La verdad es que, contrariamente a lo habitual, llovió casi todo el mes de julio, o por lo menos permaneció nublado, con lo que Crab apenas podrá dar envidia a sus amigos con su tostado, como era su perversa idea.
Les quedaba debiendo unas cuantas cosas: fotos de los monos que veo desde la ventana donde escribo, fotos de monumentos antiguos y modernos. Aquí van todas juntas, a riesgo de que esto se convierta en un fotolog.
Los famosos monos. Aquí están comiendo una fruta que les deja el jardinero. Son más o menos del tamaño de un gato, y se mimetizan con el color de las plantas. Para verlos bien, hay que ampliar la foto, donde está la fruta, de color blanco.


El edificio de Petrobrás, que los brasileños, si bien vendieron muchas cosas en la época de Collor de Melo (sosías de nuestro innombrable), se cuidaron muy bien de no vender. Lo que demuestra que no son tan tontos como nosotros.
Río dejó alegrías y tristezas. Las tristezas ya se expresaron.
Entre las alegrías, asistir a tantos conciertos y escuchar tanta música.
También, por ejemplo, andar con mi yerno en el auto escuchando música grabada, y que me diga luego de un solo de flauta: “ése era yo”.
Este edificio, situado en una esquina del barrio residencial de Flmenco, frente a
¿Saben lo que hizo la estúpida municipalidad de Río? Compró el edificio e instaló un centro cultural, donde se dan conferencias, se proyecta cine, se dan conciertos, etc.


Mi yerno me contaba chistes de los músicos: “Es una gran violinista. Y sabés, trae con un violín... ¡¡¡Chino!!!” (los chinos hacen los violines más baratos y ordinarios del mundo). Y la mejor, cuando no quiso otorgar el bis: “Se fue muy apurada porque tenía que tocar en un casamiento” (tocar en un casamiento es la última para un músico serio”.
Vivir con simpáticos nativos tiene la ventaja de conocer sitios y costumbres que al turista le resultan menos accesibles, por falta de tiempo, sobre todo, porque se tarda en conocerlos sin la guía indicada. Y la curiosidad, también, siempre alerta en Crab, dispuesto a conocer cosas novedosas que enriquezcan su acervo.
Habría infinidad de ellas. Las iré mechando en sucesivos post a medida que se dé la ocasión, pero adelanto que aun cuando en principio la primera impresión es que nos parecemos mucho, la verdad es que uno va descubriendo que tenemos diferencias tremendas con los brasileños, aunque coincidimos en una cosa: la corrupción política, en la que ambos pueblos parecemos calcados uno del otro, pero con una diferencia. En tanto ellos, a pesar de la tremenda corrupción y los métodos que utilizan, exactos a los nuestros, progresan, a nosotros la corrupción y la ilimitada codicia de quienes detentan el poder nos impide asomar la cabeza, y nos hace más bien hundirnos cada vez más. Recuerdo un tiempo, no hace tanto, en que parecía imposible que Brasil fuera a alcanzarnos. Ahora nos han pasado por encima Brasil, Chile, Venezuela (los dos últimos impensables) y estamos más bien en el nivel de Paraguay y Bolivia.
O sea, los políticos brasileños son ladrones pero patriotas (lo que no disminuye su felonía, por supuesto).
Se advierte, además, una conciencia en el pueblo respecto a un montón de cuestiones de las que nosotros hablamos mucho y hacemos poco: el cuidado del medio ambiente, la preocupación por la limpieza en general (por ejemplo en los consorcios el aceite usado no se tira por los desagues como hacemos nosotros, sino que se junta, y el consorcio lo manda a un organismo especial que se ocupa de eliminarla), el cuidado que se hace del agua, recurso no renovable (se mojan las manos, cierran la canilla, se enjabonan y restriegan bien, y recién entonces vuelven a abrir la canilla para enguajarse. Otro tanto al afeitarse.).
O sea, un montón de cosas que hemos admirado en Europa, pero que nunca se nos ocurrió imitar, en Brasil las llevan a la práctica, porque entienden que eso mejora la calidad de vida de todos. La basura, cuyo olor y abundancia tanto me desagradó la primera vez que vine, hace treinta años, ahora casi no se advierte. Por todos lados hay cestos ad-hoc que todo brasileño busca y usa, y que nadie destroza.
Por supuesto, los robos, asaltos, asesinatos, siguen estando a la orden del día. A mi primer mujer se le ocurrió la gran idea de ir de Copacabana hasta Botafogo a pie, cruzando el túnel. Fue asaltada, casi la ahorcan, y le robaron todo (que no era demasiado, pero lo lamentó porque eran las compras en las que había empleado todo el día). Unos días después, a mi nieta, la flamante médica, la asaltaron a media cuadra de su casa, en un lugar bien céntrico y concurrido, y a media cuadra de donde tiene su residencia el jefe de policía, que tiene un patrullero con custodia permanente en la puerta de su casa. Unos días después, otra nieta y también mi primer mujer vieron a la salida de un concierto en el Teatro Municipal (que es como decir nuestro Colón) cómo le arrebataban la cartera y hacían rodar por la escalera a una mujer que estaba junto a ellas. Todo en una semana.
Crab que se mete por lugares donde las mujeres no se atreven (¡Río tiene cada lugares, y en pleno centro!) va hasta ahora invicto.
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