Crab de Vacaciones
Crab está por unos días (no sabe cuántos) en Córdoba. Mientras tanto, descansa, y sobre todo, da descanso a sus parroquianos.
Alea jacta est
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Crab está por unos días (no sabe cuántos) en Córdoba. Mientras tanto, descansa, y sobre todo, da descanso a sus parroquianos.
OMNE ADMIRARI
Macedonio Fernández está en lo de Dabove. Hay un perro debajo de la mesa. Macedonio observa:
-Qué inteligente es este perro. No confunde mi mano con un pedazo de carne. Es un fuerte intelectual, che.
Etiquetas: Un cacho de cultura.
Hoy Crab quiere recordar los tiempos -ya idos- en los que olía a tinta en las imprentas. Es un poco la continuación del post anterior, Bastardillas y negritas. En esa oportunidad, para no cansar demasiado (lo que por supuesto, de todos modos no logré), dejé sin mencionar una parte importante del acervo tipográfico: las familias y los cuerpos.
Veamos. Las familias son los diferentes dibujos que adopta cada letra en la respectiva familia. Estas familias se dividen en dos amplios universos (que vendrían a ser como el Boca-River de la tipografía): las serif y las sans-serif. Doy un ejemplo de una letra A, de una familia serif: A. Fíjense ahora como es la misma letra en una familia sans serif: A.
¿Notan que la serif tiene unos adornitos en las patitas de la A, en tanto la sans serif no los tiene? Bueno, esa es la diferencia, que se repite, por supuesto, en todas las letras, mayúsculas o minúsculas, que tengan posibilidad de un adorno: s (serif) o s (sans serif).
Ahora, desde Gutemberg hasta acá, se crearon unas 300 familias, o sea, diferentes dibujitos para cada una de las letras del alfabeto. Y cada día se crean nuevas. Algunas de estas familias son muy famosas y populares. Otras, sólo persiguen propósitos ornamentales, y no se utilizan para los propósitos corrientes.
Las familias más populares y conocidas son: Arial, Avant Garde, Bauhaus, Bodoni, Baskerville y New Baskerville, Broadway, Bookman, Caslon, Century y New Century, Cooper, Franklin, Futura, Garamond, Gothic, Helvética, Palatino, Princetown, Roman, Tiffany, Times, casi todas las cuales admiten variedades: light. condenced, black, que se explican por sí solas.
Windows y Corel han debido adoptar por su universalidad muchas de estas tipografías, pero por razones de patentes no les pueden dar el mismo nombre. En los catálogos se dan las equivalencias entre el nombre comercial patentado, y el adoptado por Corel, Microsoft, y otros, que generalmente tienen alguna similitud para que evitar confundirnos. (Helvética pasa a llamarse Switzerland; Bodoni, Bodnoff; Tiffany, Timpani, y así.
Las diferentes familias explican un poco las diferencias que hay a veces en libros o en avisos publicitarios entre uno y otro tipo de letra.
Ogilvy, uno de los grandes publicitarios de todos los tiempos, creador para Volkswagen del memorable think small, recomienda en uno de sus libros no usar en un mismo aviso más de cuatro tipografías (familias) diferentes.
Aparte de las familias, tenemos el cuerpo. ¿Qué es el cuerpo? Simplemente el tamaño de la letra. El cuerpo se mide normalmente en puntos, un tipo de medida convencional utilizado en imprenta. Un punto equivale aproximadamente a 0,45 milímetro. O sea que un cuerpo 6 (el llamado generalmente la letra chica de los contratos) tiene 2,7 milímetros de altura (el mínimo legible, no son giles).
No en todas las familias una letra de n puntos es equivalente a otra de n puntos de otra familia. O sea, las familias difieren también en eso: en que el tamaño estandar de una no es igual al estandar de la otra.
Cualquier cosa me preguntan.
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Crab quiere aclarar que por esas malas jugadas que nos hace la memoria, se publicó ayer Idea Villarino, cuando el nombre real de la poeta es Idea Vilarino.
El poema que publico se llama, además, Ya no, en lugar de Nunca más, como mi nada poética mala memoria sugería.
Especialmente importante para Rufs y otros quienes busquen sobre ella en Google o Wikipedia (Wiki no tiene nada).
Disculpen, pero siempre que me encuentre un error, lo recitificaré. Estén seguros.
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Etiquetas: Mundo interior
Llegó el otoño. Casi el invierno ya. Hoy es uno de esos días grises, siempre amenazando lluvia o en todo caso frío, que no soporto. Y que me dejan en casa encerrado, escuchando música o leyendo y a veces tan desolado que ni siquiera tengo ganas de leer.
