Mascaró


Alea jacta est

Crab no se responsabiliza por las opiniones vertidas en este blog, que a veces ni siquiera comparte.

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La idea de este blog es crear un espacio amable y compartir recuerdos, puntos de vista o apreciaciones con gente amiga o en proceso de serlo. Por tal motivo queda prohibido el acceso de energúmenos, cuyos comments serán eliminados. Crab atenderá y contestará por línea directa (ver Perfil) a todos los que quieran insultarlo, amenazarlo, amedrentarlo, despreciarlo o menoscabarlo. Quienes busquen sus efímeros 15´ de fama aquí, no los encontrarán.

Los contenidos de esta página pueden afectar creencias tradicionalmente aceptadas respecto de cualquier institución, grupo o individuos, tales como el estado, el gobierno, la iglesia, el sindicalismo, las fuerzas armadas, la familia, el capitalismo, el imperialismo, las madres de Plaza de Mayo, la Asociación Argentina de Fútbol, el Ejército de Salvación, la Organización Scoutista Argentina, los homosexuales, los negros, los judíos y los chinos. El acceso a la misma por parte de menores de edad queda librado por lo tanto a la responsabilidad y vigilancia de los señores padres.

lunes, abril 30, 2007

Ricardo I

Haroldo y El Enano pertenecen a un período más maduro de mi vida. Pero Marzo ocupó el más inolvidable, el más querido: la adolescencia.
El secundario era mixto. De los rudos machotes de la primaria me veía trasladado a un jardín donde aquí y allá florecían algunas rosas. Aunque no florecían precisamente en mi división, que era toda masculina, pero otras tenían esa suerte de la que en parte participábamos. Así nació mi primer amor, un picnic de primavera, por supuesto, que duró tres años que prefiero olvidar y de los que vino a rescatarme precisamente Marzo.
Pero Marzo, que se llamaba Ricardo, pero que con esa costumbre del colegio que nos llevaba a usar el apellido, siempre fue Marzo -que además era más corto-, merece todo un capítulo aparte.
Marzo, el gran payaso, lúcido crítico musical, degustador ávido de la belleza, gran agudeza e inteligencia, despreciador de los convencionalismos, un cáustico sentido del humor, y un toque de snobismo basado en la necesidad de diferenciarse siempre, fue mi adolescencia.
No fue un caso de amor a primera vista, sin embargo. No tenía ninguna condición de liderazgo ni demasiadas dotes para sobresalir, al menos de modo ostensible. Tardé unos meses en descubrirlo y valorarlo, y nos unía sobre todo el hecho de que vivía en Haedo y yo en Morón (el colegio estaba en Ramos Mejía), lo que nos hacía compartir el tren por una estación.
La espera del tren, estos breves viajes con conversaciones apuradas sobre temas que nunca quedaban agotados, le dieron característica atractiva a la relación. A los tres meses éramos inseparables. Y esa amistad duró todo el secundario y algunos años más. También pensé que sería eterna, pero la rompieron las mujeres. Las suyas y las mías. Pero nos divertimos mucho esos años. Fue una de esas camaraderías de la adolescencia, que llevan su exagerado afán de absorción a los extremos más impensados. A veces bromeábamos con la idea de quien conociera nuestras andanzas nos tomaría por maricones. Que no éramos, aunque sí ascetas. Muy a nuestro pesar, por cierto. En esa época las chicas que a nosotros nos gustaban, no tenían sexo fácilmente con muchachos. Y las que sí accedían, no nos gustaban.
Igual nos divertíamos mucho solos. Del día a la noche. Con programas que incluían paseos en bicicleta por la tarde: uno venía a casa del otro, y al día siguiente a la inversa. Los planes urdidos para la noche motivaban a veces el proceso inverso, “para ponerse el traje”. Cuando, a veces, quedaba una conversación trunca, nos acompañábamos a la casa del que vivía más lejos para terminarla, a veces sentados horas en los escalones de entrada, para que las viejas no nos hinchasen.
Por entonces Marzo tenía una evidente superioridad sobre mí: un combinado. En casa apenas teníamos radio. En ese combinado escuché mis primeros discos de jazz, que tardé bastante en descifrar, y que significaron tanto en muchos momentos difíciles de mi vida. Después a Marzo le compraron un saxofón, con el que empezó a sacar algunas cosas. Nunca llegó muy lejos, pero insisto: la pasábamos bien.
Así llegamos al nuestro último año, que como todos los últimos años de secundario, era joda y se estudiaba poco y nada.
Era una época de gran represión. Estábamos, como todo adolescente entonces, acuciados por el sexo, y dedicábamos gran parte de nuestro tiempo y nuestras energías a levantar chicas. A tal punto que teníamos programados a ese fin tres días a la semana, luego de la salida de la Cultural, donde estudiábamos inglés. Y también sábados y domingos por la noche (por la tarde, aprovechando que mi vieja iba a la quinta visitar a mis abuelos, escuchábamos jazz a todo volumen en mi casa).
Poco más o menos como los adolescentes de ahora: como vemos, en el fondo nada cambia.

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Aclaración sobre los comentarios

A veces, en el sitio comentarios, aparece la mención "el autor ha eliminado esta entrada".
Cuando uno hace un comentario, lo publica, y después vuelve a leerlo, quizás advierte que se le deslizó algún error grave, o quizás se arrepiente de algo que dijo y no quiere que figure.
Al lado izquierdo del comentario, hay un tachito de basura. Si uno presiona el mismo, el comentario se borra, y aparece la leyenda que encabeza este post. El autor al que se refiere, es el autor del comentario, y no el autor del blog. Por las dudas: yo no borro nada, cada uno es responsable de lo que dice.
(Hubo una excepción, pero fue debida a un malentendido y convenida mutuamente).

