Mascaró


Alea jacta est

Crab no se responsabiliza por las opiniones vertidas en este blog, que a veces ni siquiera comparte.

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La idea de este blog es crear un espacio amable y compartir recuerdos, puntos de vista o apreciaciones con gente amiga o en proceso de serlo. Por tal motivo queda prohibido el acceso de energúmenos, cuyos comments serán eliminados. Crab atenderá y contestará por línea directa (ver Perfil) a todos los que quieran insultarlo, amenazarlo, amedrentarlo, despreciarlo o menoscabarlo. Quienes busquen sus efímeros 15´ de fama aquí, no los encontrarán.

Los contenidos de esta página pueden afectar creencias tradicionalmente aceptadas respecto de cualquier institución, grupo o individuos, tales como el estado, el gobierno, la iglesia, el sindicalismo, las fuerzas armadas, la familia, el capitalismo, el imperialismo, las madres de Plaza de Mayo, la Asociación Argentina de Fútbol, el Ejército de Salvación, la Organización Scoutista Argentina, los homosexuales, los negros, los judíos y los chinos. El acceso a la misma por parte de menores de edad queda librado por lo tanto a la responsabilidad y vigilancia de los señores padres.

viernes, febrero 29, 2008

Celos


Hoy quiero ser breve: sólo esta imagen (seguirán muchas).

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viernes, febrero 22, 2008

El tema de la semana - Bobby Hackett - Moonligth in Vermont

Solucionado el problema técnico, volvemos a presentar nuestro tema predilecto.
Éste, de Bobby Hackett, ya está comentado en nuestro post del 13 de enero. Léanlo, si les interesan los datos. Y si no, lo mejor, simplemente disfrútenlo: es una maravilla.
Crab, que apenas puede entender que haya otra música aparte del jazz (Bach, Stravinsky, Bartok y todos esos), pero espíritu tolerante al fin, les pide aunque les gusten esas cosas, que al menos por favor escuchen esto.

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Los fines de semana de Crab


Las ramitas (se pueden observar las puntas, secándose apuradas)

Un día a Crab le sobraba algo de guita y, a instancias de su entonces mujer, decidió comprar un terreno para hacer alguna vez una casa de fin de semana.
Eligió un barrio llamado Parque Leloir, a un costado de Castelar, donde iba de chico en bicicleta.
El terreno estaba pelado, y por eso lo pudo comprar. Los terrenos en esa zona se cotizan por la arboleda que tienen. Y ese no tenía ni un árbol.
Crab, con tiempo y paciencia, fue plantando cada uno. Ése es su orgullo. Cada árbol.

La araucaria de Crab

Como hacía su abuelo, a los noventa años, mientras Crab lo miraba y pensaba en la "abeja, haces la miel, no para ti, sino para los otros", de Hesíodo (Los trabajos y los días).
Poco tiempo después, los préstamos para edificar se hicieron accesibles y Crab se hizo su casa.
Los árboles todavía eran pequeños, pero iban creciendo...
Con los años, hubo que empezar a podarlos. Otro tanto con los cercos de grateuse, que dan esos frutitos de varios colores que tan lindos son. Pero que tienen unas espinas que se te clavan como puñales y que hay que mantener a raya, porque crecen, crecen...
Uno de los grandes orgullos es la araucaria. Crab, viejo frecuentador del Delta, siempre las admiró en lo de su amigo Haroldo, y decidió tener una en su casa.
Crecen diez milímetros por año, dijo un día un amigo que vivía en Zapala, y conocía de maderas y árboles. Fue así. Los primeros años... Después, el crecimiento se hizo exponencial.
Hoy Crab se rindió. Ya casi no poda. Deja que crezcan, y cada tanto, cuando se convierten en un peligro, llama a alguien con su motosierra a que les dé una lección de humildad.
Pero hay algo que no se puede evitar: a la araucaria se le secan las ¿ramitas? que tiene y se caen en el suelo, sobre todas las demás plantas, sobre todo el terreno, y se convierten en una obsesión de Crab, que debe ir todos los fines de semana, ponerse unos gruesos guantes, y juntarlas una por una, en una tarea monótona, interminable (¿de dónde sale tanta energía en forma de ramitas secas?) e inútil, porque la semana que viene todo estará como entonces.
Me hace recordar a Simone de Beauvoir, en el Segundo Sexo, cuando habla de las tareas de las mujeres en el hogar: limpiando esas motas de polvo que mañana volverán a estar, lavando esos platos que mañana se volverán a ensuciar.
Amigos, sólo puedo dejarles este legado espiritual:
1) No compren casa de fin de semana: se llenará de amigos que vienen sólo a la pileta, pero que no ayudarán a recoger ni una ramita de araucaria.
2) Si la compran, no planten una sola araucaria. Y si hay ya una plantada, denle con el hacha sin piedad.

