Mascaró


Alea jacta est

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martes, junio 12, 2007

For man only - Humor corbodés III (final)

De paso, siempre dentro del tema, me dice mi hija brasileña, exquisita tiradora de pedos a pesar de su delicadeza y prestancia de gran dama, que en Brasil, cuando uno eructa se dice que ofreció un eructo. En cambio, cuando se tira un pedo, se dice que soltó uno. Sutilezas de los idiomas...

MÁS DIVAGACIONES EN TORNO AL PEDO
En realidad, el tema del pedo ha dado lugar a un riquísimo anecdotario, que incluye desde personajes históricos famosos, hasta humildes ciudadanos como uno, todos comprometidos a veces en su afán por lograr expulsar subrepticiamente esa cosa que nos viene tan de adentro, sin que los demás lo adviertan, ya sea por su olor o por su riqueza sonora.
Tengo cuatro historias sobre este tema al que ningún hombre es ajeno, y que las mujeres desdeñan considerar (bueno, en realidad no todas), como si no pertenecieran al género humano.
La primera es con un prócer de Morón (tanto que una calle lleva su nombre), con quien éramos muy amigos. Era un gran atorrante que actuaba en política, pero insólitamente para un político, era un tipo decente, de ahí la merecida calle.
Tenía además un gran atributo: su culo era una trompeta, con la que tejía ad libitum las más ricas variaciones, tanto en lo que atañe al registro, como a la afinación y a la tonalidad. Dosificando sabiamente stacattos y ligattos. Pero además -y esto sí es más curioso-, lo hacía a voluntad. Uno le decía: "Julián, tirate un pedo", y él, siempre obediente y dispuesto, prrrrrrr.
Crab trabajaba en la administración de una fábrica con Julián y unos cuantos reos más. Por supuesto, ese gran salón donde cada uno hacía como que trabajaba sentado a su escritorio, era en realidad la gran sala de conciertos donde Julián, eximio instrumentista, desplegaba todas sus virtuosidades.
Había en la sala una gran y alta mesa-escritorio, donde estaba "la valija". Esta valija, antecesora de cuero del Samsonite, era la portadora de la correspondencia entre la oficina central de la fábrica, en Buenos Aires, y la fábrica misma, en Haedo. A la valija tenían acceso pocos privilegiados, entre ellos don José, hermano del patrón, que siempre andaba hurgando en ella.
Un día, don José, gran alcahuete que sabía que nuestro gran salón era una gran joda, y que siempre se daba una vuelta pretendiendo que tenía algo importante que hacer en el lugar, y que usaba zapatos con suela de goma para que no percibiéramos su andar, hacía como que estaba revisando unos papeles en la valija.
Julián, inadvertido de su presencia, se tiró un reverendo pedo, y dirigiéndose a su vecino, el gallego García, con cuyo anecdotario se podría también escribir un libro, le dice:
-Disculpe, señor García.
A lo que García, siguiendo la joda, le contesta, serio y circunspecto:
-No es nada, don Julián.
A todo esto, don José, que no entendió nada de tanto alarde de cortesía y educación, no tuvo más remedio que quedarse callado y comerse el pedo que le habían tirado alevosamente Julián y García.
Una tardecita, estaba Julián y otro grupito de amigos reos como él a un costado de la plaza de Morón, mirando pasar la vuelta del perro. En eso, se aparece el circunspecto Gogo Ramperti, siempre de traje y corbata, acompañado de dos chicas, una colgada de cada brazo.
Al verlo, Julián, grandes exclamaciones de júbilo:
-¡Pero Gogo, qué placer encontrarte, tanto tiempo.
A Gogo la cosa no le causaba demasiada gracia, conociendo bien a Julián y su reputación. Pero no tuvo más remedio que apechugar y recibir los saludos. Va Julián, le da un gran abrazo y, por supuesto, se tira un soberano pedo.
Gogo vuelve avergonzado con sus amigas, rezando (era muy religioso, tanto que vivía al lado mismo de la iglesia) para que sus amigas no hubieran oído, cuando Julián, reunido ya con sus amigos, le grita:
-Ah, Gogo, y si te da vergüenza, echame la culpa a mí, nomás...
La otra es la del infaltable Haroldo, que siempre estaba prendido en estas lides, y cuyo rico anecdotario sobre pedos y cagadas nunca tenía fin.
Contaba que un primo suyo participó cuando hacía la conscripción en un concurso para ver quién se tiraba el pedo más espectacular. Se había instituido un premio y todo, costeado por partes iguales por todos los participantes.
Bueno, van desfilando al frente del salón todos los candidatos, y cada uno va realizando su performance.
Cuando le toca al primo de Haroldo, se tira su gran pedo, y simultáneamente cae al suelo el cuadro de San Martín que presidía la sala.
-Por supuesto -comentaba Haroldo- le dieron el premio. Pero debe haber sido casualidad, a mí no me vas a decir...
Termino con una más conocida. Como Crab cita de memoria, no recuerda quiénes eran los protagonistas, pero es rigurosamente cierta.
Llega un mandatario latinoamericano a Londres, y el programa de festejos incluía un paseo en carruaje con la Reina.
En eso estaban, cuando uno de los caballos se tira un oloroso pedo.
-Usted me disculpará -dice la Reina- pero usted como bien sabe, estas cosas suelen ocurrir.
-Si Su Majestad no me dice -contesta el mandatario- hubiera pensado que era uno de los caballos.

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