sábado, abril 28, 2007

Borges y la poesía


Respondiendo un comentario de Hipólita, referido a la falta de poesía en Borges, quisiera dedicar a ambos este post.
La negligente ligereza con que descalifica a un grande, me hace acordar a una de las citas con que inauguré mi blog. Es del Oso Figueredo, en un comment en el blog Mal Elemento, y decía: Hay gente a la que los blogs les crea un falso microclima de tenerla clara.
Depende, claro, de aquello que llamemos poesía. Creo adivinar porqué Borges no le gusta a Hipólita.
Por supuesto, me gusta Valery y:
La mer, la mer toujours recommencé.
Pero eso no me hace desdeñar la otra poesía, la que dice cosas plenas de sentido, la que construye relatos atractivos, la que plantea enigmas filosóficos, en lenguaje poético. El problema es que cuando uno cuenta cosas, necesariamente debe utilizar todos los elementos de la oración: verbos, sustantivos, adjetivos, preposiciones, artículos. Así, necesariamente la musicalidad se resiente.
Aunque el poeta sea Borges, que tiene infinidad de recursos, y los usa. A mí el que más me fascina es la utilización del vocablo inesperado, como cuando dice:
Por este río de señuera y barro.
Ahí lo que provoca es ese señuera descontextualizado, como se diría ahora.
Los poemas de Borges, en realidad, la mayoría de las veces son relatos, presentados en forma poética. En otras ocasiones pulsa la lira y construye poemas con sensaciones, con sentimientos, es decir, no relata hechos. Juega con elementos como la nostalgia del pasado, las cosas que pudieron haber sido, las cosas que habrán de ser y por siempre ignoraremos. Ahí nos acercamos más a la poesía. Pero en general, sus versos significan, ¿les quita eso algún valor? ¿dejan de ser por eso poesía? Siempre, detrás, está el pensamiento filosófico, también. Creo que esto eleva a Borges a la categoría de los grandes, aunque no sea original. Poder decir, por ejemplo (hay miles de ejemplos):
¿soy yo esas cosas y las otras
o son llaves secretas y arduas álgebras
de lo que no sabremos nunca?
Los límites son difusos. Hay un prosista español, Gabriel Miró (1879-1930) no demasiado conocido, que es para mí el más maravilloso prosista que he leído. En realidad, escribe poesía en prosa. Recomiendo especialmente su lectura. Pero ojo: es para paladares exquisitos, pura poesía, donde no sucede nada. O casi nada.
El ideal estricto de la poesía, sería el que reclama León Felipe:
Deshaced ese verso.
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia y hasta la idea misma.
Aventad las palabras,
y si después algo queda todavía
eso
será la poesía.
Que luego desmiente en el resto de su obra.
Pero intentar llegar a la substancia de la poesía, es algo sobre lo que me gustaría extenderme en un post que tengo prometido sobre la poesía pura, que es, cierto, mi preferida, pero me lleva más tiempo del que dispongo. La dificultad es que el libro que me inspiró trabaja sobre todo con poetas franceses, y la pureza y musicalidad del verso se pierde al traducir. (En el original, Cortázar, el traductor, con muy buen criterio, las cita en francés y las traduce en nota).
Pero más allá de todo, cada poema -cada escrito, en general- requiere su lector. Para mí, acongojado y vulnerado enamorado sin respuesta, los cuatro versos que cito de Ausencia, me causan especial congoja. O los dos que cito de Despedida. Otro, probable (quizás seguramente) los reciba indiferente.
Pero sigamos con Borges. Por lo señalado, voy entonces a citar sólo versos sueltos, y el poema al que pertenecen:
DEL LIBRO "FERVOR DE BUENOS AIRES"
En que ayunó Juan Díaz y los indios comieron,
(una rara, feliz y poco frecuente demostración de humor por parte de Borges dentro de un poema)
...
Dicen que en el Riachuelo,
pero son embelecos fraguados en la Boca.
Y el consagrado final:
A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y el aire.
FUNDACIÓN MÍTICA DE BUENOS AIRES
esas luces dispersas
que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
...
el silencio del pájaro dormido
EL SUR
¡Qué bien se ve la tarde
desde el fácil sosiego de los bancos
LA PLAZA SAN MARTÍN
en los lindes de la mesa
la vida de los otros se detiene
....
y el siete de oros tintineando esperanza
....
una lentitud cimarrona
los mismos versos y las mismas diabluras
TRUCO
con la tarde
se cansaron los dos o tres colores del patio
...
grato es vivir en la amistad oscura
de un zaguán, de una parra y un aljibe
UN PATIO
Ahora es un poco de ceniza y de gloria
INSCRIPCIÓN SEPULCRAL
La inmarcesible rosa que no canto
la de cualquier jardín y cualquier tarde
la que siempre es la rosa de las rosas
...
la ardiente y ciega rosa que no canto
(inexplicable repetición: si ya dijo que no la cantaba, ¿a qué repetirlo?)
LA ROSA
Pero cuando un arco bendijo
con los colores del perdón la tarde
...
y en las hojas lucientes
dijo su trémula inmortalidad el estío
BARRIO RECONQUISTADO
grande y umbría
como la sombra de una montaña remota
...
son venales las muertes
si las pensamos como parte del Tiempo
ROSAS
Es la sospecha general y borrosa
del enigma del tiempo
FINAL DE AÑO
No arriesgue el mármol temerario
gárrulas transgresiones al todopoder del olvido
INSCRIPCIÓN EN CUALQUIER SEPULCRO
He repetido antiguos caminos
como si recobrara un verso olvidado
...
una racha perdida
ha ofendido las calles taciturnas
...
pero de nuevo el mundo se ha salvado
la luz discurre inventando sucios colores
mientras un pájaro detiene el silencio
AMANECER
que mientras juego con dudosas imágenes
BENARÉS
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
AUSENCIA
y ese dialecto de alusiones
que toda agrupación humana va urdiendo
LLANEZA
Yo soy el único espectador de esta calle
si dejara de verla se moriría
CAMINATA
hoy las calles recuerdan
que fueron campo un día.
LA NOCHE DE SAN JUAN
Los patios y su antigua certidumbre
CERCANÍAS
En ti está la delicia
como está la crueldad en las espadas
...
Agravando la reja está la noche
SÁBADOS
Y en gradual soledad
al volver por la calle cuyos rostros aún te conocen
TROFEO
La mano jironada de un mendigo
agrava la tristeza de la tarde
ATARDECERES
Los trémulos colores se guarecen
en las entrañas de las cosas
CAMPOS ATARDECIDOS
Definitiva como un mármol
entristecerá tu ausencia otras tardes
DESPEDIDA
La corrupción y el eco que seremos
...
Los sajones, los árabes y los godos
que, sin saberlo me engendraron,
¿soy yo acaso esas cosas y las otras
o son llaves secretas y arduas álgebras
de lo que no sabremos nunca?
LÍNEAS QUE PUDE HABER ESCRITO Y PERDIDO HACIA 1922
Si en un libro de escasas 50 páginas, alguien de mediana sensibilidad (Crab, no olvidemos, no es un crítico, apenas un sensible apreciador) pudo encontrar todos estos ejemplos, discutibles, pero que hicieron vibrar algo oculto, recóndito, que ni él mismo sabría explicar, ¿qué no pudiera encontrar un explorador más avezado? Quisiera oír a Hipólita, sin duda con más pergaminos.
Finalmente, propongo un desafío a la inteligencia.
Hay un verso de Fundación mítica de Buenos Aires, que dice:
El corralón seguro ya opinaba IRIGOYEN. (sic mayúsculas)
¿Quièn me sabe explicar el sentido de este verso
Por supuesto, tengo mi propia interpretación, con la que no coincidió ninguna de las personas amigas a las que consulté.
¡A opinar!

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viernes, abril 27, 2007

La Librería

Dedicado a Caroline y Anahi
Un día me quedo con el auto sin nafta por Retiro. Pregunto por el surtidor más cercano: Suipacha y Esmeralda, me dicen. Subo humillado con el bidón en la mano la cuesta de Suipacha, y veo, casi al llegar a Arroyo y su "elegante codo" (Mallea dixit) una hermosa Galería frente al Museo Fernández Blanco. La mitad se asomaba a la calle y la miraba desde arriba, la otra mitad, hacia el final, se nivelaba con la calle, que hace ahí una cuesta pronunciada.

Fuimos a terminar de cargar nafta y al regresar la visitamos. Se llamaba (y llama) Paseo Arroyo.

Con mi entonces mujer, egresada de Letras, teníamos siempre el proyecto de tener una librería. "Siempre que compremos el local -decía yo-, no quiero estar sujeto a obligaciones que quién sabe si podré cumplir". Basta decirle eso a una mujer, para que se ponga todos los días a leer los clasificados, buscando algo que se ajuste a tus posibilidades. Un día aparece. Podíamos comprarlo. ¿Y a que no saben dónde quedaba? Sí, en Paseo Arroyo. (Lo que no sabíamos era que el precio era sospechosamente acequible porque la Galería no era demasiado concurrida).

Bueno, compramos y ahí se presentaron varios problemas.

Decoración: una joven amiga arquitecta nos ayudó con muy buenas y elegantes ideas. Quedó bastante bien.

El nombre que le pondríamos. Como Crab -recordarán- es aficionado al cine, se acordaba de una hermosa película que había visto en el Lorraine, Le bateau ivre, que glosaba en imágenes el poema de Rimbaud.

Lo sugerí y fue aceptado. Los que no lo aceptaron eran los que tomaban el pedido en las editoriales: ¿"lo qué, le bató libres"?

Faltaba llenarla de libros. Como a través de mis traducciones tenía contacto con varias editoriales, no hubo muchos problemas: me ayudaron. No era como ahora, en que los gallegos te llenan de libros en consignación. Entonces había que pagarlos a los 60 días, o si eran novedades, devolverlos.

Siempre recordaré que un gran editor y mejor amigo, Gregorio Schvartz, dueño de Fausto, me dijo: "Te felicito. Te vas a llenar... ¡de libros!". Sabía de que hablaba.

En la inmensa torre que había arriba vivía Menotti, y un montón de personajes, algunos tristemente célebres, que no nombraré. En general gente adinerada, pero más bien nuevos ricos. Pensaba, ingenuamente, que la gente que tiene guita compra libros. Desde ya sepanlo: ¡no!, son brutos y no les importa serlo. ¿Para qué, si así les fue muy bien hasta ahora?

Un error también, quizás, fue que comprábamos de acuerdo con nuestros gustos y preferencias, que eran muy selectas, lejos de las de la mayoría. Sí nos sirvieron para conocer gente muy interesante. Por ejemplo, un general muy inteligente, con el que hablábamos de Sartre, y que fue el que me dijo un día que sentía vergüenza porque tenía hijos que habían pasado ya la adolescencia, y seguían vivos (el Proceso había dado hacía pocos años sus últimas boqueadas).

Pero eran los menos, y además, ya lo habían leído todo, así que no compraban libros: venían a hablar de ellos, contentos de tener por fin con quien.

Por supuesto, y para dar un ejemplo, uno debe tener el Quijote. Pero yo pensaba en mis épocas de comprador de libros, y me decía: "bueno, pero hay que tener uno bien encuadernado, para el que viene a comprar un regalo, otro con una encuadernación buena, pero no lujosa, para el que quiere releerlo y que le dure, y otro en rústica, para el que no quiere (o puede) gastar mucho. Así que el menos 3 Quijotes. Otros tantos Martín Fierro, y así... La lista es larga, imagínenla ustedes. Nunca vendimos un Quijote, ni un Martín Fierro.