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martes, febrero 19, 2008

El cuento más breve del mundo:

LA MÁQUINA DE BORRAR TEXTOS

Autopromoción

Últimamente, los blogs se han transformado en espacios publicitarios donde el responsable invita a comprar su libro, escuchar su recital de poesías, o inscribirse en sus talleres literarios.
Crab, obviamente, no quiere desaprovechar esa apertura, e invita a los parroquianos que frecuentan el blog (que los hay, los hay) y que a la vez gusten de su escritura, a conocer el cuento que presentó en el concurso que realiza Diario de un Neurótico, y que fue publicado el 15 de febrero.
Por lo menos, léanlo. Si además les agrada, vótenlo. Después les presto los libros.

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Un poco de Yeats no hace mal a nadie

Had I the heaven’s embroidered cloths,
Enwrought with golden and silver light,
The blue and the dim and the dark cloths
Of night and light and the half-light,
I would spread the cloths under you feet:
But I, beeing poor, have only my dreams;
I have spread my dreams under your feet;
Tread soflty, because you tread on my dreams

En mala traducción de Crab, que no es poeta ni de cerca:

Tuviera las más celestiales ropas
Embellecidas con luces de oro y plata
Azules y opacas y oscuras ropas
Para noche, día y penumbra,
Esparciría esas ropas a tus pies
Pero yo, al ser pobre, sólo tengo mis sueños
Extendí mis sueños a tus pies
Písalos suavemente, porque estàs pisando mis sueños

W.B.Yeats

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lunes, febrero 18, 2008

Arte en sólo una hoja de papel

Estas son algunas de las presentaciones a un concurso realizado por la Hirshorn Modern Art Gallery de Washington, DC. La regla era que el artista sólo podía utilizar una hoja de papel.
Vean algunos asombrosos ejemplos de creatividad





















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domingo, febrero 10, 2008

Vanidad


Como Crab anda con pocas ideas, y las pocas que tiene, tiene paja de explayarlas, recurre a sus bien provisto archivos (y bué, algo tiene que tener) para no tener que laburar justo hoy, domingo.
A continuacíon, algunas frases antológicas sobre los vanidosos:

