Le dije a un amigo:
–Voy a escribir unos posts sobre Los grandes amores de mi vida.
-Buena idea –me contesto.
-Claro, los grandes amores de mi vida son las actrices que he amado.
-¡Por supuesto!, ¿a quién más se puede amar? –me contestó.
Sepan, chicas, que mientras ustedes se regocijan babeándose con Roberto Redford (las veteranas) o Brad Spitt (las pendex), nosotros nos relamemos en secreto con sus compañeras, a las cuales ni siquiera mencionamos porque sabemos de antemano que recibiremos toda clase de críticas despreciativas y, claro está, llenas de envidia.
Aquí comienzo, pues, una serie de los amores cinematográficos que he tenido a lo largo de mi vida. Cada uno, ahora lo veo, está relacionado con esa etapa de mi vida. Con mis sueños, con mis ideales de entonces (que en el fondo mucho no han cambiado).
Advierto una cierta coherencia que probablemente sólo yo perciba. Porque ¿qué busca todo hombre en toda mujer? Siempre, primero, la belleza, claro. Pero advirtamos que ese ideal de belleza no es siempre el mismo, si no, no se verían las parejas que se ven.
Es una belleza en la que se intuye algo más. Lo que hay detrás. Detrás muchas veces no hay nada, y el hombre que elige eso elige bien, porque el tampoco buscaba nada más.
En otros casos, la belleza evidente sugiere virtudes que luego se comprueba no existen. O sea, que fueron simuladas (a veces sin quererlo, a veces quisimos advertirlas sin que existieran realmente).
Comienzo con:
La adolescencia
Mi primer amor fue Audrey Hepburn. Sus maneras aristocráticas, su elegancia en el decir y en todas sus maneras, revelan una cuna innegable, que en realidad poseía. ¿Quién no recuerda aquella adorable princesa de La princesa que quería vivir? (Roman holiday), con la que gana su primer Oscar, enamorando locamente a Gregory Peck (y a Crab). Lo que pasa es que ella descendía realmente de una familia aristocrática belga.
Luego fue Sabrina, y esta vez fue el turno de Boggy, quien hace lo posible para que ella no caiga en las redes de su hermano, William Holden, para terminar, por fin, cayendo él (como no podía ser de otra manera).
Este amor mío no duró muchos años, pero fue intenso.
No me equivoqué con Audrey, Era, como parecía ser, una buena persona.
En 1988 fue nombrada embajadora de UNICEF y su solidaridad humanitaria por los niños pobres marcó sus últimos días de su vida. Los viajes a Sudán, El Salvador, Guatemala, Honduras y Vietnam fueron ocupando una larguísima agenda donde siempre faltaban horas. Viajó a Somalia poco antes de que se le declarara la enfermedad terminal, el cáncer de colón, que la hizo abandonar toda su generosa actividad.
Wolders, su marido, con sus dos hijos Sean y Luca, junto a sus ex-maridos, acompañaron el funeral en ese pueblito de Suiza donde ella había decidido vivir, un día frío y gris, un 24 de enero de 1993. Sus cinco hombres estuvieron juntos en el cementerio.
Hoy, Audrey nos dejó la imagen más hermosa de todos los tiempos. Su personalidad y su estilo fueron dignos de una moda inolvidable, inmortalizada en el tiempo. Su sonrisa fue la forma en que las chicas de la época debían sonreír; su figura esbelta y tenue, era la silueta que todas las muchachas debían tener.
"Si en el cielo existen los ángeles, estoy convencido de que deben tener los ojos, las manos, el rostro y la voz de Audrey Hepbrun".
En 1993, meses después de su muerte, la academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood le concedió un Oscar Humanitario Jean Hersholt por su labor como embajadora permanente en UNICEF.
http://blogografia.com/audrey-hepburn-la-mas-bella-para-los-britanicos.html
ResponderBorrarMi adolescencia fue un infierno desde que conocí a Audrey.
ResponderBorrarEstaba perdidamente enamorado de ella y a mi alrededor ninguna chica del barrio se le parecía. Mi búsqueda sentimental siempre terminó en fracaso.
Por fin conocí a una gordita simpática y después de un noviazgo agridulce de tres años nos casamos en 1970.
En nuestro matrimonio tuvimos dos hijos: una chica y un chico.
A la gordita también le gustaba Audrey, sobre todo su dedicación a temas de beneficencia y a las rosas.
Después que Audrey murió a principios de 1993, en mayo del mismo año murió nuestro hijo –con 19 años- casi de la misma enfermedad.
Más tarde, en el 2003 murió mi gordita.
No pasa un día que no me acuerde de ellos: del muchacho y de las dos muchachas.
Guardo recuerdos de los tres: un olor, un gesto, alguna palabra, fotos, cartas… de vez en cuando acudo a la caja del pasado, levanto la tapa y me paso un rato jugueteando con aquellos objetos a falta de otra cosa.
Alguna tarde pongo en el vídeo el arranque de “Breakfast at Tiffany’s” y lo miro diez veinte cuarenta veces… nunca me cansa, tanto me seduce.
Bendito muchacho, bendita gordita, bendita Audrey y bendito Mancini.
Tu página, Mascaró, es perfecta.
Contiene los temas que más me gustan; tus músicas son enormes.
Tus texto son muy estimulantes.
Al otro lado del océano –en Barcelona (Spain)- tienes un hincha.
Recibe mi cordial saludito.
Joan Marrugat – Lletraferit
lletraferit @ telefonica.net
Joan:
ResponderBorrarEs grato ganar un nuevo amigo -para eso sirve, entre otras cosas, Internet- y a la vez alguien que coincida tan exactamente con la propia sensibilidad.
Muy emotivos tus recuerdos, lamentablemente empañados tan despiadadamente por la tragedia. Pienso que debés tener una gran fortaleza para soportar esas dos pérdidas tan terribles,
Tres si incluimos a Audrey, cuya desaparición también me pegó fuerte. También me regocijo volviéndola a ver en Sabrina, La Princesa que quería vivir (así se llamó en Argentina), Desayuno en Tyffani.
Te mando un gran abrazo. Es lindo saber que se tiene un amigo tan lejos.