Ni hablar de la poesía, donde figuraban los que para nosotros eran sus mejores representantes. Insisto: una notable selección. Nunca vendimos un libro de poesía.

Por supuesto, vivíamos de otros ingresos que yo tenía. Todo lo que se vendía se dedicaba a pagar los libros comprados, y a seguir comprando con el crédito que seguíamos teniendo.

Otro problema eran los horarios. Esa gente se levanta a las once, así que nosotros, que abríamos a las nueve, pasábamos dos horas ociosos. Bueno, no del todo: leyendo. Digamos mejor improductivas económicamente. Y eso era, después de todo, un negocio. A la noche otro tanto: nos íbamos a las ocho, justamente cuando más gente empezaba a pasear por la Galería.

Después de dos años y medio, hicimos un análisis, un profundo examen de conciencia, y resolvimos cerrarla. Nos ahorraríamos tiempo y preocupaciones, y no perderíamos nada.

Porque nos llenamos, como Schvartz predijo... ¡de libros!

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Addenda al post de ayer

Olvidé hablar de los puntos de admiración y suspensión.
Ya en la primaria, nos enseñan que el punto que llevan ? o !, equivale al punto final de una oración. Por lo tanto, es superfluo, redundante, y constituye una falta de ortografía, colocarlo.
También es falta de ortografía suprimir los signos de inicio (¡ y ¿), como hace mucha gente, imitando a otros idiomas (en realidad la mayoría) en los que no existen. Para mí, a más de ser correctos, son necesarios. Muchas veces me pregunto, ante un texto en francés o inglés que no los tiene, dónde comienza una interrogación o una admiración.
Y para terminar, siempre con los signos, su repetición se supone que enfatiza la pregunta o la admiración. Es así, pero, ojo: hay que utilizar ese recurso con mucha prudencia, y no abuscar de él.

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jueves, abril 26, 2007

Bastardillas, negritas, versalitas...


En otro blog, una comentarista habla de su desprecio por las bastardillas.

Quisiera hablar un poco del tema.
Un español prestigioso, creo que Unamuno, decía que las bastardillas eran una falta de respeto al lector, una forma de decirle: "¡eh, atención, fijate acá que he puesto algo muy ingenioso y sutil, no quiero que se te pase por alto"!.

Pero hay en el mundo editorial una serie de convenciones, que convendría aclarar.

El que sigue es un uso indicado en el mundo editorial, y es una convención universalmente aceptada.

Comprende a las bastardillas (o también itálicas), a las negritas, y a las menos conocidas VERSALITAS (small caps, pequeñas mayúsculas, les llaman los sajones).

Son todas variaciones de la tipografía, con las que hacemos distinciones en la escritura.

Las comillas se usan casi exclusivamente para indicar que se trata de una cita textual. A veces se usan superfluamente en combinación con las bastardillas, por ejemplo.
Las bastardillas están recomendadas para citar nombres de obras y para indicar que una palabra está escrita en un idioma distinto del castellano. Los autores, además, las usan para destacar una palabra del contexto.

Este es el uso contra el cual ironizaba Unamuno, y también -creo- nuestra comentarista. Personalmente pienso que si no se abusa, es legítimo.

El uso editorial prescripto para las negritas es específicamente para jerarquizar los títulos, o títulos de capítulos. A veces se usan combinados con las bastardillas, lo que produce entonces una gran variedad de combinaciones posibles. Algunos autores las usan para destacar también una palabra dentro de un texto. Me parece inadecuado y excesivo.

Las VERSALITAS se usan también para distintas jerarquías de capítulos o acápites. No se utilizan normalmente en un texto literario. Generalmente se usan más bien en las notas, donde a veces es necesario distinguir entre un montón de títulos: título del libro, título del artículo dentro del libro (si reúne distintos autores, sobre todo en el caso de obras científicas), título del capítulo, editorial y nombre del autor.
Todo esto da lugar al uso indistinto, y a veces combinado, de todas las variantes posibles antes indicadas.

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miércoles, abril 25, 2007

Una traducción (más) del tiempo perdido.


Durante años fui traductor. Con el tiempo, la paga cada vez más ruin, me fue desalentando. Además, cada quien que lee un libro en otro idioma y lo entiende, cree que puede traducirlo. Y lo intenta, y se empeña, y se ofrece, y como lo haría hasta gratis, las editoriales le ofrecen poco y acepta. Y así nos va a los lectores, y a todos los implicados... He leído traducciones ininteligibles que me han hecho odiar al autor... ¡y resulta que era el traductor!

Es tarea que si se hace bien, es difícil y lenta. Y nadie quiere pagarlo. A veces uno, si es responsaable, se queda largo tiempo delante de una frase o una palabra buscando el equivalente justo. Otras, deja el trabajo y se va a hacer otras cosas, mientras piensa entretanto en la solución adecuada. No quiere decir que yo sea buen traductor: sólo que me preocupaba y cuidaba mi trabajo (después de todo, estaba mi nombre en juego).

Me pasé años buscando (solo para mi placer) el equivalente para el título de un solo de piano de Count Basie: How long blues. Años después, compré otra versión. Ahí estaba: Blues interminables. Excelente. Nunca se me hubiera ocurrido.

Les jeux son faites, la pieza de Sarte, fue excelente y precisamente traducida en Losada como La suerte está echada, ya que es el equivalente del Alea jacta est la famosa frase de Julio César antes de cruzar el Rubicón. En Francia, el equivalente de nuestro no va más, que dice el croupier en la ruleta, es precisamente Les jeux son faites.

Hay miles de ejemplos, algunos risibles y ridículos.

Siempre fue mi sueño traducir a Proust. Pensaba, con la omnipotencia del buen lector que siente que es el único que comprende al autor, que sólo yo sería capaz de hacer un buen trabajo.

En un tiempo tenía una librería, y como tenía tanto tiempo libre, leí la traducción que hizo Salinas para Aguilar. Y ahí -porque Crab puede ser también humilde si la ocasión pinta-, reconocí: no puedo superar esto.

En el blog de Diego P., éste plantea el tema, comentando una nueva traducción de la obra que encontró.
Los ejemplos que da Diego son decisiones que toma y puede tomar un traductor. Uno tiene que mantenerse lo más cerca posible de la obra, lo que a veces exige una traducción nada literal, y otras veces se hace posible la literalidad, que no es mala de por sí: sólo si cabe. Es el traductor, con buen gusto y capaz de ser asimismo también él mismo escritor, quien debe prudentemente decidir.

Las grandes traducciones han sido siempre hechas por grandes escritores o poetas. Si no lo eran aún, devinieron luego. En Argentina: Borges, Cortazar, un peldaño más abajo Estela Canto, Sebrelli.

El título de la obra de Proust es A la recherche..., o sea A la busca, o búsqueda. ¿Porqué no búsqueda, entonces? Diego mismo sugiere otros títulos (descartar el gerundio, prohibido por la policía, como sabemos). Aclaro, de paso, que con respecto al título siempre se consulta con los responsables de la parte editorial, a la que se ayuda sugiriendo varios.

Du côté de chez Swann, está traducida como Por la parte de Swann, diferenciándose de la más usual Por el camino de Swann. Es opinable, dice Diego. Literalmente, sería Del lado de Swann, que es como traduce Estela Canto, lo que particularmente no me disgusta.
Longtemps, je me suis couché de bonne heure, que la mayoría de las veces se tradujo como Mucho tiempo he estado acostándome temprano (absolutamente literal, de paso) (en general se recomienda actualmente al traductor moderno no utilizar los tiempos compuestos, a menos que sea necesario. O sea: estuve, en lugar de he estado, fui, en lugar de he ido). El señor Armiño la reescribió así: Mucho tiempo me acosté temprano. Yo hubiera dicho: Durante mucho tiempo, coincidiendo con Estela. Coincido también en evitar la forma he estado acostándome, y reemplazarla por me acosté, más sintética y que dice lo mismo. Proust, debo señalar, era proclive a las perífrasis.

Imaginen lo que sería comentar toda la traducción.

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martes, abril 24, 2007

Rarezas interesantes


Como hoy no estoy inspirado, voy a usar la tijera (aparte de introducir algo ameno).

Les presento, pues una pequeña lista de:

Rarezas Interesantes (y son interesantes)
Los repelentes de mosquitos no repelen. Lo ocultan a Vd. El spray bloquea los sensores de los mosquitos de modo que no puedan saber que usted está ahí.

El ala de un Boeing 747 es más larga que el primer vuelo de los hermanos Wrigth.

Los elementos de plástico al final de los cordones de los zapatos se llaman “herretes”.

Michael Jordan gana anualmente más dinero de Nike, que todos los trabajadores de sus fábricas en Malasia juntos.

Marilyn Monroe tenía seis dedos del pie.