Decididamente soy de los amantes del sol. No para tostarme, porque mi piel no lo resiste y con más de diez minutos quedo de cama todo colorado y lleno de ampollas.
Pero sí para verlo. Para verlo brillar ahí en lo alto, y explicarme la elevación a la categoría de dios conque lo veneraban los antiguos.
Viva la alegría, viva el sol. Abajo la tristeza, abajo los días grises. Viva el calor. Abajo el frío.
Por eso, aprovechando que tengo una nieta que se recibe de médica en Río y me quiere ahí en la colación de grados, me voy el mes que viene un mes a adorar al dios sol.
A ver si me vienen algunas ideas.
Porque no se hagan ilusiones, no me quedaré callado: allá hay dos computadoras, y siempre una disponible para mí, ya que paso gran parte del tiempo solo en la casa mirando el mar, los veleros, y el sol, el bendito sol. Y en el contrafrente, un morro del que bajan los monos y me hacen morisquetas desde los árboles.
Etiquetas: Mundo interior.
Etiquetas: Los amigos.
Aunque parezca mentira, hay gente leída, que tiene incluso, como toda persona de bien, su correspondiente blog, que tiene confusiòn respecto de estas construcciones. Si no les importa, quiero aumentar más aún la confusión general:
¿sino o si no?
Sino es una conjunción. Se usa para oponer a una oración negativa, una afirmativa:
no es tiempo de risa, sino de llanto; no te traje un libro, sino dos.
En el caso del si no, si también es una conjunción, pero condicional en este caso, a la que se opone el no. O sea es como decir: si esto no sucede... resultará tal cosa.
Veamos:
Debes llegar temprano, si no, me iré solo.
Menos mal que viniste, si no, me hubiera puesto triste.
Si no llueve, iré al cine.
Si no se levanta, llegará tarde.
Hay oraciones en las que podría usarse indistintamente sino o si no, pero el sentido cambia por completo. Veamos ejemplos:
No vive si no estudia. No vive, sino estudia.
No trabaja si no descansa. No trabaja, sino descansa.
¿oigo o escucho?
Es bastante comùn oír (sobre todo en conversaciones telefónicas) el famoso: hablá más fuerte que no te escucho, lo que, bien mirado, es un agravio que inferimos al interlocutor.
Aquí se trata de dos funciones de nuestro cuerpo.
Una, sensorial, la de oír, que se produce a través de los órganos auditivos.
La otra, intelectual, que es la de prestar atención a lo que oímos, es decir, escuchar. Podemos, pues, oír sin escuchar (clásico ejemplo, los ruidos de la calle a los que no prestamos atenón). Podemos, también, escuchar y no oír, que es el caso de la conversaciòn telefónica citada.
De modo que las dos funciones son bien distintas, y decir no te escucho por no te oigo, es una barbaridad, aunque pueda sonar más fino escuchar que oír.
Así, también, hay quienes le llaman a la oreja oído, confundiendo aquí también el órgano con la función.
Etiquetas: Un cacho de cultura.
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Susana (continúa su relato)
...Por otra parte, tené en cuenta, yo provenía de un hogar religioso, donde la sola mención de la palabra sexo era pecaminosa, y donde no se me habían impartido ni las menores instrucciones acerca de lo que debía esperar al respecto.
Gracias al tratamiento que seguí, a un médico que me comprendió y trató con mucha paciencia, pude llegar a tener hijos, aunque el primero con serias dificultades. A todo esto, pensando quién sabe qué cosas respecto de nuestro matrimonio, aparece tiempo después el médico que me había tratado.
Comienza a visitarnos, como amigo. Yo, que no entendía mucho lo que estaba pasando, lo dejaba conversando con Ricardo y me iba a dormir.
Hasta que un día, a solas, me contó que en realidad él no estaba interesada en Ricardo, sino en mí. Le contesté que yo le agradecía todo lo que había hecho por mí, y que le tenía verdadero aprecio, pero que más allá de eso, nada. Que era casada, con tres hijos, y por el momento no me interesaba nada más, y ahí terminó la cosa.
Pero un tiempo después, no sé que me agarra, todavía no lo entiendo bien, y comienzo a sentir un resentimiento con Ricardo, a tratarlo mal, y termino pidiéndole el divorcio.
Ricardo tampoco entendía nada, ya que me seguía queriendo y no sabía qué es lo que había hecho, de qué debía sentirse culpable. Lo cierto es que la única culpable de todo era yo y mi locura. Tratá de comprenderme: yo era todavía una chiquilina.
Así que finalmente me salí con la mía y me separé. No quise llevarme nada, Ricardo se quedó con el departamento, y yo con los chicos, naturalmente.
