sábado, abril 14, 2007

Otro Crab inédito (y sin registrar, ¡atención plagiarios!)

La lectura del desolador diario del Che, me inspiró, hace años, este relato.

La travesía

Poco a poco los iban cercando. Habían llegado hasta ahí, a lo que en su momento pareció seguro refugio, luego de transitar desiertas distancias bajo el ardiente sol, de atravesar ríos, trepar montañas y cruzar montes ásperos y salvajes, atormentados alternativamente primero, simultáneamente ahora, por la sed, el hambre, la fatiga, los insectos, las alimañas. Y el miedo, ese miedo que los había hecho huir y huir...

Perseguidos, siempre perseguidos. A veces tan cerca que les parecía sentir el aliento de los perros echándoseles encima. Otras veces, ganándole al cansancio, aprovechando el descanso de sus perseguidores, parecían ganar distancias y perderlos de vista. ¿O era un engaño? Tal vez ese avance lento y costoso en la noche era recuperado durante el día por los otros. Tal vez, de otros lugares, avisados, otros perseguidores salían a su paso, frescos, descansados, en reemplazo de los del día anterior...

Sin tiempo para pensar en nada que no fuera huir, su vida se había reducido tan solo a esa larga fuga, que parecía que nunca tendría fin... Pero que ya comenzaba a entreverse a través de signos. Esa firme unidad, ese espíritu solidario que los animaba al principio, comenzaba a resquebrajarse. Las penurias se insertaban en sus cuerpos, pero también en sus ánimos. Ya no eran tan amigos, y hasta se diría que habían comenzado a ser un poco enemigos. Ya las órdenes no eran obedecidas con tanta presteza, y hasta en algún caso eran cuestionadas, lo que, sin duda, resentía la seguridad del grupo. Las bajas, por fin, los habían ido reduciendo. La fatiga, los nervios exacerbados, les hacían tomar decisiones equivocadas, acaso fatales. Acortar camino con un salto riesgoso, o cruzando un río cuya profundidad desconocían, suponía en casos, dado su desfallecimiento, la pérdida de alguno de los integrantes del grupo.

En principio, ello significó una especie de selección natural, de la que sobrevivieron los más aptos. Los más debilitados, los más entregados, habían ido quedando. Pero ahora las aptitudes estaban niveladas, y del peor modo: hacia abajo. Ahora cualquiera podía sucumbir, pues todos estaban igualmente estragados.

Los parajes que atravesaban, a la vez, habían también cambiado su naturaleza originaria, convirtiéndose en desconocidos, extraños, se diría hostiles. El avance se hacía a través de indecisiones, de tanteos, de largos rodeos, de avances y retrocesos.

Hacía tiempo habían cruzado el último río, sin saberlo, internándose en una selva que se iba haciendo cada vez más densa. El agua, hasta hace unos días elemento natural con el que tropezaban varias veces en la jornada, era ahora un extraño fenómeno casi olvidado. El espeso follaje, impenetrable sobre sus cabezas, impedía ver el sol, que sólo se adivinaba a través de difusos destellos que apenas y sólo por veces les permitían distinguir el día de la noche.

Todo se iba tornando misterioso, desconocido. La última señal de estar en un mundo real, la vida, había también desaparecido. El mundo multicolor y bullicioso de la selva, había ido perdiendo sus colores y sus voces. El graznido de las aves, el incesante parloteo de los monos, se había ido diluyendo con el paso de los días. Al principio fue gradual. Se siguieron oyendo aquí y allá, hacia adelante y hacia atrás. Luego pareció que los habían dejado definitivamente a sus espaldas: se fueron oyendo más y más lejanos, hasta que por fin cesaron del todo. Con la luz, había desaparecido el sonido. Incluso el de sus voces. El lenguaje se había hecho escueto y descarnado, limitándose a unos pocos nombres y algunos verbos. Luego, asustados por el opresivo silencio, callaron del todo. Los gestos reemplazaron a la voz.

La penumbra, el silencio, el cansancio, el hambre, la sed, el miedo. Todo se hacía cada vez más irreal, como en un sueño. Sus confusas percepciones mezclaban realidad y recuerdos. A veces les parecía ver a sus compañeros desaparecidos. Sin fuerzas para hablarles, los dejaban desvanecerse, sin llegar a saber si habían sido reales o no. Otras veces, se diluían los que estaban todavía vivos. Todo el grupo se convertía así en una pesadilla o, quizás no tanto, meramente en un sueño cuyos límites rozaban la verdad o la locura.

Poco a poco perdieron el sentido de esa huida. Quedaba tan solo la inercia del remoto impulso inicial, que los hacía moverse aún, pero desgajado de la voluntad que lo había iniciado. Ya no recordaban quiénes eran, qué habían dejado atrás, el contexto en el cual sus existencias estaban insertas. Sus recuerdos eran fragmentarios, dispersos, incoherentes, Incluso por veces confundían su situación: ya no sabían si eran perseguidores o perseguidos.

De tiempo en tiempo, cada vez más espaciados, pero cada vez más seguros, sonaban presagios. Se miraban, comprensivos. Leves destellos que les traían la realidad de su situación. Luego, tornaban otra vez a sus más confortantes fantasías, en que el sueño y la realidad estaban tan mezclados que ya no podían distinguirlos.

Entonces, confusamente, entrevieron el por qué de tantos afanes. Supieron que toda huida era ya imposible. Que durante todo el tiempo estuvieron tratando de esquivar algo de todos modos inevitable. Y al saberlo se sintieron aliviados.

Juntando lo que quedaba de sus fuerzas, se prepararon ansiosos y resignados para la lucha final.

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