El 35% de la gente que usa avisos personales para concertar citas ya está casada.

Las mariposas perciben el sabor por medio de sus pies.

En 10 minutos, un huracán libera más energía que todas las armas nucleares mundiales combinadas.

Como promedio, 100 personas por año se sofocan y mueren atragantadas con las puntas de las biromes.

Como promedio, hay más cantidad de personas que temen a las serpientes de las que temen a la muerte.

Los elefantes son los únicos animales que no pueden saltar.

Sólo una persona en dos mil millones pueden alcanzar 116 años o más.

Las mujeres pestañean cerca de dos veces más que los hombres.

Es físicamente imposible chuparse el codo.

Una serpiente puede dormir durante tres años.

Nuestros ojos tendrán siempre el mismo tamaño desde el nacimiento, pero nuestra nariz y nuestras orejas nunca detienen su crecimiento. ¡ESTREMECEDOR!

La silla eléctrica fue inventada por un dentista.

Todos los osos polares son zurdos.

En el antiguo Egipto, todos los sacerdotes se pelaban hasta el ÚLTIMO pelo de sus cuerpos, incluyendo sus cejas y sus pestañas.

El ojo de una ostra es más grande que su cerebro.

Go es la oración completa más breve del idioma inglés.

Un cocodrilo no puede sacar su lengua afuera.

Los norteamericanos comen, como promedio, 4.000 mts2 de pizza diarias.

