
En un gran salón habían hecho una pequeña repartición y allí se encerraba el que votaba. Era entre esas dos listas que había que elegir para poner en los sobres. A pesar de eso, algunos tardaban un ratito en salir. Eran los que tenían cara de más inteligentes.
Después llegó un hombre muy extraño que me pareció el más inteligente de todos. Al rato de haber entrado y cuando todos pensábamos que saldría, se oyeron pasos reposados, acompañados de sus vueltitas de cuando en cuando.
Pasó un rato más y los pasos no cesaban. Pero de pronto cesaron y se sintió caer al piso una moneda chica, de las que tienen sol y número.
Felisberto Hernández - Uruguayo
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