Cada tanto, cuando venía los fines de semana a mi casa para llevárselos, hacía tentativas para recuperarme, pero yo seguía en las mías, loca.
De todo lo que vos me contás sobre mis infidelidades nada te puedo decir, excepto que Ricardo encuentra primero a esa mujer, Sara, la borracha (¡pobre Ricardo!), y se casa con ella. De modo que es él quien tiene primero una pareja y se casa.
Un buen día recibo una llamada del abogado de Ricardo diciéndome que me mandaba, para que los firmara, los papeles para el divorcio. Recuerdo que ese sábado, cuando vino a buscar a los chicos, le dije de todo. Estaba furiosa. Le dije que porqué me había tenido que mandar los papeles por medio del abogado, que si él no tenía las suficientes pelotas como para traerlos personalmente. Y otras consideraciones que bien te podés imaginar sobre Sara y sobre ambos. ¡Estaba realmente furiosa con todo el asunto!
En realidad no entendía bien qué es lo que me pasaba. Por un lado, era yo la que me había separado de él, por mi propia voluntad y decisión, sin que el pobre tuviera nada que ver ni hubiera hecho nada para merecer tal trato. Y ahora que él pretendía buscar la felicidad con otra persona, yo me sentía furiosa. Pienso que en todo esto estaban un poco mezclados los celos, la certeza de que ahora sí lo perdía para siempre, y el saber, recién ahora, que en el fondo todavía lo seguía queriendo.
Pero vos fijate, con respecto a todo esto que me estás contando sobre mi supuesta infidelidad, recién dos o tres años después que Ricardo se casa, conozco a este gordo infame, grandísimo hijo de puta que me cagó la vida, Andrés, gerente de un establecimiento avícola, y conocido de una amiga, y me caso con él.
Luego, muchos años después, vino lo de Guillermo. Largos meses en el sanatorio primero, y luego, cuando no pudimos más, en el hospital. Ahí nos encontrábamos todos. Yo a veces iba con Andrés, y Ricardo iba con Sara. A veces la conducta de Sara era tan desubicada que le tenía que pedir a Andrés que se la llevase a algún lado para de ese modo quedarnos solos con Ricardo. Recuerdo que una vez que se habían ido ambos, me dijo: "Ya ves, otra vez estamos juntos los dos".
Sí, Sara es una borracha de esas. Y además una sucia. El departamento de ambos es un desastre, y a uno le cuesta entrar. Había veces, en el período final de Guillermo en el que nos lo tuvimos que llevar a casa, que por mayor comodidad era la de Ricardo, daba vergüenza entrar: su ropa usada por los sillones, sobre la mesa sobras de comidas anteriores, papeles, revistas diseminados por todas partes, en fin: un lastimoso desastre. Ella es consciente, y por eso raras veces te invita.
Remigio me contó que la ceremonia de las cenizas de Ricardo fue para él una cosa lamentable. Sara y González hablaban de negocios, como si nada importante sucediera. Y estaban arrojando al río las cenizas del marido de una y del mejor amigo del otro. Él parecía ser el único que se sentía realmente conmovido por lo que estaba viviendo.
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El caso es que mi deseo de recuperar un amigo, de saber qué había sido de él durante esos largos años de separación, de compartir, ya en una etapa avanzada de nuestras vidas, experiencias buenas y malas, se veía de repente frustrado por la fatalidad.
Pensé entonces que una buena manera de rescatar al amigo perdido sería escuchar a quienes habían compartido con él todos estos años e intentar reconstruir parcialmente la historia a través de los retazos, necesariamente, inconexos, parciales y subjetivos.
Sara
Poco es lo que mostró Sara, excepto afán de impresionar al alguna vez dilecto amigo de su esposo. Pero no tenía demasiado con qué impresionar. Más bien de tipo vulgar, nada hermosa (aún haciendo uno una recomposición de lo que podría haber sido treinta años atrás), la pregunta era porqué Ricardo, porqué precisamente Ricardo, la había elegido, a no ser por la soledad. La soledad.
Hicimos con Ricardo un largo viaje. Recorrimos toda la provincia de Misiones. La verdad es que la pasamos muy bien. Hasta que al final, sucedió lo que ya te conté.
A pedido de Ricardo, lo cremamos. Traje sus cenizas a Buenos Aires, y las esparcimos en el Río de la Plata, en una ceremonia muy íntima, en la que estuvimos Juan, González, Remigio y yo.
Lo cierto es que Ricardo había cambiado mucho desde la muerte de Guillermo, su hijo, que murió de SIDA, tras una larga y dolorosa enfermedad.
