Para mí Sigüenza es un nombre que tiene tantas resonancias. Recuerdo, hace muchos años, haber pasado raudo por una autopista rumbo a Perpignan, y al pasar haber leído, fugazmente, sin tiempo para detenerse y considerar la posibilidad: "Sigüenza, 47 kmts."
¡Por Dios (o quien sea), entonces existía!
Para mí, hasta ahí, Sigüenza (si hasta su sugerente nombre nos confunde) era sólo un producto de la fantasía de Miró, en la que transcurrían tantas historias extrañas. que uno ni sospecha en un pueblo perdido en la campaña española, con sus senderos polvorientos, sus humildes casas que van desfilando a los ojos del caminante, hasta llegar a su núcleo, la plaza con su característica iglesia, su municipalidad (o como se llame en España), su farmacia, el café del pueblo, y todo lo demás que él nos contaba con su prosa prodigiosa.
Pero se ve que Sigüenza cambió después. Tanto, que hasta tiene su festival de jazz.
Y resulta que era un festival de jazz moderno, y en él se presentó un saxofonista alemán (y esto sí que es digno de Miró), que comenzó a tocar su solo. Entonces un espectador se levantó enardecido y a los gritos, proclamando que eso no era jazz. Inmediatamente se dirigió a la comisaría del pueblo, y presentó una denuncia, diciendo que había sido estafado, que lo que tocaba el músico no era jazz moderno, sino free. Para asentar la denuncia, el comisario envía a un sargento para comprobar la consumaciòn del delito.
El sargento, después de escuchar un buen rato el solo del alemán, dictaminó sentencioso: "en efecto: esto no es jazz". Volvió a la comisaría, y ahí quedó radicada la denuncia.
Pero la cosa tuvo, naturalmente, sus bemoles. Desde que el hombre pintó por primera vez las cuevas de Altamira, se está discutiendo siempre si una forma de pintura es pintura, si cierta clase de música es música, etc.
Aquí hemos vivido durante muchos años la polémica de si lo que tocaba Piazzolla era tango.
Cuando surge el bop en EEUU con Parker y Gillespie, hoy considerados genios, la gran mayoría de los críticos dictaminan sentenciosos que eso no es jazz, sino cacofonía.
Ni hablar de Picasso, y antes aún, de los impresionistas...
El caso de Sigüenza trasciende universalmente, al punto de que John Coltrane, enterado de la denuncia, manda una felicitación al autor de la iniciativa, y le remite una foto suya autografiada.
El estafado dice que, no importa el resultado final de su denuncia, ésa ha sido su mayor recompensa.
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