Su egolatría es una compensación de la naturaleza para su mediocridad.
Su ego es lo único que crece en él sin que nada lo alimente.
No tienes que darle la mano cuando te la extiende: tienes que besársela.
Es más bien una advertencia que un ejemplo.
Se hizo a sí mismo, pero debió consultar a un experto.
Se hizo a sí mismo, y libró a Dios de una gran responsabilidad.
Se hizo a sí mismo, pero abandonó el trabajo sin terminar.
Se hizo a sí mismo, y uno no sabe si se está jactando o disculpando.
En su cumpleaños manda telegramas de felicitación a sus padres.
Cuando se mira al espejo, hace una reverencia.
Puede permanecer más tiempo en una hora, que el resto de la gente en una semana.
Cuando ya no queda nada por decir, él lo sigue diciendo
Si ves a dos tipos, y uno tiene cara de aburrido, el otro es él.
Te priva de tu soledad, sin proveerte de compañía
Hay un momento en que se pone interesante: cuando se va
Puede envolver una idea de un minuto en un vocabulario de una hora
Tiene diarrea de palabras y constipación de ideas
No abre la boca a menos que no tenga nada que decir
Tiene una gran cultura: puede aburrirte hablando de cualquier tema
Se ofende si otro habla cuando él interrumpe
Lo vacunaron con una púa de fonógrafo
Debiera alquilar la lengua como cazamoscas
No sólo quiere tener la última palabra, sino las últimas quinientas
Tiene tan grande la boca que puede susurrar en su oreja
Tiene la lengua tan larga que puede cerrar un sobre una vez que lo puso en el buzón
Lo único que le puede quitar la última palabra es su eco
Le toma media hora decirte hola
Puso la mente en blanco, pero olvidó apagar el sonido
Tiene una mente amplia: se aproxima a cada problema con la boca abierta
No podrías meterle una idea adentro ni que la doblases en dos
Nunca puede esperar para ver lo que va a decir
Escucha una conversación sólo cuando él está hablando
Puede leérselo como un libro, pero no cerrárselo tan fácilmente
Es una bocalamidad
Sería mejor si su cerebro trabajase tan ligero como su lengua
Trepa por la escalera del éxito besando los pies del que está arriba y pisando la cabeza del que está abajo
Nunca falta a su palabra (sin consultar con su abogado)
Cuando dice buenos días, los demás llaman al servicio meteorológico
Es un hombre de palabras
Tiene tanta conciencia como un zorro en un gallinero
Cuando te palmea la espalda está viendo dónde clavarte el cuchillo
Todo lo que tocaba se convertía en oro, pero el juez le ordenó restituirlo
Cambia de posición más rápido que un limpiaparabrisas
Cuanto más protestas de honestidad haga, más fuerte tenés que agarrar la cartera
Ojo cuando te estrecha la mano: está tratando de que se te caiga algún mango del bolsillo
Cuando dejó su último departamento el dueño lloraba: le dejó debiendo un año de alquiler
Es tan falso que tiene caries en las muelas postizas
Da públicamente y roba privadamente
Es tan hipócrita como el dueño de una funeraria poniendo cara de triste en un entierro de 100 palos.
Es muy generoso con los amigos: comparte con ellos lo que estos tienen.
Es tan falso como la sonrisa de un dentista
Nunca olvida un favor (si es él quien lo cometió)
Hay que tener buen temple para ver lo liberal que es con la guita que nos debe
Cuando era chico se fugó con un circo, pero la policía lo atrapó y se lo hizo devolver
En un tiempo estuvo conectado con la policía: con un par de esposas
En un tiempo tocaba el órgano: después se le murió el monito
Si le prestás plata nunca más lo ves. Y es un buen negocio.
Es tan desagradable que ni la sombra le quiere hacer compañía
Podés decirle cualquier cosa: tiene cabeza a prueba de sonidos
Es tan estrecho de mente que puede mirar por una cerradura con los dos ojos.
Argumentar con él es como tratar de leer el diario en el colectivo
Tiene una mente muy abierta: deberían cerrarla para repararla.
Piensa que todo el mundo está en contra de él. Y es cierto.
Puede hacer más preguntas incisivas que un inspector de réditos.
Uno de estos días perderá la cabeza, y todo indica que no se dará cuenta
Lo primero que hace por las mañanas es cepillarse los dientes y afilarse la lengua
Su problema es que alguien le recomendó una vez que tratara de ser él mismo
Encontraría fallas hasta en el Paraíso
Cuanto menos sabe, más obstinadamente lo sostiene
Cuanto más estrecha su mente, más amplias sus afirmaciones
Es un genio arguyendo sobre cosas que no conoce
Piensa dos veces antes de hablar, así dice algo mucho más estúpido que si lo hubiese largado de entrada
Es tan estimulante como una tumba en húmedo domingo
Es tan estimulante como un limón apretado
Tiene un talento único para extraer dificultades de cualquier oportunidad

sábado, febrero 09, 2008

Espectáculo insólito e intolerable. Mezcla berreta








Fíjense bien que berretada, ¿cómo puede haber alguien a quien se le ocurra mezclar Jack Daniels con Coca?