Durante meses estuvimos junto a él, en el sanatorio primero, y luego en el hospital. Con Ricardo, con Remigio, y muchas veces con Susana, su primera mujer.
Si, con la ex-mujer, a pesar de todo lo que pasó, nos seguimos viendo.Yo con el jazz no tengo mucho que ver. A mí me gusta la ópera, que a Ricardo no le gustaba. A Remigio en cambio sí, y muchas veces vamos a ver alguna ópera juntos.
Con González y la señora hemos ido muchas veces de vacaciones, a distintos lugares. Nos llevábamos muy bien, y éramos muy amigos.
Y con Susana y su marido, que también murió hace unos años, poco antes de la muerte de Guillermo, también nos veíamos, a veces comíamos juntos los cuatro.
Yo al principio no me di cuenta de nada, pero un par de meses después de la muerte de Ricardo, reventó todo. Caí en una gran depresión, que me atacó también el hígado, me hinché toda, y estuve durante unos meses así, en tratamiento médico, hasta que hace poco comencé a recuperarme.Yo ya te voy a llamar para entregarte los discos. No por ahora, ya que el departamento es un quilombo, y está muy sucio, pero dame un poco de tiempo: yo te voy a llamar.
Al tiempo me llamó. Fueron unos pocos CD, ya que Ricardo no se había actualizado y tenía casi todo en vinílico, cuando ya los mismos CD presgiaban ponerse viejos.
Sara al poco tiempo se volvió a casar, me contó después Susana.
González
González seguía siendo el mismo tipo insignificante que había conocido en mi adolescencia, y que nunca supe explicarme porqué integraba, siquiera esporádicamente, nuestra barra selecta. González era la formalidad, el tipo cuidadoso en la indumentaria y el lenguaje, el tipo que nunca estaba fuera de lugar dondequiera uno fuese, pero que tampoco estaba dentro.
Desde el principio, como era de temer, expuso un catálogo de sus realizaciones materiales, de sus propiedades, de sus autos, y de su maravillosa familia, además de su traje con camisa al tono y corbata italiana.
La verdad es que Ricardo no tuvo suerte con ninguna de sus dos mujeres. La primera, Susana, una loca, pero de veras, le metió los cuernos al poco tiempo de casados. Un día, Ricardo me viene a pedir ayuda. Estaba casi convencido de que Susana le era infiel y quería que yo le ayudara a seguirla, para poder obtener evidencias, poder divorciarse y quedarse con los hijos. Como yo tenía un coche, me puse a su disposición. Y ahí estábamos ambos, convertidos en dos Sherlock Holmes, agazapados en el auto esperando que ella saliera para seguirla. Parecía que la cosa era con un médico que la había tratado de un problema que tenía. Pero no pudimos obtener nada.
Susana tenía muy mal carácter, y la verdad es que lo tenía cagando. Presencié escenas en las que nunca me hubiera gustado participar. Pero él, a pesar de todo, la adoraba.
La cuestión es que unos pocos años después, se separaron. Ricardo se fue a vivir un tiempo solo, hasta que conoció a Sara, que había enviudado y se había mudado a la misma casa de departamentos. Y se casa con ella.
Con Sara le fue peor, porque además de tener también un carácter de mierda, y tenerlo completamente dominado, tomaba. A veces se ponía borracha de una manera lastimosa, y hacía cosas que uno quería que lo tragara la tierra para no tener que presenciarlas.R
icardo cambió sin duda con la muerte del hijo. El hijo tenía SIDA. No sé si era o no homosexual. La verdad es que si lo era, no era muy ostentoso, pero es cierto que era un poco raro, y que no se le conocían relaciones con mujeres. Fue un largo proceso, que Ricardo se bancó a su lado, compartiendo hasta el fin su larga agonía. También solía estar Susana, que a veces venía también con su marido, con lo cual eso por momentos eso parecía un gallinero. El marido de Susana era un tipo bastante pelotudo y elemental (¡para que Fernández dijera eso!): un vendedor de pollos.
Con Sara y Ricardo fuimos sólo una vez de vacaciones juntos, pero el comportamiento de Sara era tan lastimoso que juré no repetir la experiencia. Ricardo me pedía que nos adelantáramos, camináramos juntos y las dejáramos solas, así no tenía que aguantarla. Lástima que la que se la tenía que bancar era mi mujer.
En fin, que Ricardo no fue muy feliz con las mujeres. Y por otra parte, al parecer no tenía demasiado criterio para elegirlas, se enamoraba con mucha facilidad, y desesperadamente.
Con los hijos no le fue mejor. El más chico murió, como te conté. La hija es una loca, casi igual que la madre. El mayor es también un tipo raro, que vive solo, que no se sabe muy bien lo que hace ni de qué vive.
