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viernes, junio 15, 2007

Crab en Córdoba

Tengo un hermano en Córdoba, que vive con su mujer y con su nene de 40 años, a quienes venía de hace tiempo prometiendo una visita, que dilataba porque sabía lo que me esperaba.
A la vez, como todos sabemos, en este bendito mundo blogger se hacen amistades, que a veces se encaminan en una dirección meramente (bueno, tacho meramente) intelectual y en otros casos se encaminan en otras direcciones.
Tal era el caso de una amiga con la que muy pronto iniciamos una relación cibernética muy intensa. Intercambio diario de e-mails, cada vez más cargados, además de inteligencia (por lo menos en el caso de ella) de demostraciones de ternura y afecto. Las direcciones, en este caso, parecían ser ambas. ¿Es posible entablar una relación así? Habíamos intercambiado fotos, así que ya sabíamos lo que podíamos esperar físicamente. Aclaro además que los dos habíamos hablado de nuestras recientes (malas) experiencias en terrenos sentimentales, de modo que ambos estábamos en aguardo de alguien que lamiera nuestras heridas. Y conscientes de ello.
De modo que se me ocurrió que la visita a mi hermano podría ser una excelente excusa para conocer a mi corresponsal cordobesa. Se lo propuse y me dijo que no viniera por ella (pero que tampoco dejara de hacerlo). Como le hago saber de mi absoluta ignorancia geográfica de la ciudad, y temía perderme, propone irme a buscar a la terminal de ómnibus cuando llegue. Ya estaba establecido que la dama vivía sola.
Llegué pues a Córdoba, y contrariamente a todo lo que se supone, media hora antes del horario fijado. La llamo por el celular (ya habíamos intercambiado todas las referencias posibles), y me dice que estaría en 15 minutos. Así fue.
Llegamos a la hermosa y acogedora casa. Me muestra mi dormitorio y mi toilette. Hacemos planes. Crab, buen cocinero, se ofrece a preparar el almuerzo. Vamos, pues, como un matrimonio bien establecido, a Carrefour a hacer las compras necesarias.
Con anónimA actuando como Juanita, Crab prepara la comida, acompañada de moderados sorbos de vino (sabemos que, contrariamente a lo que muchos piensan, el alcohol no es un antiafrodisíaco: da las ganas pero no las fuerzas), y para entonces Crab ya tenía la idea fija.
Pero antes debo decir que no era sólo eso. Las cosas, planteadas en otro terreno, eran por demás gratificantes: estaba conociendo a una mujer excepcional, en todos los aspectos, llena de ingenio, de sabiduría, de ternura, y, porqué no agregarlo, de excelente figura.
Más bien era para proponerle matrimonio.
La charla siguió y siguió, interminable. Como siempre, coincidencias. Que eran más que coincidencias: parecíamos gemelos.
Luego, ambos convinimos que sería bueno descansar. No se planteó siquiera cómo dormiríamos.
No voy a entrar en detalles escabrosos. Sólo hablaré de una maravillosa conjunción física y espiritual, que duró esa tarde, la noche y el despertar siguiente. Y que interrumpió el anuncio de la inminente llegada de sus sobrinos, que motivó mi partida destino a Carlos Paz, donde vive mi hermano.
Prometimos darnos un tiempo para examinar serenamente lo sucedido, que no había sido nada sereno, precisamente. Al parecer, luego apareció el tercero en discordia, lleno de arrepentimientos y para colmo... (suprimido por el autor para evitar posibilidades de identificación). Sin embargo, un comentario en el post de ayer sobre óperas, parece dar pábulo a Crab como para alimentar esperanzas.
Ahí viví unos días donde no sabía muy bien si estaba en el Cottolengo o en The little horror shop. Mi hermano y su mujer se odian. Pero no como los Rose, porque no se tiran cosas, sino con ese odio que consiste en recriminar y rechazar constantemente lo que hace y dice el otro. Para colmo, debo reconocer que ambos tienen razón. Lo malo es que me tomaban como confidente y cada vez que me agarraban a solas contaban remotos episodios que cualquier persona medianamente sana, por su propia salud mental, debiera tener sepultados. Pero ellos no: se acuerdan de cada agravio con toda minuciosidad, y lo relatan con pelos y señales. Envidiable memoria, de cualquier forma. Pero me pregunto: ¿es necesario vivir así? Rechazan además cualquier intento de conciliación que uno realice, y cualquier sugerencia de separación. En definitiva, parecen ser felices así, después de todo, sufriendo y agraviando al otro. ¿Será ésta la relación amo-esclavo de Hegel?
Felizmente, mi hija brasileña me había conseguido un largo trabajo de corrección de estilo de un macaco que presenta una tesis de derecho en Madrid, y que habla (escribe) en un español que te la regalo, y eso me sirvió de excusa para volverme. También para ganarme unos buenos pesos, que nunca están de más, y con los que me iré el mes que viene a Brasil.
Pero a no ponerse contentos. Desde allá seguiré con mi blog.-

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3 Comentarios:

A la/s 11:05 a. m., Anonymous Anónimo dijo...

Muy buena la frase de Campoamor de hace un rato y la de Mark Twain excelente y muy pertinente en este caso.
La salsa de soja sigue allí.

 
A la/s 10:19 a. m., Blogger EmmaPeel dijo...

Ha nacido otra feliz coincidencia!
disfrute Crab, bien por su viaje

saludos

 
A la/s 11:16 a. m., Blogger Mascaró dijo...

Emma, agradezco tu visita y tus deseos. Espero tu curiosidad haya quedado satisfecha.

 

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