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lunes, abril 23, 2007

El enano


Silvia estudia filosofía, y conoce a Cecilia, que estudia antropología, con quien tienen que dar un par de materias. Cecilia vive casa por medio, y nos hacemos asiduos. Con el tiempo aparece el marido, Hugo, pronto "el enano" a secas, por razones se explican solas.
Cecilia era la típica niña bien. Con los tics y los gustos de la gente de dinero. Su indumentaria, entonación especial de voz, su presentación, en general, lo sugerían.
El enano era abogado, pero era un atorrante como yo. En realidad, le interesaba más bien la música, la literatura, sobre todo la ciencia-ficción -de la que era todo un conocedor -, y el humor, en especial el humor.
Al tiempo éramos íntimos. Sobre todo nosotros. Las dos mujeres se habían quedado en un cordial compañerismo, en tanto que las risas nuestras se podían escuchar de la otra cuadra. Entonces estaba de moda un libro de Vincent Packard sobre las clases sociales y sus costumbres. Por ejemplo, cómo se sentaban cuando iban en auto: las clases ricas intercambiaban parejas, en la clase media cada pareja iba junta, y en la clase obrera, los hombres viajaban juntos y las mujeres también, atrás. Demás decir que, sin tener en cuenta a Packard, el enano y yo viajábamos juntos adelante.
El enano era casi perfecto, pero le gustaba el andinismo. Esa afición viene acompañada de montones de andinistas. Aparte de que como en cualquier cofradía eran capaces de pasarse la noche hablando de encordados, zapatos, ganchos, clavos, y miles de cosas que se utilizan en ese deporte, son absolutamente incapaces de elaborar otra clase de idea. Quienes conozcan de casualidad a un andinista sabrán de qué hablo.
Aunque sucede con muchos amigos, en el caso de Hugo había simplemente que rogar que no hubiera ningún andinista cuando uno iba a su casa.
Hugo, que no era un abogado exitoso ni exageradamente favorecido por la fortuna, se lamentaba a menudo: "no imaginás lo derrotado que me siento cuando subo y bajo con la cabeza gacha todos los días, con el portafolios bajo el brazo, esas largas escaleras de tribunales, sabiendo además que al día siguiente voy a repetir inexorablemente el mismo rito."
Integraba con el socio un estudio dedicado exclusivamente a la ejecución de deudores que no pagaban. Parte de su anecdotario, por lo tanto, eran chicos que se abrazaban a sus pies cuando les secuestraba el televisor impago, madres llorosas cuando les llevaba la máquina de coser que era su único sustento, y hasta un borracho que había ido con un revolver a su estudio a recuperar a tiros el piano de su hija.
Como desahogo, Hugo tenía un camping en Bariloche, que compartía con cuatro amigos. Allá iba los veranos -época cuando más se trabajaba-, contribuía con las tareas del establecimiento, y volvía en invierno a subir y bajar las escaleras de Tribunales.
Un día, transcurridos algunos años, próximas a recibirse Cecilia y Silvia, me confió que no podía más, que estaba resuelto a dejar la profesión, a comprarle como pudiera la parte a sus socios, dedicarse definitivamente al camping y vivir en Bariloche, el lugar de sus sueños, el resto de su vida.
Mi primer pregunta fue si Cecilia se adaptaría a un tipo de vida así, qué pasaría con su carrera. Me contestó que lo habían hablado, y que estaba verdaderamente encantada, que no veían la hora de que diera el par de materias que le faltaban, recibirse e irse ambos para allá.
En setiembre, el enano, rápido para los negocios, había eliminado a sus socios y se había convertido en el dueño del camping. Allá se fue con Cecilia a hacer los preparativos para la temporada.
Fuimos insistentemente invitados para el verano, y allá estuvimos, encantados, ya que no conocíamos Bariloche. El establecimiento era un tanto precario, pero situado en un lugar maravilloso, en medio de un gran bosque y enmarcando el paisaje, las montañas siempre cubiertas de nieve. Enfrente, un terreno de iguales características, comprado por el enano para construir la gran mansión de troncos en honor de Cecilia, que a pesar de tener una casa bastante cómoda en el camping, quería vivir apartada.
Pasamos quince días maravillosos, con una nota discordante. Un día Cecilia decide ir a bailar y quiere que vayamos todos al centro. Hugo, muy cansado con todo el trajín diario, dice: ¿por qué no van ustedes con R.? (uno del grupo de andinistas, abundantes parásitos del lugar, por supuesto). Una vez en la disco, Cecilia forma pareja con R. y Silvia conmigo. A los pocos temas, nos damos cuenta que la temperatura entre ellos dos había ido subiendo, que el natural arrimarse de una pareja cuando baila se había ido transformando en besos e incendiarios chupones que duraban toda la pieza, y a veces hasta un poco más. Nosotros, liberales como somos, la verdad no nos sentíamos cómodos. Ahí estaba la mujer de nuestro mejor amigo, a apasionados chupones con un miembro más de un grupo del cual ninguno de sus integrantes valía ni la décima parte del enano. Como si tal cosa, además. Como si nuestra relación y nuestra opinión no tuvieran importancia. A la falta de delicadeza, se agregaba el mal gusto.
Decidimos dejarlo así, y pensar que probablemente estuviéramos un poco atrasados, fuera del tiempo.
Regresamos a Buenos Aires, con la promesa de ambos de estar en nuestra casa terminada la temporada, ya que Cecilia había rendido todas sus materias y debía retirar su diploma. Hacia abril aparecen. Se alojan en casa, pero el enano anuncia que lo suyo sería por poco tiempo, porque debía seguir edificando la casa-homenaje que había comenzado a construir. Como en los institucionales de las empresas, había filmado con una Super8 las distintas etapas de la construcción, que mostraban los progresos. Era un bello homenaje.
Dijo que nos dejaba un par de meses a Cecilia, hasta tanto le dieran el diploma. Cecilia comenzó, sola, la vida de la que nos ofreció un atisbo la noche de Bariloche. Salía de casa a las diez de la noche, y volvía a la mañana, alrededor de las ocho, cuando nosotros comenzábamos nuestras tareas cotidianas. Dormía hasta las cuatro o cinco de la tarde, salía un rato a pasear, volvía, cenaba con nosotros, y otra vez todo a empezar.
Una tarde, le contó a Silvia que era diabética insulino-dependiente, que su destino era quedar ciega alrededor de los cuarenta, y continuando su deterioro, morir no más allá de los cincuenta. Que eso hacía que tuviera una concepción especial de la vida. Que era vivir el momento (carpe diem, aunque ella no había leído a Horacio).
Por fin le dan su diploma, y se vuelve a Bariloche. La noche antes, nos dice que nos espera en julio. Silvia alega que quién sabe si tendremos la plata, y le contesta que no hay problemas con eso, que era sólo el viaje, que allá éramos sus invitados.
Al mediodía siguiente, Silvia se ofrece a acompañarla. Le dice que no, que tenía solo dos bolsos, que se tomaba un taxi y ya estaba en Constitución. Nos saluda a ambos, y nos reitera que nos espera en el invierno.
A las tres semanas, aparece el enano desencajado. ¿Dónde está Cecilia, que no apareció allá? Le contamos que se había ido para allá hacía tres semanas. Nos dice que nunca llegó: que le había enviado una carta, que él no creyó, donde anunciaba que se iba a socorrer a los damnificados de un terremoto en Perú, con un cura que había dejado los hábitos y con quien había decidido formar pareja.
El enano era la imagen de la desesperación. No tenía consuelo. Y piénsenlo: realmente no había nada que pudiéramos decir o hacer. Lo primero, obviamente, fue rogarle que se quedara con nosotros todo el tiempo necesario. Lo siguiente, escuchar sus largos y conmovedores relatos sobre cuánto la quería y cómo ella le había pagado así, sobre lo que, obviamente, tampoco nada podíamos hacer. Esos relatos duraban desde las comidas nocturnas, hasta las tres o cuatro de la mañana, regados con cognac, al cual Hugo era muy afecto y que facilitaba sus efusividades. Yo, con mi vida de un burgués normal, con trabajo diario de horario fijo, me despedía a las doce con lágrimas en los ojos y dejaba el papel de anfitriona a Silvia, que lo cumplía gustosa, ya que al día siguiente no tenía horarios fijos.
Pasó otro mes. Sólo le di un consejo: que dejara transcurrir el tiempo sin tomar ninguna determinación drástica. El consejo apremiaba: el enano quería vender el camping. Con el dinero dar un viaje en globo alrededor del mundo, o recorrer el Amazonas desde Iquito en canoa, o recorrer la Gran Muralla en bicicleta, o bajar en paracaídas cuatro mil metros en caída libre. De última, intentaba convencerme de que por lo menos debía volver a Bariloche a terminar de construir la casa (¿para quién, ahora?), a lo cual respondí que todo eso podía esperar. Al llegar la primavera, como suele suceder, las cosas empezaron a verse de colores más vívidos. Todo comenzaba a renacer, las esperanzas, las ganas de volver a vivir. (Una de las enseñanzas: si no te pegás el tiro al día siguiente, no te lo pegás más).
El enano comienza a salir. A ir a cines, a cafés. Conoce a una chica... ¡y se va con ella quince días a Chile! Todo parece tornar a la normalidad. Las tenidas con Silvia ya no son hasta las tres o cuatro de la mañana. Son hasta las doce, y permiten que las comparta.
Llega octubre. El enano comienza a decir que ahora sí necesita regresar. No tanto por la casa, a la que no renuncia, sino por una serie de mejoras proyectadas que necesitaban de su presencia. Pensé que ya estaba en condiciones de largarlo solo, y lo dejé ir, no sin recomendarle que me tuviera permanente al tanto.
Las cartas llegan asiduas. Nos cuenta los progresos que va haciendo en las construcciones encaradas, y todas incluyen alguna referencia a entrenamientos en escaladas, en las que anda cada vez mejor. Son contestadas con igual asiduidad, apoyando ingenuamente esa actividad deportiva, imaginando el deporte como gran fuente de evasión (¿quién puede pensar en el eterno fluir de Heráclito cuando se ve urgido por rechazar de un raquetazo un violento smash?).
Las cartas sucesivas insisten en el tema: se organizaba una expedición para escalar el Fitz Roy, y era uno de los posibles integrantes. Por supuesto para llegar como máximo al campamento de base, lo cual era para él, por su carácter de casi novato, toda una hazaña. Para quienes no conocen mucho de andinismo: pretender escalar el Fitz Roy, un pico erizado de dificultades, era como si a mí me gustara correr con autos, y en vez de comenzar con un karting, me comprase un Fórmula 1 y me fuese a correr a Montecarlo.
En el verano, una hermana de Silvia va de visita al camping y al regreso nos cuenta que lo vio al enano muy animado, completamente recobrado, y solamente objeta una cosa negativa: la manga de pelotudos que lo rodea.
Hacia abril, ya planeada la expedición, recibimos una carta muy melodramática. Toda una despedida heroica, que se nos antoja un tanto exagerada, donde habla de la posibilidad de morir en pos de un intento desmesurado para sus fuerzas, pero que el solo intento valdría la pena de morir, y que si muere, su muerte será recordada como un hito para quienes posteriormente se animen a realizar una hazaña similar.
Era demasiado grandilocuente, y parecía guiada por el afán de impresionar a quienes, lejos de esos avatares, podrían realmente creer que se trataba de una empresa magna. En algún momento nos decía que iba en busca de la muerte o la gloria, y que no le importaba morir en el intento. Nos causó un poco de gracia y no le dimos demasiada importancia al aspecto épico del asunto.
Dos meses después, nos llama por teléfono el padre de Hugo, comunicándonos escuetamente su muerte. Fuimos a su casa, pero no pudo agregar demasiado a lo dicho. Habían llegado al campamento base, destino último al que pretendía llegar Hugo, ahí se habían elegido tres para atacar la cima. Por defección de uno de los primero designados, se decidió que fuera Hugo, que en el intento había resbalado y caído, golpeándose mortalmente contra una roca en la caída. Ahí había quedado, ya que otro de los integrantes estaba también lesionado, y hubiera sido suicida intentar bajarlo.
Gutiérrez era el socio de Hugo en su estudio jurídico. No participaba de sus afinidades deportivas, a las que más bien despreciaba, y aunque como abogado típico no era mayormente apreciado por Hugo, Gutiérrez lo estimaba de veras. Como a mí también me apreciaba, ¿a quién más pedir detalles veraces de lo sucedido? Me explicó: la ascensión había sido un desastre. En este tipo de emprendimientos, se acostumbra que haya a cargo alguien con experiencia, quien se ocupará de que todos los elementos necesarios estén disponibles, que tomará las decisiones sobre si se debe regresar o seguir adelante en caso de una emergencia, en una palabra: debe haber un jefe, alguien que no solo decida serlo, sino que reúna las condiciones y experiencia necesarios. En este caso, los tres que emprenden el asalto final eran novicios, los elementos con que estaban equipados no eran los mínimamente suficientes como para una empresa de la envergadura a enfrentar y, por último, ante la inferioridad física de uno, debió regresarse, lo que no se hizo. Hugo había resbalado por falta del calzado adecuado. Aunque estaba atado, cayó con tan mala fortuna, que había golpeado con la cabeza contra una saliente de la roca. Al preguntarle si había alguna posibilidad de que, aun herido, hubiese quedado con vida, me contestó que la expresión de su rostro no dejaba lugar a dudas de que estaba bien muerto.
Recién aquí comprendí algo que nunca alcanzaba a explicarme ante accidentes similares (barcos hundidos, aviones estrellados) donde los deudos reclaman a toda costa que se encuentren los restos de sus seres queridos. No sé por qué cosa ancestral uno quiere ver el cuerpo, no importa que sepa que está muerto. Le pregunté qué podíamos hacer al respecto, que estaba dispuesto a cualquier cosa que fuese posible, incluso llegar al lugar e intentar rescatarlo. Me contó que la expedición se había realizado (gran error) cuando ya comenzaban las grandes nevadas, que a esta altura (habían pasado un par de meses del accidente), el cuerpo de Hugo estaría enterrado bajo unos dos metros de nieve. Y que esa nieve pasaba a formar parte de las nieves eternas. Que sólo en uno de esos raros tiempos de grandes calores, cuando se derriten los glaciares y forman grandes torrentes que descienden por los valles, alguna expedición al Fitz Roy podría ver el cuerpo de Hugo atrapado por una roca, o si el deshielo era muy grande, bajando arrastrado por las aguas del torrente.
Desde entonces, el Fitz Roy, hasta entonces para mí uno de los 30 o 40 montes, sierras, picos y montañas cuyo nombre y altura teníamos que aprendernos cada año en geografía, pasó a ser un hito. Un amigo había muerto en él. O se había suicidado, mejor. Nunca superó lo de Cecilia, y prefirió toda esa mise en scene antes de aparecer cometiendo un suicidio vulgar. Desde entonces leí cuanta crónica sobre ascensiones al Fitz Roy se realizaron. Cuántas habían sido exitosas, y cuántas vidas habían costado. La de Hugo nunca figuró. Ni siquiera llegaron a conocerla o a tenerla en cuenta los especialistas.
Al poco tiempo Cecilia, de quien Hugo, a pesar de los consejos de todos sus amigos, yo incluido, nunca había querido divorciarse, apareció como si tal cosa, tomó posesión del camping, y todavía vive ahí con el ex-cura y sus hijos, que siempre se negó a tener con Hugo.

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domingo, abril 22, 2007

Triste, solitario y final


Hoy La Nación titula así su comentario de política internacional, refiriéndose de modo "original", a Bush.

Desde hace un tiempo usan los redactores la costumbre de titular sus artículos con títulos de libros, literalmente, o cambiando alguna palabra. "La leve soledad" se ha usado miles de veces, "El general (cambiando a éste) no tiene quien le escriba... y así. Acá se supone, generalmente, que el título es de Soriano.