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Advertencia india



Leyenda en una van de Nueva Delhi.
Así que saben, chicas, no los hagan esperar: es en vano.

sábado, febrero 02, 2008

La muerte de Germán Rozenmacher



La primera mujer de Crab fue compañera de Facultad de Germán. Venía a casa a preparar materias con ella porque en su casa no había comodidad. Lo recuerdo bien, tal como está en la foto. Además, por su deslumbrante inteligencia, lo que encanta a Crab porque siempre piensa que algo le puede quedar pegado. Era una persona con ideas bien definidas, que sostenía con firmeza y convicciòn.
Anoche, cenando con mi hija y mi ex, nos pusimos a recordarlo.
Y a recordar su trágica e increíble muerte.
Cuando terminaron la facultad, dejaron de frecuentarse. Ya entonces Germán y Chana, su mujer, tenían su primer hijo. Cuatro años después, nace el segundo. Entonces se van a pasar unas vacaciones en Mar del Plata, en un departamento que les habían prestado, porque Germán se dedicaba con todo a escribir y, eso sabemos, no da guita.
Llegaron, se instalaron, y a las horas, el hijo menor, de unos seis meses, comienza a ponerse inquieto, a llorar, agitarse. Le dan convulsiones. Como la cosa se ponía fea, resuelven ir todos al hospital. Ahí lo revisan a fondo y como si bien acusaba cierta mejoría,n o dan con la causa del malestar, el médico recomienda tenerlo en observación toda la noche. Entonces Germán le dice a Chana: "Vos quedate a pasar la noche con él, y yo me voy con el hermano a dormir al departamento. A las 9 en punto estamos acá de vuelta".
Así hicieron. A la mañana siguiente, son las 9.30, las 10, y nada. La mujer empieza a preocuparse, porque Germán era muy puntual. Finalmente, le dice al médico: "Mire, doctor, mi marido me dijo que venía a las 9 sin falta, y son casi las once. Estoy preocupada. Creo que lo mejor es que vaya a ver qué pasa.
El médico se queda pensando, y después de un rato, le dice: "Yo voy con usted".
Llegaron juntos al departamento, y encontraron muertos a Germán y su hijo. Había un escape de gas. El médico tuvo la sospecha, al pensar en los confusos síntomas que tenía el bebé. Lamentablemente, demasiado tarde. Germán tenía 35 años.
Como un humilde homenaje, quiero presentar su quizás más famoso cuento,

