Haroldo Conti IV
Como el tema Haroldo ha gustado, y no lucro con él, sino que son recuerdos desde el corazón, les sigo contando, aunque mi idea era cortarla con Haroldo III.
Esta es una muy sentida, que como han pasado más de treinta años, se puede contar. Algunos diferirán, quizás.
A Haroldo le gustaban todas las mujeres. TODAS. No había ninguna a la que no le encontrara algo atractivo.
Ya habrá más sobre este tema. Y serán temas graciosos, que éste no lo es tanto.
Pero tenía una ética, que finalmente rompió con su última nefasta conquista: todo lo que fuera sexo, bienvenido. Pero nada de pensar en el amor y en su eventual divorcio: Dora, su mujer, y sus hijos, eran sagrados e intocables.
Haroldo era profesor en varios secundarios. Al principio enseñaba latín y literatura, pero un día resolvió que era demasiado y se refugió en una materia que fue sucesivamente Instrucción Cívica, Educación Democrática, y que iba cambiando de denominación según el gobierno de turno. Aprovechaba desde esa cátedra para despacharse a gusto contra el imperialismo y sus cipayos de turno. Los alumnos, ni hablar, encantados: la materia no existía, todos eximidos.
Por ese entonces enseñaba en un colegio nocturno, de modo que las alumnas ya eran grandecitas. Una de ellas le pide un día tomar un café para tener una charla, y le confiesa estar totalmente enamorada de él.
Él, fiel a sus códigos (que implicaban, olvidé, advertir a las interesadas) le dice que todo vale, menos pensar en el amor. Que para él su matrimonio era sagrado y no estaba en juego.
La chica dice que no le importa, que lo ama y está dispuesta a todo.
Pasan unos meses, y la chica viene con la noticia de que estaba embarazada.
Haroldo pregunta:
-¿Y qué pensás hacer?
-Tenerlo, por supuesto.
-¿Cómo tenerlo? ¿En qué habíamos quedado? Yo no puedo darle mi nombre.
-Tampoco te lo estoy pidiendo. Sólo quiero tener un hijo tuyo. Pienso tenerlo sin tu ayuda y darle mi nombre, así que no tenés que preocuparte por nada.
Unos días después, va al colegio un señor que pide hablar con Haroldo. Era el hermano de la niña. Cuando le anuncian la visita, Haroldo se asusta un poco.
-Mire, yo vengo a verlo porque X nos ha dicho que espera un hijo suyo.
-Sí, pero yo le advertí claramente que nuestra relación no implicaba ningún compromiso de mi parte.
-Correcto, eso es lo que ella nos ha dicho. Mi presencia aquí y mi deseo de conversar con usted era para saber si lo que nos había contado era o no verdad. En otras palabras, nada más que para conocer al padre de mi sobrino.
Eso fue todo.
Según me contó Haroldo escuetamente, como el final de una película, ocho meses después recibió una de esas tarjetitas con las que se comunican los nacimientos, con una leyenda que decía:
"Soy XX (apellido de la chica), y nací el día xx/xx."
De este episodio no hay mucha gente que esté enterada, y lo que es más triste, ni aún el mayor interesado en saberlo.
De modo que por ahí ha de andar un hijo de Haroldo que nadie conoce, que muy probablemente ni siquiera él mismo lo sepa, y que quizás con el tiempo llegue a ser un escritor famoso.
Etiquetas: Los amigos.
4 Comentarios:
perdón, no elegí las palabras adecuadas. pero me chocó un poco leerlo, era su vida íntima.
carolain
Sí, quizás tenés razón. Pero a él le importaba poco eso, tanto es así que esto lo contó en una reunión de varios amigos muy cercanos. Pero era su costumbre divulgar estas cosas que normalmente permanecen dentro de uno.
Le importaba poco haber tenido un hijo.
Mirá vos.
No, Gabriela, no: le importaba poco su vida íntima. ¿Por qué nos cuesta tanto admitir que hay personas maravillosas que son completamente distintas que nosotros?
Y el que avisa no traiciona: pienso que acá quien intentó la trampa fue la chica. O quizás no, quizás lo quería tanto que quiso tener un hijo de él a todo costo.
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