Así como el "Sangre, sudor y lágrimas", del que se adueñó Churchill, pertenece en realidad nada menos que a nuestro Cid Campeador (el alcahuete de Crab siempre denunciando afanos).

Pero resulta que Triste, solitario y final tampoco es de Soriano.

Les cuento el origen, que es muy lindo. Está contado en un famoso libro que reúne biografías de viejas figuras del cine, cuyo título no recuerdo ahora, porque casi siempre cito de memoria (y así me va).

Lionel Barrymore, famoso actor del cine mudo y luego del sonoro, junto con su hermana Ethel, y fundador de una dinastía de actores que continúa su nieta Drew, de esos actores supermillonarios dueños de mansiones en Beverly Hills de bañeras con grifería de oro y todo eso, resuelve retirarse.

Ya retirado, años después, un cronista lo entrevista. Y le pregunta:

-Y dígame, ahora que ya no trabaja más, ¿añora aquellos tiempos?

-Mire, la verdad es que ahora me dedico a cuidar mis mascotas, mi jardín, a cultivar mis rosas, a disfrutar de todo eso, y me siento muy feliz. Pero de cuando en cuando me pongo a recordar aquellas épocas en que regresaba de filmación, en el Rolls Royce manejado por mi chofer, y al llegar había un montón de policías pagados por el estudio para que los fotógrafos y la multitud que me esperaban en la puerta me permitieran entrar, gritando todos, por sacarme una foto, por una declaración, por un autógrafo o por un recuerdo, aunque fuera un pedazo de mi corbata...

Cuando recuerdo todo eso me invade la nostalgia, y me siento "triste, solitario y final".

Y Soriano, que fue cronista y escribió mucho sobre cine, no podía ignorar la anécdota, por otra parte bien conocida.

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sábado, abril 21, 2007

Recuerdos de mi padre




MM recuerda con cariño a su padre.
Ojalá pudiera: murió cuando yo tenía 4 años de tuberculosis (Sí, entonces se moría de tuberculosis: ver Boquitas Pintadas).
Yo tengo sólo tres flasbacks de mi padre: el primero es en una estación solitaria y polvorienta de un pueblito de Córdoba, adonde al parecer habíamos ido a buscarlo, y yo yendo a su encuentro para darle un beso, y diciéndole "¡Papá, pareces un pavito!", lo que por supuesto no debe haber entendido, porque ni me pidió explicaciones ni me dejó dárselas y yo lo que había querido decir es que papá había sido siempre muy gordo y con una cara redonda y rellena como la mía, y que ahora estaba muy flaco y del pescuezo antes rollizo y relleno, le colgaban unos pingajos igual que a los pavos (yo para suavizarla dije pavito), y él ofreciéndome como respuesta una pastilla de anís que a mí no me gustaban porque prefiero las de menta, pero que igual acepté por cortesía, porque sabía que estaba muy enfermo y que se podía morir, aunque yo todavía no sabía muy bien qué cosa era realmente la muerte.
La otra es yo con mi tío Beto, que no hay que confundir con mi hermano Beto que es un pelotudo, y que en realidad no se puede confundir, porque a aquél le decimos siempre tiobeto, así, todo junto, y a éste en cambio solo Beto a secas, y a veces ni siquiera eso, simplemente boludo; con mi tío Beto, decía, peinándome en casa de la abuela con un cepillo, lo cual es algo desusado, porque siempre me peinaban con un peine, y me miro al espejo y me encuentro raro con el pelo todo liso como lamido por una vaca y parecido a Gardel. Y tío Beto diciéndome que tengo que ir bien vestido, porque papá ha muerto y lo están velando y ya todos están allá y nos están esperando.
Y luego yo entrando con tio Beto al dormitorio, que ahora no es más dormitorio porque han sacado todos los muebles y se ven un montón de cosas raras y más bien un poco siniestras, y flores y velas por todas partes y en el medio de todo, en una especie de pedestal como si fuera una estatua, un cajón.
Y rodeando al cajón están todos: Mamá, mis tías Margarita y Elena, y cuando llegamos rompen a llorar y Margarita me alza en brazos y me levanta para que vea el cajón y me dice: "dale un beso a tu papá, que no lo vas a ver más" y ahí está el pobre Pablo, bien tieso, bien pálido, bien muerto, y más parecido a un pavito que nunca, un poco irreconocible sin sus anteojos, y la verdad que no siento nada, y todavía no me doy cuenta demasiado bien de qué cosa es la muerte, aunque todo me parece muy natural y no veo para qué tanto barullo. Pero Margarita no se da por satisfecha, e insiste machacona: "tu papá está muerto, Ruben y nunca más lo vas a volver a ver". Entonces yo los miro a todos y me doy cuenta de que están esperando algo de mí. Y como todos lloraban, sentí que yo también tenía que llorar. Y lloré con todas mis fuerzas; con esa facilidad tan característica que tengo para hacerlo cuando quiero, empezando por llorar sin sentirlo y terminando por ir compenetrándome y viviendo la situación, hasta que al final me compenetro del todo y termino llorando con todo, sintiéndolo de veras.
Y entonces veo en todos los rostros como una especie de mirada aliviada, y siento que de algún modo he cumplido con un deber, aunque por supuesto sin saber muy bien de qué se trataba.
Después queda un recuerdo que ya no es propiamente del pobre Pablo sino más bien una secuela, pero que de algún modo le pertenece porque forma parte del gran escenario que se había montado para presenciar su última representación: el velorio en sí. Y la escena es en el comedor, que sigue siendo el comedor, aunque se ha corrido la mesa a una esquina y se han dispuesto montones de sillas, que no sé de dónde salieron -las deben haber pedido prestadas-, porque nosotros no tenemos tantas, todas pegadas a la pared como en los bailes del Club, y donde están sentados mis tíos, los hermanos del pobre Pablo, a quienes vi por última vez esa noche, y contando cuentos verdes y cagándose de risa a carcajadas con el muy hijo de puta de Julian Drochi, gran especialista en la materia, fumando con su inefable boquilla.
Escena que me pareció poco congruente con lo que sucedía allá adentro del dormitorio, pero acá no había nada más que hombres, todos tomando café, anís, y fumando, y la cosa parecía como una especie de repartición de tareas: las mujeres en un lado, llorando, y los hombres en otro, chupando contando cuentos verdes, y riendo.
Y yo que no sé muy bien dónde meterme, porque por un lado soy un pibe, así que los hombres no me dan pelota, excepto para palmearme en la lamida cabeza y decir pobrecito, y las mujeres que me llevan para el dormitorio cada vez que aparece una nueva, para hacerme representar la escena del dolor en la que a esta altura del partido ya estoy bastante ducho.
Y eso es todo en cuanto al pobre Pablo, excepto por unos cuantos libros que me dejó, y que de algún modo me dicen algo de él, aunque no mucho. Uno se llama Escándalos Romanos y otro Escuela de Placeres, de los cuales no diré mucho ahora, porque no es el momento, otro libro era un libro de poesías, escrito por un ilustre desconocido, pero dedicado por el ilustre desconocido a “mi querido amigo Pablo Laporte”. Y además está El Quijote de la Mancha, que el turro de Beto no me deja leer porque dice que soy muy chico y que no lo voy a entender. Y yo le pregunto cuándo voy a ser lo bastante grande para leerlo y me dice que cuando esté en la secundaria, y entonces cada vez que me ve con el Quijote me lo saca con el mismo cuento de que no lo voy a entender pero yo igual lo voy leyendo cuando él no está, y lo entiendo todo, pero a veces me entusiasmo demasiado y me agarra leyéndolo cuando llega y vuelta a que no lo voy a entender. El muy boludo, a mí con el Quijote, cuando ya me sé de memoria Escándalos Romanos y Escuela de Placeres, que están en la parte de arriba, en los cajoncitos de la biblioteca, pero cerrados con llave que yo sé dónde está escondida y la agarro cuando no hay nadie en casa y me los devoro. En cuanto al libro de poesías, nunca pude pasar de la primera. Todo lo que recuerdo es que se llamaba Rosas de Cerco, y que todavía debe andar por ahí, amontonado entre el montón de porquerías que guarda la vieja bajo el rótulo de “recuerdos del pobre Pablo”.
Y esto es todo lo que recuerdo de mi padre. Lo confieso con dolor. ¡Lo he buscado tanto, tantas veces!

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La muerte del limbo


Bien, los bebés ya pueden morir tranquilos sin ser bautizados: el papa acaba de decretar la muerte del limbo, esa especie de castigo indeterminado (en realidad no se sabía bien si era castigo o premio: consistía en no ver a dios por toda la eternidad, cuando el castigo es en realidad la idea terrible de eternidad, viendo o no viendo a dios) que había establecido algún papa, o alguien representante de dios con igual poder, para los infantes en esa condición.

