Esta tarde, como compensación, tenemos "recreación". Recreación consiste en que vayamos todo el colegio hasta el arroyo, al costado de la quinta de Ayerza, y juguemos la clase de juegos que inventa el ingenio de los hermanos. Las más de las veces, cuando el ingenio se acaba y la tarde se hace interminable, todo termina en un partido de fútbol.El asunto del fútbol es fuente de mis preocupaciones. A veces me toca participar y a veces no. El procedimiento de selección no tiene nada de democrático: los dos más grandes de la clase, Ascencio y Aguilera, revolean una moneda. El que gana elige a su primer compañero, el otro al suyo, y así hasta completar los once de cada lado. Como somos cuarenta, siempre sobran dieciocho, que se pasan el resto de la tarde como boludos, paseando por la orilla del arroyo, juntando ranitas o escarabajos.Yo, con mi mediocridad habitual, siempre resulto elegido entre el décimo o undécimo lugar. Y muchas veces ni eso, y me quedo afuera. Esto es cuando no falta ninguno de las cuarenta a la recreación y las posibilidades de elección de los dos ursos son más amplias.Por supuesto, aún en el mejor de los casos, en que resulte elegido, tengo que ir de arquero. Es que la formación de los equipos responde a una consigna preestablecida, y la composición de estos se hace conforme a un sistema de lealtades y clanes de barrio de los que estoy excluido.La clase, en general, está dividida en dos grandes sectores: el de los que juegan muy bien al fútbol, o a otra cosa, y el de los que estudian, leen libros y saben cosas interesantes. La excepción es Piera, que juega muy bien al fútbol y está casi todos los meses en el cuadro de honor pero que es despreciado por los demás estudiosos porque dicen que estudia de memoria. Piera saca todos diez, los otros sacan muchos nueve.Con Piera mi vieja cometió un error, que me costó un disgusto con Coco. Pero entonces tengo que hablarles de las medallas. Los curas daban todos los años una medalla de oro (decían que era de oro: en realidad era bañada) al mejor alumno en cada materia, o mejor dicho, al que sacase diez de promedio. Había dos que siempre eran mías: lectura y matemáticas. Pero además había otra medalla que no tenía nada que ver, que era la medalla al mejor amigo, que se le daba a quien llevaba al colegio un alumno nuevo. (Ahora que me doy cuenta me pregunto, la medalla era al mejor amigo ¿de quién?). Cuando yo pasé a cuarto en la escuela del estado, la vieja decidió que debía ir al San José, como lo había hecho mi hermano. Claro, cuando fue mi hermano mi viejo vivía y teníamos guita. Cuando me tocó a mí (el viejo murió cuando yo tenía cuatro), mi vieja tenía una mísera pensión que apenas dejaba para comer y tenía que ayudarse, ya vimos, cosiendo para afuera. Así que minga de San José. Pero después de unos años, no sé si las cosas empezaban a andar mejor o si el hecho de que en el barrio todos los chicos iban al San José, influyeron para que la vieja decidiera que yo no debía ser menos.Todo eso, decía, se gestó cuando terminé tercero y en las vacaciones, Entonces empezó el galanteo de las comadres en pos de la medalla al mejor amigo. Por esos vaivenes de las amistades entre las mujeres, como consecuencia de una rencilla ocasional con la madre de Coco, la vieja de Piera ganó la batalla. En realidad Piera (Carlitos, para su mami), nunca había sido santo de mi devoción, ni lo fue después. Por un lado, me hinchaba las pelotas que la vieja me lo pusiera siempre de ejemplo: "Carlitos saca diez en todas las materias", "Carlitos está todos los meses en el cuadro de honor". Por otra parte, si bien era del barrio, no era de la cuadra: vivía dando vuelta a la esquina, en la calle Sarmiento y frente a la vía. El barrio, propiamente dicho, era en realidad la calle French, desde la vía hasta Rivadavia. Piera era, en cierto modo, un fronterizo, sospechable de volcar sus inclinaciones en cualquier momento hacia otra barra.Yo tampoco le gustaba demasiado, a decir verdad. Previo a la aquiescencia de mi vieja, fui invitado dos veces a la casa porque: "yo quiero, Delia, que los nenes se hagan amigos", según dijo la madre de Piera. Una de esas casas todas limpitas y ordenadas, donde a uno le da miedo entrar y que no se han hecho para jugar. Pero Piera era una cagada, ni a mí me interesaba ni yo le interesaba a él, excepto por la medalla que habría de depararle y que serviría para acrecentar más aún su cuantiosa colección de trofeos.De modo que fui dos veces, ni sé por qué fueron dos, jugué con mucho miedo de romper algo o dejar algo fuera de lugar con los lujosos juguetes (lo único bueno que tenía), y nunca más volví.Con Coco era otra cosa, su casa era despelotada como la mía, y bien sucia, a raíz de la herrería del viejo que estaba a un costado. La mía no era sucia, pero de algún modo daba