Nos volvimos a encontrar una vez más con Fernández y Sara, a instancias de esta. La tercera vez, la entrega de los discos, le pedí a Sara con la excusa de que era una ceremonia íntima, que no lo invitara.
Susana
Susana era sin dudas la más interesante del trío. En sucesivas reuniones, me di cuenta de al menos dos cosas: de primera intención me mentía, para posteriormente rectificarse. Parecía como si su intención fuera no develar la verdad de entrada -quizá le fuera doloroso hacerlo- sino llegar por fin a ella a través de sucesivas aproximaciones. Era una cebolla a la que había que ir despojando de las sucesivas capas, hasta llegar a la sustancia. En segundo lugar, planteada frente a una pregunta que le resultaba difícil contestar, se escapaba, bifurcando los temas casi hasta el infinito. Era muy difícil seguirla, y sobre todo reconstruir un relato a través de los sucesivos e intrincados meandros por los que se internaba. Era, sin duda, el jardín de los infinitos senderos borgeanos. A pesar de su actitud autoindulgente y autoexculpatoria (como la de todos los demás, por otra parte) parecía sin duda la más honesta de todos.
Eso que me contás de que yo te haya dicho que estaba enamorada de vos, ¿sabés que no lo recuerdo para nada? En realidad yo era una chiquilina alocada y no recuerdo demasiado las locuras que hacía en esa época.
Volví de mi luna de miel virgen, como había salido. Todos los esfuerzos que hicimos para que dejara de serlo fueron vanos. Al parecer había algo raro en mí. Lo cierto es que todo ese tiempo, que para mucha gente es motivo de regocijo y agradables recuerdos, fue para nosotros un tiempo que pasamos bastante desconcertados y aburridos. Al regreso consulté un médico y me diagnosticó una vagina flexible. Pero en forma inversa, en vez de abrirse, se cerraba. Recién después de un prolongado tratamiento pude llegar a la normalidad y a un normal disfrute de la relación sexual, pero ya para entonces, nuestras relaciones con Ricardo estaban infestadas por esta iniciación antinatural y que tanta culpabilidad de ambas partes ocasionó.
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Quedé esperando, nuevamente. Dos días después, me llama una mujer.
Me dice: soy Sara, la mujer de Ricardo. Usted le ha mandado una carta muy afectuosa que he abierto y leído. Acabo de regresar de Misiones, donde estuvimos paseando un largo tiempo con Ricardo. Recorrimos todo Misiones, de una punta hasta la otra, en un viaje muy hermoso, hasta llegar a las Cataratas. Llegamos por la mañana, y el primer paseo, por supuesto, fue la visita a las Cataratas. Volvimos hacia mediodía, y Ricardo me dijo: me siento un poco cansado.
(Todo un largo monólogo, puntuado apenas cada tanto con algún ¡ajá! de asentimiento mío para que supiera que seguía ahí. Mientras tanto yo sentía y sabía que me estaba anunciando algo, pero dejaba continuar el relato. De todos modos, el tono casual, sereno, calmo y pausado conque el mismo iba avanzando, no permitía presagiar nada demasiado serio: tal vez -pensé- Ricardo había tenido un pequeño problema de salud y había quedado internado en Iguazú).
Le contesté: es natural, hemos andado mucho, ¿porqué no te recostás un rato? Así lo hizo. Miró un poco de televisión, y durmió una larga siesta. A la tarde se levantó y me dijo: siento un pequeño, muy leve dolor en el pecho. Le dije: ¿no querés que llame un médico? No vale la pena, es una pequeña molestia, nada más. Bueno, al menos bajemos, tomemos un remise y vayamos al hospital a que te revisen. Eso sí, me contestó. Bajamos, y comenzamos a cruzar la calle, cuando me dijo: detengámonos, me siento mal, y comenzó a caerse. No alcancé a sostenerlo. Cayó al suelo, y yo a los gritos pidiendo auxilio. Vinieron los choferes de los remises, uno me ayudó, y en el mismo remise lo llevamos al hospital, pero cuando llegamos, ya estaba muerto...
Y al regresar me encuentro con su carta. Tan conmovedora. He sacado como diez fotocopias, para repartir entre la familia, los amigos. Y con Remigio, el hijo mayor de Ricardo, hemos decidido que como nadie como usted está en mejores condiciones de apreciarlos, le queremos regalar todos los discos de jazz de Ricardo.
Quedé helado por la noticia. Imaginate, después de tanto tiempo, tenía esta vez la seguridad de recobrar a un viejo y querido amigo, y en cambio recibía su herencia. Así se lo dije a Sara: que me sentía muy conmovido por la noticia, y por su ofrecimiento, del que por otra parte no me consideraba merecedor.