Ahora bien, supongamos que el papa sea realmente el representante de dios en la tierra, y como tal, trasmitió de parte de éste la existencia de ese limbo. Y ahora resulta que decreta que ya no existe más.

¿Qué pasó, dios cambió de idea?

Me parece que aquí algo anda mal, y que la iglesia católica muestra una verdadera incoherencia. O una cosa o la otra.

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viernes, abril 20, 2007

¿El cazador oculto o El guardián en el centeno?


El exitoso blog de MM, donde como siempre se propone un tema y uno sale hablando de cualquier otra cosa, y de ahí se producen nuevas derivaciones, hasta el infinito, se debe sobre todo, pienso, a la riqueza del pensamiento de su dueña, y también, lo dije otra vez, a que es frecuentado por personas inteligentes y sensibles (excluido Crab, por supuesto).
De un tierno comentario sobre el papá, derivamos a Salinger, su The catcher in the rye, a sus distintos traductores y a los diferentes títulos con que se la conoce.
El tema específico se trata en la pág. 173 de la edición en inglés de Bantam Books, adonde remito.
Es un diálogo entre Holden y su hermana Phoebe. Aquí mi versión, las interpretaciones, cada quien haga la suya.
-¿Sabés lo que me gustaría ser? -dice Holden- Quiero decir, si tuviera mi puta posibilidad de elección.
-¿Qué? Dejá de maldecir -contesta Phoebe.
-¿Conocés esa canción, Si un tipo atrapa a otro tipo que viene atravesando el centeno? Me gustaría...
-¡Es Si un tipo encuentra a otro tipo que viene atravesando el centeno!, dice Phoebe. Es un poema, de Robert Burns.
-Aunque tenía razón. Es Si un tipo encuentra a otro tipo que viene a través del centeno. No lo sabía entonces, sin embargo.
-Pensaba que era si un tipo atrapa a otro tipo, dije. De cualquier forma, me imagino a todos esos niños jugando a algún juego en ese gran campo de centeno y todo eso. Miles de niños pequeños, y nadie alrededor -ningún grande, quiero decir- excepto yo. Y yo estoy parado en el borde de un loco risco. Lo que tengo que hacer, es agarrar a cualquiera que se acerque al risco. Quiero decir, si están corriendo y no miran hacia dónde van, tengo que salir de cualquier parte y atraparlos. Eso es lo que tengo que hacer todo el día. Sería justamente el cazador (catcher) en el centeno. Sé que es loco, pero es la única cosa que realmente me gustaría hacer. Sé que es loco.
Phoebe no dijo nada por un largo tiempo. Entonces, cuando dijo algo, todo lo que dijo fue: "Papá te matará".
Para mí, seguiría estando bien El cazador oculto.
Para quienes les interese, el poema de Burns:

Comin' Thro the Rye

O, Jenny's a' weet, poor body,
Jenny's seldom dry;
She draigl't a' her petticoattie
Comin thro' the rye.
Chorus:
Comin thro the rye, poor body,
Comin thro the rye,
She draigl't a'her petticoatie,
Comin thro the rye!
Gin a body meet a body
Comin thro the rye,
Gin a body kiss a body,
Need a body cry?
Gin a body meet a body
Comin thro the glen,
Gin a body kiss a body,
Need the warld ken?


Robert Burns

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El final de Puky


Cuando compré a Puky, el criador me dijo: y cuando se ponga en celo, tendrá que elegir entre castrarlo o procurarle una pareja.
-¿Y cómo me voy a dar cuenta? -le pregunto.
-Ah, ¡no podrá no darse cuenta!
Es cierto, en tanto que los gatos corrientes cuando están en celo hacen un llamado normal, similar a su maullido habitual, pero más penetrante, los siameses hacen un escándalo. Todo el barrio pregunta:
-Che, ¿que le pasa a tu gato?
-No, no es nada. Es sólo que está en celo.
Bueno, por suerte a Puky le vino el celo en el verano, cuando nosotros habíamos dispuesto pasar un mes en una casa que tenemos afuera. Entonces dijimos:
-Bueno, por la quinta hay muchos gatos. De alguna manera se las arreglará.
Primero, como todo gato que se precie, hizo una minuciosa inspección de la casa, curioseó en todas las habitaciones, olió cada cosa que le resultó sospechosa o desconocida. Es decir, se aclimató a lo que él consideró su nuevo hogar. Eso le llevó todo el día.
Como consideramos que todavía no estaba bien aclimatado, cerramos todas las ventanas. La cocina es amplia, de modo que siempre desayunamos en ella. Por la mañana, Puky se despierta e intenta saltar por la ventana, que da a la calle. Se da cuenta de que hay un vidrio que se lo impide, y se conforma con contemplar el panorama desde adentro, que al parecer lo complace.
Por supuesto, el primer día mi mujer ayudada las dos mujercitas, se dedica a limpiar la casa. Entre otras cosas, el vidrio de la ventana de la cocina, que estaba bien sucio de tierra. La mañana siguiente, Puki se lanza por la ventana -para él- abierta. Fue una de Tom y Jerry verlo caer lentamente rasguñando el vidrio. Ahí conoció la diferencia entre un vidrio limpio y una ventana abierta.
Un par de días después lo dejamos salir. Primero inspeccionó, conforme a sus reglas, todo el jardín, olisqueó cada planta y cada pasto. Probó algunos -que, como sabemos, usan como digestivos o purgantes, no sé bien- y por fin, pausada y ceremoniosamente, salió a inspeccionar los alrededores.
Un par de horas después volvió. La rutina se repitió varias veces a lo largo de los días. A veces los retiros espirituales durante algunas horas más, pero siempre, a la noche en el peor de los casos, volvía.
El día del regreso, gran pasada de lista de las cosas que debíamos llevar de vuelta. Repaso general para verificar que no olvidábamos nada. Todo bien. Buscamos a Puky, y Puky había desaparecido.
Bueno, los cuatros chicos, mi mujer y por supuesto yo, por todo el barrio, gritando "Puky, Puky, Puky, Puky". Nada, se hizo de noche, debíamos regresar.
-¿Qué hacemos?
-Nada, o un vecino, que ya todos lo conocen, lo recoge y como sabe que es nuestro nos lo devuelve, o él va a volver solo.
Nos fuimos. No había otra.
A la de semana siguiente volvimos, para pasar esta vez sólo el fin de semana. Llegamos al portón, y ¿quién estaba sentadito en el alféizar de la ventana de la cocina, muy orondo? Sí, el Puky.
Gran alegría, grandes besos y abrazos, que él recibe hierático, como de costumbre.
Bueno, pasado el fin de semana, otra vez el retorno por la noche, esta vez menos complicado, porque no habíamos llevado demasiadas cosas. Al partir, nuevamente, ¿dónde está Puky? Otra vez había desaparecido. Otra vez los cuatros chicos, mi mujer y por supuesto yo, por todo el barrio, gritando "Puky, Puky, Puky, Puky". Nada.
Bueno, pero ahora nos fuimos más tranquilos: el fin de semana próximo regresaríamos y nos estaría esperando en la ventana de la cocina.
Pero el fin de semana próximo regresamos y no estaba.
No lo vimos nunca más. Espero que haya encontrado a la gata de sus sueños.

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jueves, abril 19, 2007

Los siameses


Dedicado a Caroline que, como yo, ama a los gatos.


Adoro los siameses. A los gatos, de los otros no conozco a ninguno, aparte de que ahora se llaman tailandeses (¿cómo es eso de que uno pueda decir: "antes era siamés, pero ahora soy tailandés"?).

Me regalo con su majestad, su elegancia, con la precisión como suben a un lugar elevado, y con la sutileza con que se deslizan entre porcelanas y cristales, sin derribarlos. Admiro la postura en que duermen, siempre como posando para una foto o componiendo un cuadro, con su cola enlazada en torno de su cuerpo, y cómo la figura continúa manteniendo su composición aún cuando cambien dormidos de posición.

Amo el hieratismo con que nos conceden una caricia, como quien se digna a otorgar un halago inmerecido. La pulcritud con que son capaces de separar perfectamente los pedacitos de grasa que puedan tener bordes de un trozo de carne, para comer sólo proteínas, cuidando así su colesterol. La manera como ignoran nuestros llamados, excepto, claro, que sean desde la cocina.

El que teníamos en esa época se llamaba Puky.

Mi mujer le había regalado a mi suegra dos cotorritas australianas, que son de colores jaspeados y se dan besitos en el pico (¿de ahí habrá salido lo de piquito?).

Mi suegra las adoraba. Una vez tenían que viajar por unos meses, y nos las deja para que las cuidemos. Dormían sobre la heladera, en la cocina, y por la mañana mi señora las sacaba a un balcón terraza interior al aire libre.

