de recorrer más de 21.000 títulos (lo que me llevó una semana) y luego de una selección muy restringida, limitarme a unos 150, y no los 50 solicitados:
"Aquí va, por orden alfabético de países, y dentro de estos, por director: un lujo. Son todas películas que he visto, no que cito de oídas o por referencias. En algunos casos, claro, las he visto en la adolescencia, y recuerdo sobre todo la impresión que me causaron: pueden por lo tanto tener menor valor artístico, pero cuando el recuerdo perdura... He incluido algunos títulos que pueden considerarse como cine experimental, pero que no pueden dejar de conocerse, como El perro andaluz, El gabinete del Dr. Caligari, etc. También algunos documentales, que figuran merecidamente en la historia del cine. No se incluyen filmes posteriores a 1970, ya que de esos conocés la mayoría. Faltaría agregar algunos clásicos del humor de los comienzos del cine, como Buster Keaton y Harold Lloyd en EEUU y Max Linder en Francia, que no tienen con sus gags nada que envidiar a Chaplin y aún lo superan; son generalmente medio metrajes o cortos: hay que buscarlos. Algunos directores, de una nacionalidad, pero que actuaron en cines de otra, figuran donde más se han destacado. Ojo con las remakes, verificar que se correspondan título y director. También hay títulos, como Bajos Fondos, de Gorki, y muchos más, que han sido filmados más de una vez, y llevan el mismo título: atenerse también al director. En caso de duda, consultame sobre la traducción o título en idioma original, ya que no siempre se conocieron con el mismo título en España que en Argentina. La calidad es despareja. Algunas películas han sido incluidas porque, por una razón u otra, han pasado a ser clásicas, como podría ser el caso de El halcón maltés, ¿Por quién doblan las campanas, Beau Geste y me atrevería a decir que Casablanca. Depende también del estado de ánimo, benevolencia y nivel de tolerancia del momento en que confeccioné la lista. Ésta podría variar según los días. Me asaltó la idea de hacer un pequeño comentario, o incluir al menos los actores, pero esa sería ya una tarea de mayor envergadura, que posiblemente algún día me anime a acometer. Por supuesto nunca vas a encontrar Humoresque, ya recomendada, y si la encontrás, no te va a hacer reír, puesto que en realidad se llama Loquibambia, y su director es POTTER, H. C. (EEUU), ¿ves el problema de citar de memoria?Te agradezco doblemente me hayas encomendado esta tarea: por un lado, me he entretenido mucho confeccionando esta lista, y por otro, me ha traído montones de recuerdos, y de ganas de volver a ver muchísimos de estos filmes. Espero ansioso tus comentarios, y ojalá que las primeras experiencias no te desalienten, porque hay para todos los gustos. Toda antología, por fuerza, es incompleta e injusta".
Como a Crab le gusta compartir cosas con los amigos (sobre todo cosas inmateriales), pongo la lista a disposición de quienes la deseen. Solicitarlo a mi e-mail: será enviada de inmediato.

Etiquetas:

Adoos