a entender que un poco de suciedad no habría de arruinar demasiado la cosa.Piera jugaba bien al fútbol, y a veces, como hoy, que faltó Aguilera, él es uno de los dos grandotes que eligen al resto del equipo. Por supuesto, ya sé quiénes serán los primeros elegidos. Es una rutina tan absurda que casi debiera obviarse. Los primeros cuatro o cinco de cada lado son elegidos con una mirada o una señal con la cabeza. Hasta ahí hay un consenso general y todos están callados: una especie de ley del gallinero en donde todos saben quiénes están por encima y aceptan la gradación jerárquica. Pero a partir de ahí comienza una tierra de nadie donde las pretensiones son más o menos parejas. Es la franja de los mediocres. Aquí la elección empieza a ser más lenta, más cautelosa, y cada grandote mira cuidadosamente al rebaño que va quedando para apartar, sin dejarse perturbar ni influir por los gritos de: ¡a mí! ¡a mí!, de los que van quedando. A la vez, uno va contando a los que quedan, cuenta cuántos quedan por elegir, y conforme al orden jerárquico del gallinero, puede ya calcular si va o no a ser elegido. Los "intelectuales", por su parte, se autosegregan. Sólo de casualidad, si ese día faltó mucha gente, serán llamados de relleno, y de acuerdo con todas las chances, para ir al arco.Quedan por elegir uno por cada lado y es el último turno de Piera. Mis gritos tienen en el fondo un sentido de exigencia que solo él y yo podemos entender. Al fin me mira y quizá acordándose de la medalla (digo, por su cara casi de resignación), dice: "Ruben".Por supuesto al arco, pero algo es algo. A veces, especialmente cuando hace frío y no tengo ganas de andar parado toda la tarde en el arco cagándome de frío en pantaloncitos, prefiero quedarme afuera con los sabihondos, entonces hasta me doy el lujo de hacerme el interesante y no gritar a mí, a mí, cosa que por otra parte le tiene sin cuidado a nadie, excepto a mí mismo. Otras veces, como ahora que hace una hermosa tarde de sol, no de esas de verano, en que el sol parece rajar las piedras, sino de este lindo sol de casi primavera, que calienta sin quemar, me dan las ganas y me da mucha bronca cuando no me eligen. Por otra parte, esto de andar siempre con los tragas, le da a uno una fama, cómo diría, no propiamente de maricón, pero por lo menos un no se qué de sospechoso.Así que, como de costumbre, yo navegaba siempre entre dos aguas, a veces intelectual, a veces deportista y como de costumbre, sin destacarme en ninguno de los dos terrenos.Es que en el cuadro del barrio, donde mi puesto de arquero era permanente, yo jugaba con rodilleras y por lo menos no me raspaba las rodillas. Aquí eso era a la vez un signo de ostentación y de debilidad, de modo que tenía que pelarme las rodillas contra el duro terreno (minga de pastito) o dejarla pasar y aguantarme las puteadas. Como éste que me metieron ahora a pesar de la estirada...Terminó el partido y ganamos dos a uno, lo que minimizó mis culpas. En realidad, el gol que me metieron fue la única pelota que llegó hasta el arco, así que no puede decirse que yo haya contribuido mucho a que ganáramos. De todos modos, el placer de la victoria se compartía entre todos. Es que ser arquero es una cosa jodida: si uno hace una cagada todo el mundo se da cuenta y te dice de todo. Por mucho que te rompas y atajes por todos lados, en cambio, nadie parece darse cuenta. Lo que cuentan son los goles: los que hacés o los que te hagan, y en eso el que juega adelante tiene la ventaja.Ahora venían los premios para el vencedor. Estos curas siempre con la manía de la incentivación. Generalmente, los premios consistían en caramelos o pavadas así, que al final terminaban repartiéndose por partes casi iguales entre los vencedores y los vencidos, con lo que se iba a la mierda la incentivación, porque uno sabía de antemano que ganara o perdiera siempre comía caramelos.
Etiquetas: La niñez
2 Comentarios:
My friend!!
Estuve ausente del mundo blox uns dias...fiebre..a la gente le decia que tenia dengue y nadie me rompio las bolas.La pase feliz con mi Novieta tambien enferma.
Mucho Farmacity,DVD Club caro,comiamos en Panini y si pintaba el amor...se nos iba la fiebre a 39 y despues nos duchabamos..todo muy ok!
Como se despacho Mr Crab!Viajes,hijos,fotos,colegio,religion..lei todo.
Me gustaba el futbol y me elegian rapido y le confieso que a veces elegia yo.Nunca vi una contadccion entre los libros y el fulbo.
En fin.Le auguro buen futuro a este blox.
Esperemos que se de una vuelta Hip Hop Lee Tah...ella mueve un publico ABC1.
En Gran Hermano,hicieron que vuelva Claudia a la casa.Una yegua rubia que explota de Silicona!!!!Crab de mi Alma!!
Cariños
A
No amigo A., esas cosas no se hacen: hay que dar parte de enfermo, así uno no se preocupa...
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