Sara me dijo que mucha de la gente que había leído la carta, amigos comunes, Juan, el hermano mayor de Ricardo, Susana, su primera mujer, se habían también sentido muy conmovidos por ella, y que tenían muchas ganas de volverme a ver, de hablar conmigo.
A los dos días, me llama Remigio, el hijo mayor de Ricardo. Nuevamente la misma historia: que había leído mi carta, que se había sentido muy conmovido, que habían resuelto conjuntamente con Sara regalarme la colección de discos de jazz. Nuevamente decirle que yo también había quedado muy conmovido por la noticia de la muerte de Ricardo, que lo de los discos era algo de lo que no estaba muy seguro de ser merecedor, que no consideraba que el hecho de haber escrito una carta verdaderamente sentida me hiciera acreedor a una herencia, etc.
Un par de días después me llama González, el amigo que cito más arriba,. Otra vez la misma historia, y quedamos en encontrarnos, lo cual en verdad no me entusiasmó tanto, ya que González no era por cierto Ricardo.
Pasaron otros tres o cuatro días, ¿y quién crees que me llama esta vez? Sí, Susana...
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Por fin, época actual. Ha salido una selecta colección de jazz en fascículos, algunos de los cuales compro (la mayoría los tenía). Estoy escuchando uno, cuando siento algo así como "están tocando nuestra canción". Es uno de esos solos de Parker que nos enloquecían con Ricardo. Y entonces pienso, ¡qué joder! Ya pasó tanto tiempo... ¡Lo voy a llamar! Agarro la guía, encuentro su número, y lo llamo.
Me atiende una mujer (¿su actual señora?) Y me dice que va a estar a las doce, que lo vuelva a llamar. Así hago, y me atiende él, en tono muy cordial, se ve ya avisado de mi llamado. Le explico que escuchando uno de los viejos discos que escuchábamos juntos me acordé muy intensamente de él, y que eso me había movido a llamarlo. Luego entramos en un intercambio de novedades: amigos muertos, sobre todo. Ahí es cuando después de darme el parte, y como una muestra de que su humor permanecía, me dice: "Y nosotros tenemos también que ir pensando en hacer las valijas" (yo para mis adentros contesté: "vos andá haciéndolas, yo ni pienso"). Pero esta vez el tono era distinto, afectuoso, y la conversación se extendió por una media hora más. Nuevamente quedamos en vernos, y entonces me explica que se había terminado de operar de la vesícula, que aún estaba convaleciente y que casi no salía, pero que le dejara mi teléfono, que cuando estuviera mejor me llamaría. No muy convencido, recordando antecedentes anteriores, se lo di, y quedé a la espera. Interiormente me dije que dejaría pasar un mes, y que si no me llamaba lo volvería a hacer yo.
Pasó el mes sin noticias, pensé que era mejor escribirle. Por teléfono uno (y sobre todo en un caso así) se cohibe un poco. Si bien está hablando con el otro, no es face to face. No lo vemos, no vemos sus expresiones, sus reacciones, sus gestos. De algún modo uno se siente un poco inhibido. En cambio, en una carta, nos expresamos con libertad, sin que nos perturbe la presión de los silencios del otro (de hecho, nada nos puede perturbar) y nos haga decir cosas erróneas. Además, en una carta uno tiene todo el tiempo para decir lo que realmente quiere decir, sin apuros, sin presiones, sin silencios, sugestivos o no. Y el otro no tiene más remedio que escucharlas (leerlas).
De hecho, estuve pensando esa carta durante varios días. Le daba vueltas y vueltas. Obviamente, debía ser muy delicada y cuidadosa. Había una herida abierta, y no sé si estaba ya cerrada. Sabía que las dos veces de mis anteriores intentos, seguía abierta. En efecto, ¿qué podía decirme cuando nos encontráramos? Cuando comenzara el ineludible recuento de nuestras vidas, cuando llegáramos al momento de su separación de Susana, ¿qué podría decir?: "¿Tenías razón?"
Convengamos, era un poco duro. No sé si logré del todo mi propósito. O si logré exactamente lo que quería.
Etiquetas: Los amigos.
Maiakovski, poeta ruso suicidado luego de la revolución de Lenin escribió, en los inicios del siglo XX:
En la primera noche, ellos se aproximan
Y recogen una flor de nuestro jardín
Y no decimos nada.
La segunda noche, ya no se esconden,
Pisan las flores, matan nuestro perro
Y no decimos nada.
