Mascaró


Alea jacta est

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sábado, mayo 12, 2007

Usos de la memoria


Un amigo blogero (que no menciono porque ya le he hecho mucha propaganda), me contaba que había ido a la presentación de un libro bastante aburrido, cuyo único mérito era que tenía sólo 128 páginas, porque el autor lo había leído de cabo a rabo. Le tomó dos horas.

Al terminar, el presentador preguntó al público si quería hacer alguna pregunta. Silencio total: nadie quería prolongar más la cosa. Ante el silencio general, y como al parecer la sala estaba alquilada por más tiempo, el presentador dijo entonces que iba a mostrar una faceta interesante y especial del autor. Abrió al azar un ejemplar del libro, y le pidió a alguien del público que leyera una frase cualquiera.

Así lo hizo, y el autor, desde el escenario, continuó de memoria la frase. La experiencia se repitió varias veces, y el autor sabía exactamente cómo seguía la frase que el público proponía al azar. El acto literario se había transformado en una demostración de Tu Sam: el autor no sabría escribir muy bien, pero tenía una memoria bárbara, y se sabía su libro de memoria.

Como ha contado algunas veces, Crab trabaja en producción de cine. Hace unos años, cuando todavía las computadoras no tenían la suficiente capacidad como para procesar películas con ellas (las imágenes ocupan muchísimo lugar; pesan mucho, como se dice en la jerga), los procesos eran los que se venía siguiendo desde los comienzos del cine: filmación por un lado, sonido por otro, y en la postproducción la mezcla de todas las bandas de sonido (diálogos, música, ruidos, efectos especiales) con la imagen.
En este proceso, que dirigen director y sonidista, se le da a cada banda su valor según el criterio de ambos técnicos (ecualización). Se hacía en la inmensa consola de sonido que todos conocen por haberla visto alguna vez en alguna película. Ahí, el ayudante de sonido canta el número de escena que se va a mezclar, y mientras él coloca las bandas respectivas, los demás joden. Y el sonidista era especial para eso.

Cuando el ayudante cantaba "99", él comenzaba: "99, de Liniers a Palacio de Correos", y cantaba cada una de las calles que recorría el colectivo. Cuando terminaba, cantaba el recorrido de regreso. Yo, que conocía algunas líneas, veía que no macaneaba: las calles eran exactamente las que él mencionaba.

Después de varias demostraciones, le pregunté el porqué de ese conocimiento. Entonces me contó que los fines de semana, a veces en que estaba aburrido, tomaba colectivos al azar, desde una terminal a la otra y regreso. Que eso le servía para conocer mejor Buenos Aires, a la vez que para conocer calles insólitas y poco conocidas.

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2 Comentarios:

A la/s 6:46 a. m., Anonymous Anónimo dijo...

Hola... buenísima la anécdota. Me hace acordar a ese amigo de Corina y Elisa, de Alemania, que paseaba así por Buenos Aires. Siempre me pareció una fórmula buenísima para hacer turismo barato en cualquier ciudad. Un beso.
Lorena

 
A la/s 9:57 a. m., Blogger Mascaró dijo...

Sí, yo lo hice en Niteroi, que para mí fue siempre un misterio (y lo sigue siendo). Recorríamos zonas tan densamente pobladas, hermosas playas, las infaltables favelas, y esos simil favelas insertados en cualquier espacio libre dejado, de modo que todo está mezclado, y no entendíamos nada.
Últimamente, aprovechando que Elisa da clases (o las toma, o ambas cosas) en una universidad de ahí, pude conocerla mejor. Desde la Facultad (un verdadero y hermoso campus a la yanqui, no como nuestra desolada "ciudad" universitaria) pude ir caminando, y bordeando la playa, hasta el Museo de Arte Moderno, un diseño de Neumayer, que se inserta en el mar, y al que se llega a través de una larga escalera ascendente. Se parece a un plato volador, y así lo bautizó, en efecto, la imaginería popular.

 

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