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domingo, marzo 21, 2010

Lecciones de amor – Edith Piaff

Biografía

Nació con el nombre de Edith Giovanna Gassion, hija de una cantante ambulante y de un acróbata de circo que la abandonó antes de que ella naciera. Su madre a punto de dar a luz, no alcanzó a llegar a la maternidad y Edith nació en plena calle debajo de una farola frente al número 72 de la rue de Belleville en París el 19 de diciembre de 1915.

La mujer era demasiado pobre para criarla y se la entrega al cuidado de su abuela materna, quien en vez de tetero la alimentaba con vino, con la excusa de que así se eliminaban los microbios. Después la entrega a su padre, quien está a punto de ir al frente en la Primera Guerra Mundial, lo que lo lleva a dejar a la niña con su abuela paterna (dueña una casa de prostitución en Bernay, Normandía) donde Edith es criada por las prostitutas de la casa.

Cuando apenas tenía cuatro años, una meningitis la dejó ciega, pero poco después recobró la vista gracias, según explicó su abuela, al devoto peregrinaje a la iglesia de Santa Teresita del Niño Jesús, en Lisieux, que la mujer hizo con su nieta.

Si los primeros años de la vida de Edith fueron difíciles, los de su adolescencia fueron peores. Cuando apenas tenía diez años su padre enfermó gravemente y la pequeña empezó a cantar por la calle, recogiendo las monedas que los transeúntes le arrojaban. En aquellas primeras actuaciones, Edith sólo cantaba la Marsellesa, el himno nacional francés, porque esa era la única canción que conocía.

Al finalizar la Primera Guerra Mundial, su padre vuelve del frente y la lleva consigo a vivir la vida de los artistas de los pequeños circos itinerantes, luego la del artista ambulante, independiente y miserable. Edith revela su talento y su excepcional voz en las canciones populares que canta en las calles junto a su padre, tal como lo hacía su madre.

En 1933, a los 17 años, tiene una hija con su amante Louis Dupont, llamada Marcelle, que muere de meningitis a los dos años de edad, en 1935.

Bueno, pero hablamos de Lecciones de amor, así que adentrémonos en su vida sentimental.

Edith a pesar de no ser precisamente una mujer guapa, y de medir apenas 1,53 m de estatura, era una de esas femmes fatale que emanan un encanto especial y que hacía que los hombres cayeran rendidos a sus pies.

Por su vida pasaron desde sus inicios, pequeños rufianes, artistas callejeros y después hasta hombres famosos como Marlon Brando, Yves Montand, Charles Aznavour, o Georges Moustaki. Jugaba a deslumbrar, los conquistaba y los abandonaba. También sucumbieron a sus encantos el famoso campeón de boxeo Mercel Cerdan y actores como John Garfield.

Edith seguía viviendo La vie en rose a pesar de un terrible accidente automovilístico en el que sufrió varias fracturas. Los médicos le prescribieron morfina, a la que rápidamente se hizo adicta.

“Durante cuatro años viví casi como un animal o una loca: nada existía para mí más allá del momento en que me era aplicada mi inyección y sentía por fin el efecto de la droga”.

Plaf se inyectaba, a través de su ropa y medias, momentos antes de subir al escenario. La única vez que actuó sin morfina fue un desastre, y salió abucheada por su público.
También empezó a beber sin control y sus amigos intentaron que dejara ese hábito, llegando incluso a esconderle las botellas de alcohol, pero tampoco funcionó. De todas formas su público la adoraba, pues era el ícono de Francia de la postguerra, una diva consagrada.

Sin embargo, esta vida desenfrenada que no la llenaba ni la hacía feliz, era la única que tenía y la disfrutaba, la que asumía como parte de su esencia, por eso es que cada vez que cantaba a viva voz la famosa canción - que la identificaba perfectamente - "Non, Je Ne Regrette Rian" (No, no me arrepiento de nada), se le llenaban los ojos de lágrimas.

Llegó a sus 46 años bien recorridos, y sin saber cómo, encontró de pronto al gran amor de su vida. Se involucró en una relación que sorprendió al mundo. Se enamoró locamente de Théo Sarapo, un joven griego 20 años menor que ella.

Edith aseguraba que éste era el definitivo y más grande amor de su vida. Se casó con él y todo el mundo pensó que se trataba de un “gigoló” que quería aprovecharse de su fortuna.
Para la gente fue difícil creer en el amor de una mujer mayor y famosa con un joven adonis griego, pero Edith gritó a los cuatro vientos que Théo era el único hombre que había amado.

Un año después de casarse con el joven griego, en 1963, Edith Piaf murió en su casa del Boulevard Lannes a la edad de 47 años, víctima de una cirrosis avanzada y con sus facciones deterioradas debido a la morfina. El gran amor de su vida sólo le duró un año.

Théo Sarapo fue el único heredero de Edith Piaf. Los derechos discográficos, de autor y cinematográficos fueron a parar a su cuenta bancaria. Eso confirmaba las sospechas de la gente.

La imagen de gigoló, inescrupuloso y aprovechador, se extendió por todo el mundo, mientras el silencio del griego confirmaba todas esas sospechas. Sin embargo, siete años después Théo Sarapo volvió a ser noticia de primera plana en los periódicos. Se había suicidado.
Sobrevivió hasta agotar la “fabulosa” herencia recibida de su mujer, es decir, una lista interminable de deudas.

La enfermedad y adicción de Edith Piaf la había dejado en bancarrota y con las deudas hasta el cuello. Théo Sarapo, en silencio, las fue pagando como pudo, una tras otra, y así hasta dejar totalmente limpio el sagrado nombre de su amada. Cuando llegó a pagar el último centavo se quitó la vida. ¿Para qué la quería si no podía compartirla con el único amor de su vida?

En su mesilla de noche hallaron una tarjeta que decía: "Pour toi Edith, mon amour".
Théo Sarapo le enseñó al mundo y a sus detractores otra hermosa lección de amor. Durante los siete años que demoró pagar las deudas de su amada Edith, jamás se lo vio con otra mujer.

Fue enterrado junto a ella. Al fin estarían juntos otra vez, para cantar a dúo desde el más allá:

¡No! no me arrepiento de nada. Ni del bien que me han hecho, Ni del mal, ¡Todo eso me da igual! ¡No! no me arrepiento de nada. Todo está pagado, barrido, olvidado... ¡Me importa un bledo el pasado! Con mis recuerdos, he encendido el fuego, mis penas, mis placeres… ¡Ya no los necesito! Barrí todos los amores y todos sus temblores, los barrí para siempre, vuelvo a empezar de cero. ¡No! no me arrepiento de nada. Porque mi vida, Porque mis alegrías, Hoy comienzan contigo...

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