Hasta que un día, el más frágil de ellos
Entra solito en nuestra casa, nos roba la luna, y
Conociendo nuestros miedos,
Nos arranca la voz de nuestras gargantas
Y porque no decimos nada
Ya no podemos decir nada.
Después de Maiakovski:
Primero se llevaron a los negros
Pero no me importó
Porque yo no era negro
En seguida se llevaron algunos obreros
Pero no me importó
Porque yo no era obrero.
Después prendieron a los miserables
Pero no me importó
Porque yo no era miserable
Después agarraron algunos desempleados
Pero como yo tengo mi empleo
Tampoco me importó
Ahora me están llevando a mí
Pero ya es tarde
Como yo no me preocupé por nadie
Nadie se preocupa por mí.
Bertold Brecht (1898-1956)
Un día vinieron y se llevaron a mi vecino que era judío
Como yo no soy judío, no me molestó
El día siguiente vinieron y se llevaron a mi otro vecino que era comunista
Como yo no soy comunista, no me molestó
Al tercer día, vinieron y se llevaron a mi vecino que era católico
Como yo no soy católico, no me molestó
Al cuarto día vinieron y me llevaron
Ya no quedaba nadie para protestar...
Martín Niemöller, 1933
(Símbolo de la resistencia contra los nazis)
Primero robaron nuestras señales, pero yo no me perjudiqué
Después incendiaron nuestros ómnibus, pero yo no viajaba en ellos
Después cerraron calles, donde yo no vivo
Cerraron entonces la entrada a la favela, que yo no habito
En seguida arrastraron hasta la muerte a un niño, que no era mi hijo
Claudio Humberto, 09/02/2007
Lo que los demás dijeron, fue después de leer a Maiakovski
Lo increíble es que, después de cien años,
Todavía nos encontremos tan desamparados, inertes y sometidos
A los caprichos de la ruindad moral de los poderes gobernantes,
Que vampirizan el erario, aniquilan las instituciones,
Y dejan a los ciudadanos los huesos roídos y el derecho al silencio:
Porque la palabra, hace mucho que se tornó inútil...
Etiquetas: El mundo es ancho y ajeno.
Nos sentamos y comienza a contarme. Que en realidad a ella, Ricardo no le gustaba para nada. Que desde el primer día, quien la había vuelto loca era yo, y que sólo había aceptado salir con él porque vio que nosotros éramos muy amigos, y que la única oportunidad que tenía de seguirme viendo, era saliendo con él. Que con el mismo propósito me había traído amigas, para así poder salir los cuatro y seguirme viendo.
Te imaginás qué lío. Ahí estaba yo, sentado con la mujer de quien estaba enamorado como un imbécil mi mejor amigo, confesándome su amor... ¡por mí!
Le dije que me sentía muy halagado por todo lo que me estaba contando, pero que no sentía absolutamente nada por ella, y que aún sintiendo, de ningún modo podía herirlo a Ricardo, que era mi mejor amigo.
Pero quedaba lo peor.
¿Qué hacer al día siguiente, cuando Ricardo viniera a casa a escuchar jazz, como todos los domingos por la tarde?
1) ¿ocultarle lo conversado con Susana, para provocarle solo sufrimientos más grandes cuando llegara el momento de la inevitablemente cruel y dolorosa separación? o,
2) ¿decirle lo sucedido, corriendo el riesgo, dado su ciego enamoramiento, de que no me creyera?
Por supuesto, había elegido 2): si tiene que doler, cuanto antes sea, mejor.
Cuando llega a casa, por supuesto, la primer pregunta fue: ¿y, qué pasó?
Pero ya entonces yo tenía preparado mi relato, luego de largas cavilaciones acerca de lo más conveniente por hacer. Cuando termino de contarle, él, de costumbre sereno y tranquilo, se pone loco, me dice que soy un delirante, que quién sabe qué comentario inocente habría hecho Susana que había desencadenado quién sabe qué delirios imaginativos míos, y que, por supuesto, no me creía una sola palabra, y que, también por supuesto, no tenía ningún interés en seguir siendo mi amigo, y que no nos volveríamos a ver. Y así fue.
Años después, Ricardo trabajaba en una joyería, donde trabajaba también Juan Visto, otro compañero de secundario de ambos. Un día, habían pasado cuatro años, me comprometo con una de mis tantas novias y le compro los anillos a Visto.
Cuando voy a buscarlos, me encuentro con Ricardo, a quien saludo calurosamente, y que me trata con gran frialdad.
Después del saludo, le digo que porqué no nos encontramos para tomar un café y charlar, lo que no parece despertarle gran entusiasmo. Ante mi insistencia, me dice que le dé mi teléfono y promete llamarme. Todavía estoy esperando...