Cabecita negra
El señor Lanari no podía dormir. Eran las tres y media de la mañana y fumaba enfurecido, muerto de frío, acodado en ese balcón del tercer piso, sobre la calle vacía, temblando, encogido dentro del sobretodo de solapas levantadas. Después de dar vueltas y vueltas en la cama, de tomar pastillas y de ir y venir por la casa frenético y rabioso como un león enjaulado, se había vestido como para salir y hasta se había lustrado los zapatos.
Y ahí estaba ahora, con los ojos resecos, los nervios tensos, agazapado escuchando el invisible golpeteo de algún caballo de carro verdulero cruzando la noche, mientras algún taxi daba vueltas a la manzana con sus faros rompiendo la neblina, esperando turno para entrar al amueblado de la calle Cangallo, y un tranvía 63 con las ventanillas pegajosas, opacadas de frío, pasaba vacío de tanto en tanto, arrastrándose entre las casas de uno o dos a siete pisos y se perdía, entre los pocos letreros luminosos de los hoteles, que brillaban mojados, apenas visibles, calle abajo.
Ese insomnio era una desgracia. Mañana estaría resfriado y andaría abombado como un sonámbulo todo el día. Y además nunca había hecho esa idiotez de levantarse y vestirse en plena noche de invierno nada más que para quedarse ahí, fumando en el balcón.
¿A quién se le ocurriría hacer esas cosas?
Se encogió de hombros, angustiado. La noche se había hecho para dormir y se sentía viviendo a contramano. Solamente él se sentía despierto en medio del enorme silencio de la ciudad dormida.
Un silencio que lo hacía moverse con cierto sigiloso cuidado, como si pudiera despertar a alguien. Se cuidaría muy bien de no contárselo a su socio de la ferretería porque lo cargaría un año entero por esa ocurrencia de lustrarse los zapatos en medio de la noche.
En este país donde uno aprovechaba cualquier oportunidad para joder a los demás y pasarla bien a costillas ajenas había que tener mucho cuidado para conservar la dignidad. Si uno se descuidaba lo llevaban por delante, lo aplastaban como a una cucaracha. Estornudó.
Si estuviera su mujer ya le habría hecho uno de esos tés de yuyos que ella tenía y santo remedio. Pero suspiró desconsolado. Su mujer y su hijo se habían ido a pasar el fin de semana a la quinta de Paso del Rey llevándose a la sirvienta así que estaba solo en la casa.
Sin embargo, pensó, no le iban tan mal las cosas. No podía quejarse de la vida. Su padre había sido un cobrador de la luz, un inmigrante que se había muerto de hambre sin haber llegado a nada. El señor Lanari había trabajado como un animal y ahora tenía esa casa del tercer piso cerca del Congreso, en propiedad horizontal, y hacía pocos meses había comprado el pequeño Renault que estaba abajo, y había gastado una fortuna en los hermosos apliques cromados de las portezuelas.
La ferretería de la Avenida de Mayo iba muy bien y ahora tenía también la quinta de fin de semana donde pasaba las vacaciones.
No podía quejarse. Se daba todos los gustos. Pronto su hijo se recibiría de abogado y seguramente se casaría con alguna chica distinguida.
Claro que había tenido que hacer muchos sacrificios. En tiempos como éstos, donde los desórdenes políticos eran la rutina, había estado al borde de la quiebra. Palabra fatal que significaba el escándalo, la ruina, la pérdida de todo. Había tenido que aplastar muchas cabezas para sobrevivir porque si no, hubieran hecho lo mismo con él.
Así era la vida. Pero había salido adelante. Además cuando era joven tocaba el violín y no había cosa que le gustase más en el mundo.
Pero vio por delante un porvenir dudoso y sombrío lleno de humillaciones y miseria y tuvo miedo.
Pensó que se debía a sus semejantes, a su familia, que en la vida uno no podía hacer todo lo que quería, que tenía que seguir el camino recto, el camino debido y que no debía fracasar.
Y entonces todo lo que había hecho en la vida había sido para que lo llamaran "señor". Y entonces juntó dinero y puso una ferretería. Se vivía una sola vez y no le había ido tan mal. No señor. Ahí afuera, en la calle, podían estar matándose. Pero él tenía esa casa, su refugio, donde era el dueño, donde se podía vivir en paz, donde todo estaba en su lugar, donde lo respetaban.
Lo único que lo desesperaba era ese insomnio.
Dieron las cuatro de la mañana. La niebla era espesa. Un silencio pesado había caído sobre Buenos Aires. Ni un ruido. Todo en calma. Hasta el señor Lanari tratando de no despertar a nadie, fumaba, adormeciéndose.
De pronto una mujer gritó en la noche.
De golpe. Una mujer aullaba a todo lo que daba como una perra salvaje y pedía socorro sin palabras, gritaba en la neblina, llamaba a alguien, gritaba en la neblina, llamaba a alguien, a cualquiera.
El señor Lanari dio un respingo, y se estremeció, asustado. La mujer aullaba de dolor en la neblina y parecía golpearlo con sus gritos como un puñetazo.
El señor Lanari quiso hacerla callar, era de noche, podía despertar a alguien, había que hablar más bajo.
Se hizo un silencio. Y de pronto gritó de nuevo, reventando el silencio y la calma y el orden, haciendo escándalo y pidiendo socorro con su aullido visceral de carne y sangre, anterior a las palabras, casi un vagido de niña, desesperado y solo.
El viento siguió soplando. Nadie despertó. Nadie se dio por enterado.
Entonces el señor Lanari bajó a la calle y fue en la niebla, a tientas, hasta la esquina. Y allí la vio. Nada más que una cebecita negra sentada en el umbral del hotel que tenía el letrero luminoso "Para Damas" en la puerta, despatarrada y borracha, casi una niña, con las manos caídas sobre la falda, vencida y sola y perdida, y las piernas abiertas bajo la pollera sucia de grandes flores chillonas y rojas y la cabeza sobre el pecho y una botella de cerveza bajo el brazo.

