Los días grises
Llegó el otoño. Casi el invierno ya. Hoy es uno de esos días grises, siempre amenazando lluvia o en todo caso frío, que no soporto. Y que me dejan en casa encerrado, escuchando música o leyendo y a veces tan desolado que ni siquiera tengo ganas de leer.
Decididamente soy de los amantes del sol. No para tostarme, porque mi piel no lo resiste y con más de diez minutos quedo de cama todo colorado y lleno de ampollas.
Pero sí para verlo. Para verlo brillar ahí en lo alto, y explicarme la elevación a la categoría de dios conque lo veneraban los antiguos.
Viva la alegría, viva el sol. Abajo la tristeza, abajo los días grises. Viva el calor. Abajo el frío.
Por eso, aprovechando que tengo una nieta que se recibe de médica en Río y me quiere ahí en la colación de grados, me voy el mes que viene un mes a adorar al dios sol.
A ver si me vienen algunas ideas.
Porque no se hagan ilusiones, no me quedaré callado: allá hay dos computadoras, y siempre una disponible para mí, ya que paso gran parte del tiempo solo en la casa mirando el mar, los veleros, y el sol, el bendito sol. Y en el contrafrente, un morro del que bajan los monos y me hacen morisquetas desde los árboles.
Etiquetas: Mundo interior.
3 Comentarios:
Hola, papi... muy nostalgiosa y poética descripción de cómo te vas de joda a Río. Muero de envidia. Yo también adoro el sol y aquí -si bien es verano- el sol nunca brilla como en Río...
Un besote.
Ya no tengo muchas noticias tuyas y me gustaría saber al menos por qué.
Lorena.
Ahoa que ya leí todos tus artículos, te recomiendo que repases mis comentarios y, si lo merecen, también les dediques alguna respuesta.
Un besotón.
Lorena
Sin perjuicio de que me encanta de que por fin te hayas hecho presente en mi blog (desde Haroldo que no escribías nada), tu fidelidad nunca puesta en duda, merece una respuesta por línea privada, que va junto con ésta.
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