Pasan seis años, ya estoy casado con mi primer mujer. Me encuentro en la calle con González, otro compañero común, con el cual comenzamos a recordar los viejos buenos tiempos idos, y de pronto me pregunta:
-Decime, ¿qué pasó con vos y Ricardo, que eran inseparables, y de repente...?
Entonces le cuento toda la historia. Y él, que lo seguía viendo, me cuenta a su vez:
-Sí, se casaron, y Ricardo descubrió al tiempo que Susana le metía los cuernos, de modo que se separó.
Pasaron otros doce años. Corina y Elisa, mis hijas, andaban por los 14 y 12. Como el recuerdo de Ricardo y las cosas verdaderamente geniales que hacíamos juntos (todavía las recuerdo) siempre estaba presente, se ve que les conté algunas anécdotas. Entonces me dijeron:
-¿Y porqué no lo llamás?
-Y... después de tanto tiempo, ¿qué sentido tiene, cómo me recibirá?
Un día vuelvo a casa, y me dice Elisa que me había llamado Ricardo , y que había dejado dicho que lo llamara. Yo contesté:
-Pero si ni siquiera tengo el número.
-Está en la guía, -me contestaron.
Así que agarro la guía y lo llamó:
-Hola ¿Ricardo? Soy yo, Crab, me dijeron que me habías llamado.
-¿Yo? ¡Jamás!
Interiormente pienso: cuando cuelgue las agarro a esas dos hijas de puta y me las van a pagar. Pero me sobrepongo e intento otra vez:
-Bueno, habrá sido una confusión. Pero ya que estamos, ¿porqué no nos vemos un día de estos, y charlamos?
Nuevamente, la misma frialdad de hace unos años:
-Bueno, en realidad en estos momentos ando muy ocupado, pero dejame tu teléfono. Yo te voy a llamar.
Sigo esperando. Por supuesto, apenas cuelgo las agarro a las dos y les reprocho el papelón, y me contestan que debe haber sido alguna travesura de... ¡los hijos de Ricardo!
Etiquetas: Los amigos.
Tanto empecinamiento había de dar sus frutos, y en una de esas salidas conocimos a Susana. La verdad es que a mí Susana no me hizo mover un pelo. No era demasiado linda, no era nada inteligente, o sea que no tenía ningún atractivo... para mí. Porque para mi sorpresa, cuando nos despedimos luego de caminar unas cuadras con ella, Ricardo le pide una oportunidad para volverla a ver; usa para ello un repetido clisé:
-Bueno, espero que esta amistad que ha comenzado tan auspiciosamente no vaya a concluir aquí.
A lo que ella contesta:
-No, si quieren, el miércoles paso a la misma hora por el mismo lugar.
Y yo, prestamente:
-El miércoles no podemos, tenemos Cultural, y Ricardo, más presto aún:
-No importa, yo sí puedo.
Ni hablar que me sentí bien traicionado. La Cultural formaba parte de uno de nuestros ineludibles ritos, que se estaba haciendo a un lado con cruel ligereza.
Ahí comienza una nueva historia, en que íbamos ambos (no olvidar que éramos inseparables) a ver a Susana, y cuando ésta llegaba, yo me iba para casa. O a veces me quedaba un poco, para intercambiar unos chistes más con Ricardo. Otras veces Susana me traía amigas, que como eran tan tontas y superficiales como ella, sólo daban para una salida, y no más. Yo siempre pensando qué le veía Ricardo a Susana, ya que para mí carecía tan obviamente de atractivos. Pero dicen que así es el amor: ciego.
Hasta que un sábado viene Ricardo a verme y me dice que había muerto un primo repentinamente, y que tendría que ir al velatorio, y que como estaba citado con Susana, tenía que hacerle el favor de reemplazarlo, ya que ella no tenía teléfono y no tenía cómo avisarle. Además, como ella inventaba excusas para salir de la casa, tendría que quedarme con ella hasta medianoche.
Que la invitara al cine, o algo así.
Aunque pasarme tres o cuatro horas con Susana no era la mejor idea que tenía yo de cómo pasar un sábado por la noche, todo sea por un amigo, allá fui. Le expliqué todo, y le pregunté adónde quería ir. Como nos habíamos encontrado cerca de un parque, y era una hermosa y cálida noche de verano, me dijo:
-Mirá, no tengo ganas de ir a ningún lado, ¿porqué no nos sentamos en un banco del parque y charlamos?
Etiquetas: Los amigos.
Para los aficionados al cine, recomiendo muy especialmente el post de hoy en el blog de mi amigo Martín Brauer, ¿Cáncer de qué?
Etiquetas: Un cacho de cultura.