- Quiero ir a casa, mamá -lloraba-. Quiero cien pesos para el tren para irme a casa.

Era una china que podía ser su sirvienta sentada en el último escalón de la estrecha escalera de madera en un chorro de luz amarilla.
El señor Lanari sintió una vaga ternura, una vaga piedad, se dijo que así eran estos negros, qué se iba a hacer, la vida era dura, sonrió, sacó cien pesos y se los puso arrollados en el gollete de la botella pensando vagamente en la caridad.
Se sintió satisfecho. Se quedó mirándola, con las manos en los bolsillos, despreciándola despacio.

- ¿Qué están haciendo ahí ustedes dos? - la voz era dura y malévola. Antes de que se diera vuelta ya sintió una mano sobre su hombro.

- A ver, ustedes dos, vamos a la comisaría. Por alterar el orden en la vía pública.

El señor Lanari, perplejo, asustado, le sonrió con un gesto de complicidad al vigilante.

- Mire estos negros, agente, se pasan la vida en curda y después se embroman y hacen barullo y no dejan dormir a la gente.

Entonces se dio cuenta de que el vigilante también era bastante morochito pero ya era tarde. Quiso empezar a contar su historia.

- Viejo baboso -dijo el vigilante mirando con odio al hombrecito despectivo, seguro y sobrador que tenía adelante—. Hacete el gil ahora.

El voseo golpeó al señor Lanari como un puñetazo.

- Vamos. En cana.

El señor Lanari parpadeaba sin comprender. De pronto reaccionó violentamente y le gritó al policía

- Cuidado señor, mucho cuidado. Esta arbitrariedad le puede costar muy cara. ¿Usted sabe con quién está hablado? -Había dicho eso como quien pega un tiro en el vacío.
El señor Lanari no tenía ningún comisario amigo.

- Andá, viejito verde andá, ¿te creés que no me di cuenta que la largaste dura y ahora te querés lavar las manos? -dijo el vigilante y lo agarró por la solapa levantando a la negra que ya había dejado de llorar y que dejaba hacer, cansada, ausente y callada mirando simplemente todo. El señor Lanari temblaba. Estaban todos locos. ¿Qué tenía que ver él con todo eso? Y además ¿qué pasaría si fuera a la comisaría y aclarara todo y entonces no le creyeran y se complicaran más las cosas? Nunca había pisado una comisaría. Toda su vida había hecho lo posible para no pisar una comisaría. Era un hombre decente. Ese insomnio había tenido la culpa. Y no había ninguna garantía de que la policía aclarase todo. Pasaban cosas muy extrañas en los últimos tiempos. Ni siquiera en la policía se podía confiar. No. A la comisaría no. Sería una vergüenza inútil.

- Vea agente. Yo no tengo nada que ver con esta mujer -dijo señalándola. Sintió que el vigilante dudaba. Quiso decirle que ahí estaban ellos dos, del lado de la ley y esa negra estúpida que se quedaba callada, para peor, era la única culpable.

