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jueves, abril 05, 2007

Henry Miller


El 29 de marzo, un lector exaltado me compara con Henry Miller. Me parece que R.G. no leyó bien a H. Miller o a mí. Personalmente nunca se me hubiera ocurrido, aunque no puedo negar la especial dilección por mucho de lo que escribió, y sí, que me gustaría tener un estilo que llegara siquiera a parecérsele.
Miller exploró, aró y rastrilló todos los posibles laberínticos meandros del sexo. Creo que después de él, es inútil todo intento de escribir sobre sexo sin solemnidad, y tomándolo con la seriedad y ligereza a la vez que el sexo merece. Él lo exploró todo: el humor, la poesía, la exaltación, el júbilo. Y lo despojó totalmente de todo dramatismo, convirtiéndolo en la cosa jubilosa y radiante que debe ser.
Por supuesto, Miller fue prohibido en los EEUU, de modo que, como Joyce y tantos otros, debió publicar en Francia, siempre abierta a este tipo de innovaciones.
Aparte de los Trópicos, la obra que lo consagra, tiene -entre tantos- dos libros que recomiendo: Big Sur o las Naranjas de Hieronyimus Bosch, y Los Libros de Mi Vida. En Big Sur cuenta, siempre paródicamente, el proceso de la creación, donde una musa le sopla al oído lo que tiene que escribir. Por lo visto es de los que se alinean en la inspiración como origen de la creación. Los Libros, es una larga lista de los libros que influyeron en su vida, donde el lector no encontrará nada que se parezca a H. Miller, pero, como a mí me sucedió con este libro y con Otras Inquisiciones, de Borges, encontrará una lista de libros imprescindibles y que le harán pasar momentos inolvidables. No en todos los casos, claro.
Para aquellos que no lo conozcan, ya que Miller está quizás un poco demodée, transcribiré una página de Trópico de Capricornio, y la parte de Big Sur donde cuenta cómo se inspiró para escribirla.
...Bien, todo esto es simplemente una forma de haceros comprender la confusión sexual universal que prevalecía en aquella época. Era como tomar un departamento en el País del Coito. Tomemos la muchacha del piso de arriba, por ejemplo... solía bajar de tanto en tanto, cuando mi mujer daba un recital, para ocuparse de la niña. Tenía un aire tan simple que al principio no le presté la menor atención. Pero, como todas las demás, también tenía su vagina, una especie de vagina impersonal de la cual estaba inconscientemente consciente. Cuanto más a menudo bajaba tanto más consciente se hacía, a su manera inconsciente. Una noche, estando ella en el baño, después de haber permanecido allí durante un tiempo sospechosamente largo, comencé a pensar ciertas cosas. Decidí espiar por el ojo de la cerradura y comprobar por mí mismo qué era lo que sucedía. Y, ¡oh sorpresa! La muchacha estaba parada frente al espejo, mirando y acariciando su pequeño gatito. Casi hablándole. Me excitó tanto que, al principio, no sabía qué hacer. Volví a la habitación grande y apagué las luces, y me tendí en el diván esperando que ella saliera. Mientras estaba tendido allí aún podía ver su sexo velludo y los dedos que parecían tamborilear sobre él. Me abrí el pantalón para que mi miembro se refrescara en la oscuridad. Traté de hipnotizarla desde el diván, o por lo menos traté de hacer que mi miembro la hipnotizara. "Ven aquí, hija de perra", me repetía, "y pon ese sexo sobre mí". Debe de haber recibido el mensaje inmediatamente, porque un instante después abría la puerta y estaba tanteando en la oscuridad para encontrar el diván. No dije una palabra, no hice el menor movimiento. Sólo mantuve mi mente fija en su sexo que se movía silenciosamente en las tinieblas como un cangrejo. Finalmente estuvo de pie al lado del diván. Ella tampoco dijo una palabra. Solamente quedó allí silenciosa y, cuando yo deslicé mi mano entre sus piernas, movió un pie para abrirlas un poco más. No creo que jamás haya tocado un cruce más jugoso en toda mi vida. Era como un engrudo corriendo por sus piernas y si hubiera habido carteles podría pegar una docena o más. Después de algunos momentos, tan naturalmente como una vaca inclina la cabeza para pacer, ella se inclinó y lo tomó en su boca. Le introduje mis cuatro dedos, frotándola hasta sacarle espuma. La boca de ella estaba llena hasta la sofocación y el jugo se derramaba por sus piernas. No dijimos una palabra, como digo. Sólo un par de sepultureros maníacos trabajando silenciosamente en la oscuridad. Era una paradisíaca manera de hacer el amor, y yo lo sabía, y estaba dispuesto a licuar mis sesos si fuera necesario. Esta fue probablemente la mujer con quien mejor hice el amor. Nunca jamás dijo una palabra, ni esa noche, ni la noche siguiente, ni ninguna noche. Solía bajar y colocarse en la oscuridad, tan pronto sabía que estaba solo, y me cubría con su sexo como con un emplasto. Era una vagina enorme, ahora lo recuerdo. Un laberinto subterráneo oscuro, lleno de divanes y rincones acogedores y dientes de goma y jeringas y nidos suaves y edredones y hojas de morera. Yo solía penetrar como un gusano solitario y enterrarme en la pequeña hendedura donde había absoluto silencio; y aquello era tan suave y acogedor que me tendía como un delfín en un banco de ostras. Una ligera contracción y hubiera estado en el pullman leyendo un diario o si no en una calleja sin salida