"La selección argentina tiene todavía que disputar dos partidos en la fase de clasificación para el Mundial 2010. Contra Perú, que ocupa el último lugar de la tabla, en casa, y contra Uruguay, que le está pisando los talones, en Montevideo. Está quinta, y son cuatro los países que pasan directamente, y el panorama se presenta francamente sombrío (y más si se tiene que ir a la repesca). ¿Y tiene la culpa de todo Maradona? Pocos responden de manera abierta, no vayan a ser acusados de tomar el nombre de dios en vano, pero los que hace poco contestaron, de manera anónima, a una encuesta del diario Clarín lo tenían claro: el 68% se pronunció de manera afirmativa. El Pelusa lo fue todo como jugador, pero como entrenador no sirve para nada.
Ni juego ofensivo, ni columna vertebral que permita lucirse a los mejores, ni olfato de gol, ni coraje, ni disciplina, ni orden, ni concierto. La mítica selección albiceleste pasa por sus horas más bajas cuando al mismo tiempo, algunos de sus jugadores deslumbran al mundo entero. Ahí está Messi. La cosa debe estar tan fea que al jugador del Barcelona ya le han criticado en la selección su querencia por gambetear a demasiados rivales.
Con la amenaza del desastre flotando sobre el país entero (si Argentina no se clasifica, el país se llenará de depresivos y melancólicos, y florecerá aún más el psicoanálisis, uno de sus productos de exportación), hay quienes han comenzado a señalar las responsabilidades de un oscuro personaje. Se trata de Julio Grondona, de 78 años, presidente de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) y vicepresidente de la FIFA, hábil y turbio negociador, un tipo que creció en la estela del triunfo de Maradona.
Se le acusa de haber permitido que el fútbol se haya convertido en la Argentina en un negocio más. No hay tiempo para que los jugadores maduren, ya los están vendiendo. Tan mala es la fama de Grondona, que ahora se le atribuye un finísimo olfato. Como barruntaba la catástrofe, buscó el mejor escudo humano, y le dio a Maradona las riendas de la selección. La magnitud del fracaso de El Pelusa sería tal que sus asuntos pasarían inadvertidos. Hay problemas, sin embargo, que no los arregla ni dios. Y menos si se trata de un simple mortal".
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