De pronto se acercó al agente que era una cabeza más alto que él, y que lo miraba de costado, con desprecio, con duros ojos salvajes, inyectados y malignos, bestiales, con grandes bigotes de morsa. Un animal. Otro cabecita negra.

- Señor agente -le dijo en tono confidencial y bajo como para que la otra no escuchara, parada ahí, con la botella vacía como una muñeca, acunándola entre los brazos, cabeceando, ausente como si estuviera tan aplastada que ya nada le importaba.

- Vengan a mi casa, señor agente. Tengo un coñac de primera. Va a ver que todo lo que le digo es cierto. -Y sacó una tarjeta personal y los documentos y se los mostró-. Vivo ahí al lado -gimió casi, manso y casi adulón, quejumbroso, sabiendo que estaba en manos del otro sin tener ni siquiera un diputado para que sacara la cara por él y lo defendiera.
Era mejor amansarlo, hasta darle plata y convencerlo para que lo dejara de embromar.
El agente miró el reloj y de pronto, casi alegremente, como si el señor Lanari le hubiera propuesto una gran idea, lo tomó a él por un brazo y a la negrita por otro y casi amistosamente se fue con ellos. Cuando llegaron al departamento el señor Lanari prendió todas las luces y le mostró la casa a las visitas. La negra apenas vio la cama matrimonial se tiró y se quedó profundamente dormida.
Qué espantoso, pensó, si justo ahora llegaba gente, su hijo o sus parientes o cualquiera, y lo vieran ahí, con esos negros, al margen de todo, como metidos en la misma oscura cosa viscosamente sucia; sería un escándalo, lo más horrible del mundo, un escándalo, y nadie le creería su explicación y quedaría repudiado, como culpable de una oscura culpa, y yo no hice nada mientras hacía eso tan desusado, ahí a las 4 de la madrugada, porque la noche se había hecho para dormir y estaba atrapado por esos negros, él, que era una persona decente, como si fuera una basura cualquiera, atrapado por la locura, en su propia casa.

- Dame café -dijo el policía y en ese momento el señor Lanari sintió que lo estaban humillando. Toda su vida había trabajado para tener eso, para que no lo atropellaran y así, de repente, ese hombre, un cualquiera, un vigilante de mala muerte, lo trataba de che, le gritaba, lo ofendía.
Y lo que era peor, vio en sus ojos un odio tan frío, tan inhumano, que ya no supo qué hacer. De pronto pensó que lo mejor sería ir a la comisaría porque aquel hombre podría ser un asesino disfrazado de policía que había venido a robarlo y matarlo y sacarle todas las cosas que había conseguido en años y años de duro trabajo, todas sus posesiones, y encima humillarlo y escupirlo.
Y la mujer estaba en toda la trampa como carnada. Se encogió de hombros. No entendía nada. Le sirvió café. Después lo llevó a conocer la biblioteca.
Sentía algo presagiante, que se cernía, que se venía. Una amenaza espantosa que no sabía cuándo se le desplomaría encima ni cómo detenerla.
El señor Lanari, sin saber por qué, le mostró la biblioteca abarrotada con los mejores libros. Nunca había podido hacer tiempo para leerlos pero estaban allí. El señor Lanari tenía cultura. Había terminado el colegio nacional y tenía toda la historia de Mitre encuadernada en cuero. Aunque no había podido estudiar violín tenía un hermoso tocadiscos y allí, posesión suya, cuando quería, la mejor música del mundo se hacía presente.
Hubiera querido sentarse amigablemente y conversar de libros con el hombre. Pero ¿de qué libros podría hablar con ese negro? Con la otra durmiendo en su cama y ese hombre ahí frente suyo, como burlándose, sentía un oscuro malestar que le iba creciendo, una inquietud sofocante. De golpe se sorprendió de que justo ahora quisiera hablar de libros y con ese tipo. El policía se sacó los zapatos, tiró por ahí la gorra, se abrió la campera y se puso a tomar despacio.
El señor Lanari recordó vagamente a los negros que se habían lavado alguna vez las patas en las fuentes de plaza Congreso. Ahora sentía lo mismo. La misma vejación, la misma rabia. Hubiera querido que estuviera ahí su hijo. No tanto para defenderse de aquellos negros que ahora se le habían despatarrado en su propia casa, sino para enfrentar todo eso que no tenía ni pies ni cabeza y sentirse junto a un ser humano, una persona civilizada. Era como si de pronto esos salvajes hubieran invadido su casa. Sintió que deliraba y divagaba y sudaba y que la cabeza le estaba por estallar. Todo estaba al revés. Esa china que podía ser su sirvienta en su cama y ese hombre del que ni siquiera sabía a ciencia cierta si era un policía, ahí, tomando su coñac. La casa estaba tomada.

