Mascaró


Alea jacta est

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sábado, diciembre 22, 2007

Norman Mailer - Los desnudos y los muertos II

Bien, entremos de una vez al libro: 816 páginas en cuerpo 10. ¿Será necesario escribir tanto?
La pregunta que Crab siempre se ha hecho -y aclara desde ya, para él el prototipo del escritor es Borges, que dice tanto y tan bien con tan pocas palabras-, es para qué se escribe. Entre las respuestas que ha encontrado, están:
* Satisfacer la propia vanidad, buscando la admiración y el elogio
* Afán de notoriedad y bienestar económico.
* Haber alcanzado cierto estado de beatitud, o cierto grado de iluminación, y sentir incontenibles deseos de comunicarlo a los demás.
* Sentir que tiene dentro cosas muy intensas, que lo colman, y necesita exteriorizar.
* Creer que la humanidad será mucho mejor luego de haberles comunicado sus revelaciones.
* Experimentar un gran gozo al escribir, y querer transmitir ese gozo a los demás.
Y algunas posibles motivaciones más. O sea, generalmente, dejando de lado las puramente egoístas, deseo de comunicar a otros lo que uno siente.
Por supuesto, muchos escritores han dado sus propias motivaciones, que no hay que creer a pies juntillas: un fuego interior que los impulsa, una necesidad irrefrenable de denunciar las miserias del mundo, los horrores de la guerra, las persecuciones e injusticias que sufren los desamparados, la necesidad de que los demás compartan esplendores espirituales de los que no son conscientes.
Y la pregunta de Crab es, en este caso y casi siempre: pero todo esto, ¿no se podría haber dicho en menos páginas? Porque en la mayoría de lo que lee, Crab encuentra exceso de palabras, encuentra que todo se podría haber dicho con la mitad de ellas, ahorrando al editor un montón de espacio, al lector un montón de tiempo, y contribuyendo así a lentificar el proceso de deforestación de la selva amazónica.
Porque acometer de entrada con un libro de 816 páginas, a un promedio de 30 páginas por hora -que es lo que puede leer un lector medio, concentrándose en la lectura, y siempre que no lo interrumpa el portero eléctrico, el teléfono, o el celular-, significa dedicarle a Norman Mailer 27 horas y doce minutos de nuestra valiosa y preciada vida. Para colmo, en mi caso, por segunda vez.
Veamos, a juicio de Crab, si valió la pena.
Sigue mañana (prometo, lo tengo escrito: es sólo para no cansarlos... tanto).

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