recubierta de guijarros musgosos y pequeñas y frágiles portezuelas de mimbre que se abrían y cerraban automáticamente. Otras veces era como deslizarse por un tobogán, una brusca zambullida y luego un chorro de hormígueantes cangrejos de mar, los juncos inclinándose febrilmente y las agallas de los pececillos lamiéndome como los espacios de una armónica. En la inmensa gruta oscura un untuoso órgano de seda producía una música negra y letal. Cuando ella se lanzaba desde lo alto, cuando volcaba de lleno el jugo, se formaba un púrpura-violáceo, una profunda mancha de morera, parecida al crepúsculo, uno de esos crepúsculos ventriloquiales que son el placer de enanas y cretinas cuando menstruan. Me hacía pensar en los caníbales masticando flores, en bambúes enloquecidos, en salvajes unicornios apareándose sobre lechos de rododendros. Todo era anónimo e inesperado, John Doe y su mujer Emmy Doe; sobre nosotros los gasómetros; y, debajo, la vida marina. De la cintura para arriba, como digo, era tonta. Sí, absolutamente tonta, aun cuando todavía andaba suelta por ahí. Tal vez fuera eso lo que hacía que su sexo fuera tan maravillosamente impersonal. Era un sexo en un millón, una verdadera perla de las Antillas, tal como la que Dick Osboprn descubrió leyendo a Joseph Conrad. En el gran Pacífico del sexo emergía inmóvil como arrecife de plata brillante, rodeado de anémonas humanas, de estrellas de mar humanas, de madréporas humanas.
¡Aquella voz! Fue mientras escribía Tropic of Capricorn (en la Villa Seurat) cuando caí en la verdadera trampa. Como mi vida era entonces tanto agitada -vivía en seis planos al mismo tiempo- se producían períodos de aridez que a veces duraban semanas. Esos momentos de calma no me preocupaban, pues tenía bien asida mi obra y la certeza íntima de que nada podía frustrarla. Un día, por ninguna razón explicable, como no fuera una dosis excesiva de vida desordenada, comenzó el dictado. Muy gozoso y también más cauteloso esta vez (sobre todo con respecto a la toma de notas) fui directamente al escritorio negro que me había hecho un amigo y, conectando todos los hilos, juntamente con el altoparlante, grité: "Je t'écoute... Vas-y!" (¡Te escucho... adelante!) ¡Y cómo llegó! No tenía que pensar ni siquiera en una coma, en un punto y coma; todo se me daba directamente desde la sala de registros celestial. Cansado, suplicaba una interrupción, una tregua, el tiempo suficiente, digamos, para ir al retrete o para respirar un poco de aire fresco en el balcón. ¡Imposible! Tenía que captarlo todo al vuelo o correr el riesgo de la excomunión. Lo más que se me permitía era el tiempo necesario para tragar una aspirina. El tipo puede esperar, parecía pensar "aquello". Y lo mismo sucedía con el almuerzo, la comida o cualquier otra cosa que yo consideraba necesaria o importante.
Casi podía ver la Voz, tan cercana, tan incitante, tan autoritaria era, al mismo tiempo que tenía una importancia tan ecuménica. A veces sonaba como una alondra, otras veces como un ruiseñor, y en ocasiones -¡lo que era realmente pavoroso!- como el pájaro imaginado por Thoreau que canta día y noche las mismas dulces tonadas.
Cuando comencé el Intermedio titulado "La tierra de Fuck", refiriéndose a "Cockaigne", no podía creer a mis oídos. "¿Qué es eso? -grité, sin sospechar a dónde era llevado-. No me pidas que escriba eso, por favor. No haces sino crearme más dificultades." Pero mis súplicas no eran tenidas en cuenta. Escribía una frase tras otra, sin tener la idea más ligera de lo que iba a venir a continuación. Al leer el original al día siguiente -se publicaba por entregas- sacudía la cabeza y refunfuñaba como quien se siente perplejo. Aquello era pura cháchara y cochinada, o sublime. En todo caso, era yo quien tenía que firmarlo con mi nombre. ¿Cómo podía imaginarme entonces que algunos años después un triunvirato judicial, ansioso por demostrar que era un pecador, me acusaría de haber escrito esos pasajes "para ganar dinero"? ¡Y yo suplicaba a la Musa que no me pusiera en dificultades con los patronos, que no me hiciera escribir todas esas palabras "sucias", todas esas líneas escandalosas y escabrosas, senalándole, con el lenguaje sordomudo que empleaba cuando trataba con la Voz, que pronto, como Marco Polo, Cervantes, Bunyan et alii, tendría que escribir mis libros en la cárcel o al pie de la horca! ¡Y aquellas vacas sagradas, que vivían en la abundancia y no eran capaces de distinguir la escoria del oro, dieron un veredicto de culpabilidad, me declararon culpable de haber escrito aquello "para ganar dinero"!

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2 Comentarios:

A la/s 1:20 p. m., Anonymous Anónimo dijo...

bueno, aprovecho la mãnan del feriado para (al fin) enviar un comentario.
Nada contra las comparaciones, pero decir que el estilo se asemeja al de Miller, me parece algo desubicado.
Eso sí: se lee bien, y, sobre todo, cumple un requisito primordial: da gusto.
Sin eso, nada hecho.
Aprovecho para desearles a todos los comentaristas unas muy felices y chocolatadas pascuas !!
Elisa.

 
A la/s 1:22 p. m., Anonymous Anónimo dijo...

Sin querer., apreté la teclita del anonimato...
Lo que suena muy gracioso, sobre todo después de haber puesto mi firma.

 

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