- Qué le hiciste -dijo al fin el negro.

- Señor, mida sus palabras. Yo lo trato con la mayor consideración. Así que haga el favor de ... -el policía o lo que fuera lo agarró de las solapas y le dio un puñetazo en la nariz. Anonadado, el señor Lanari sintió cómo le corría la sangre por el labio. Bajó los ojos. Lloraba. ¿Por qué le estaba haciendo eso? ¿Qué cuentas le pedían? Dos desconocidos en la noche entraban en su casa y le pedían cuentas por algo que no entendía y todo era un manicomio.

- Es mi hermana. Y vos la arruinaste. Por tu culpa, ella se vino a trabajar como muchacha, una chica, una chiquilina, y entonces todos creen que pueden llevársela por delante. Cualquiera se cree vivo ¿eh? Pero hoy apareciste, porquería, apareciste justo y me las vas a pagar todas juntas. Quién iba a decirlo, todo un señor...

El señor Lanari no dijo nada y corrió al dormitorio y empezó a sacudir a la chica desesperadamente. La chica abrió los ojos, se encogió de hombros, se dio vuelta y siguió durmiendo. El otro empezó a golpearlo, a patearlo en la boca del estómago, mientras el señor Lanari decía no, con la cabeza y dejaba hacer, anonadado, y entonces fue cuando la chica despertó y lo miró y le dijo al hermano:

- Este no es, José. - Lo dijo con una voz seca, inexpresiva, cansada, pero definitiva. Vagamente el señor Lanari vio la cara atontada, despavorida, humillada del otro y vio que se detenía bruscamente y vio que la mujer se levantaba, con pesadez, y por fin, sintió que algo tontamente le decía adentro "Por fin se me va este maldito insomnio" y se quedó bien dormido.
Cuando despertó, el sol estaba tan alto y le dio en los ojos, encegueciéndolo. Todo en la pieza estaba patas arriba, todo revuelto y le dolía terriblemente la boca del estómago.
Sintió un vértigo, sintió que estaba a punto de volverse loco y cerró los ojos para no girar en un torbellino. De pronto se precipitó a revisar los cajones, todos los bolsillos, bajó al garaje a ver si el auto estaba todavía, y jadeaba, desesperado a ver si no le faltaba nada. ¿Qué hacer?, a quién recurrir? Podría ir a la comisaría, denunciar todo, pero ¿denunciar qué? ¿Todo había pasado de veras? "Tranquilo, tranquilo, aquí no ha pasado nada", trataba de decirse pero era inútil: le dolía la boca del estómago y todo estaba patas para arriba y la puerta de calle abierta. Tragaba saliva. Algo había sido violado. "La chusma, dijo para tranquilizarse, "hay que aplastarlo, aplastarlo", dijo para tranquilizarse. "La fuerza pública", dijo, "tenemos toda la fuerza pública y el ejército", dijo para tranquilizarse. Sintió que odiaba. Y de pronto el señor Lanari supo que desde entonces jamás estaría seguro de nada. De nada.

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