Todas las mañanas, cuando pasaba con la jaula, Puky la contemplaba, y a las cotorritas dentro, y susurraba un lastimero, desgarrador y prolongado ¡¡¡miiiiiauuuuu!!!. Pero en voz baja, con nostalgia y como una amable reconvención.

La misma escena se repetía por las noches, cuando, siempre seguidas y vigiladas por la mirada de Puky, las cotorras regresaban a su lugar en la heladera. Siempre, claro, la puerta que comunicaba la cocina con el living, permanecía cerrada.

Mi suegra llamaba cada tres o cuatro días para preguntar por sus adoradas cotorras, y de paso, por nosotros. Siempre se le informaba que gozaban de buena salud.

Por fin, luego de más de un mes, regresan los suegros.

Los vamos a buscar a Ezeiza, casi de madrugada, previo asegurarnos de que Puky estaba fuera de la cocina, y cerrando la puerta que comunicaba con el living.

Lo primero que hizo la suegra al encontrarnos, fue preguntar por las cotorras. Todo bien, dijimos. Quedó tranquila. Luego se interesó por nosotros.

Los llevamos a su casa, y mi suegra quiso saber cuándo podía pasar a buscarlas.

-Mamá, ahora andá a descansar del viaje, ya tendrás tiempo de que te las lleve.

Vamos a casa, y lo primero que vemos al abrir la puerta, es el living todo cubierto de plumas. La vista ofrecía un ineluctable aire de tragedia.

La puerta que comunicaba con la cocina, abierta.

Al entrar, más plumas, y la jaula en el suelo. Sólo eso.

Puky, ajeno a todo, como diciendo: "yo no fui", dormía a pata suelta en un sillón del living. Yo diría que con una inocente sonrisa satisfecha...

-Bueno, ¿y ahora qué hacemos?

Largas deliberaciones. Por fin, como era domingo y había tiempo, decidimos ir a la feria de los pájaros en Pompeya y comprar dos reemplazos. Yo ni me acordaba los colores. Por suerte mi señora sí.

Y sí, conseguimos algo bastante parecido, que al día siguiente entregamos a mi suegra.

Pero al otro día nos llama por teléfono

-¿Sabés que las cotorritas ya no vienen a darme besitos cuando les doy de comer, como antes? Parece que no fueran las mismas. O a lo mejor es que me extrañaron mucho y se olvidaron de mí.

-Debe ser eso, mamá, no te preocupes.

Años después vi por Discovery o Animal Planet un documental sobre animales domésticos que mostraba cómo un gato saltaba hasta el picaporte, apoyaba las dos patas al caer, y abría la puerta. Claro, sólo por curiosidad, porque no hay nada que ponga más nervioso a un gato que una puerta cerrada.

Era un siamés, por supuesto.

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miércoles, abril 18, 2007

Curiosidades


El líquido interior de los cocos jóvenes puede usarse como substituto del plasma sanguíneo.
Un pedazo de papel no puede ser doblado más de siete veces
Usted gasta más calorías durmiendo que las que gasta mirando televisión.
El roble no produce bellotas hasta que tiene 50 años de vida.
El primer producto en tener un código de barra fueron los chicles Wrigley's.
El rey de corazones es el único rey de la baraja que no tiene bigote.
American Airlines economizó $ 40.000 en 1987 suprimiendo 1 aceituna en cada ensalada servida en primera clase.
Venus es el único planeta que gira en sentido contrario a las agujas del reloj. (Puesto que Venus está asociado normalmente con las mujeres, ¿esto no le dice algo?).
Las manzanas, y no la cafeína, son más eficientes para despertarlo por la mañana.
La mayoría de las partículas de polvo de su casa están formadas por células muertas de la piel.
El primer dueño de la compañía Marlboro murió de cáncer de pulmón. Igualmente el primer "Hombre Marlboro"
Walt Disney tenía miedo a los ratones.
Las perlas se disuelven en vinagre.
Las tres marcas más valiosas en la tierra son, en este orden: Marlboro, Coca Cola y Budweiser.
Es posible llevar a una vaca escaleras arriba, pero no hacia abajo.
El graznido de un pato no produce eco, y nadie sabe porqué.
Los dentistas recomiendan que se mantenga los cepillos de diente al menos dos metros alejados del toilet, para prevenir partículas aéreas resultantes de la descarga del inodoro (ahora mantengo mi cepillo en el living).

Alguna vez se puso a pensar...
¿Quién fue la primera persona que miró una vaca y dijo: "pienso que apretaré esas cosas rosadas que cuelgan, y me tomaré lo que salga?
¿Quién fue la primera persona que dijo: "Ven esas gallinas ahí... me comeré la primera cosa que salga de ellas."
¿Porqué hay una luz en la heladera y no en el freezer?
¿Porqué los obstetras, ginecólogos, abandonan el consultorio cuando ustedes se desvisten, si de todos modos luego van a mirarlo todo?
¿Porqué Goofy se mantiene erecto, en tanto que Pluto descansa sobre sus cuatro patas? ¿No son perros los dos?
¿Pueden los ciegos ver sus sueños? ¿Sueñan?
La gente analfabeta, ¿saca el mismo provecho que nosotros de la sopa de letras?
¿Se dio cuenta de que si usted le sopla en la cara a un perro se vuelve loco, pero cuando lo llevamos a pasear en el auto saca la cabeza por la ventanilla?
¿Qué apretemos repetidas veces el botón del ascensor hace que llegue más rápido?
Y en primer lugar, ¿se preguntó alguna vez quién le dio la dirección de este blog?

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martes, abril 17, 2007

Los malditos comics


La etapa siguiente era en Rivadavia, en la esquina de los bancos, sobre las escalinatas del Banco Provincia, donde Pirula instalaba su kiosco de revistas después de las tres, cuando cerraba el banco. Como Pirula tenía su verdadero kiosco enfrente, que era más grande y donde vendía también cigarrillos y golosinas, éste estaba a cargo de un muchacho que, ¡oh delicia! resulta que era mi primo el Chun.

El Chun, mayor que yo, cuidaba de dos cosas: de que mi prolongada presencia no le hinchara muchos las bolas a Pirula, que de tanto en tanto rondaba vigilando el negocio, y de que no se armara la bronca con mi vieja con mis estadas demasiado prolongadas. El kiosco en cuestión, con las revistas desparramadas a todo lo largo de la amplia escalera de mármol negro, ejercía sobre mí un atractivo tan grande como al del gordo José frente al colegio.

Había días en que la actividad literaria era intensísima, porque salían dos o tres revistas. Otros, en cambio, eran bien magros, como el miércoles y el viernes. Eso me permitía hacer una distribución equilibrada del material y dejar algunas para el día siguiente. Pero a veces la cosa se me complicaba: Pirula vendía todo su stock en el día, y quedaba sin enterarme cómo continuaban las diferentes aventuras hasta la otra semana, en que las proseguía pero con importantes baches que no siempre conseguía llenar.

A veces los llenaba preguntando a los que las compraban, lujo que por supuesto estaba fuera de mi alcance, pero los relatos eran siempre fragmentarios, o dejaban de lado cosas que en el número siguiente aparecían siendo esenciales. Eso determinaba por lo general una gran angurria, y una necesidad de devorarlo todo en el momento, que a veces se agravaba con el intenso suspenso de los episodios.

Como esta tarde del martes, en que se acumulan el Titbits y El Gorrión, que tienen el problema de que el primero es todo escrito, y el segundo, mitad dibujos, y mitad escrito. A pesar de que leo apresurado, comiéndome todas las partes en que el héroe se pone baboso y empieza a hablar pavadas con la mina en lugar de empezar a las trompadas o a los tiros con todos los malos, que es en realidad su trabajo, igual me doy cuenta de que estoy tardando más de la cuenta.

En el reloj del Banco son las cinco, así que todavía tengo para un ratito más. El umbral son las cinco y media, en que la vieja empieza ya a pensar cosas raras. Un indicio es siempre la luz del sol. Generalmente, cuando ya no queda luz para seguir leyendo, es que hay que rajar a casa a tomar la leche y escuchar los rezongos de la vieja por la demora. Así que le meto con la última, que es de una escuadrilla de aviones norteamericanos buenitas que derriban perversos aviones alemanes, y echo otra mirada al reloj, que sigue clavado en las cinco.

¡Reloj de mierda, estaba parado! Pero todavía hay luz, así que le sigo dando a ver si la puedo dejar terminada hoy. Justo cuando le pegan un balazo de ametralladora al copiloto del muchacho, me levantan de una regia patada en el culo, y advierto la siniestra presencia del turro de mi hermano que me dice:

-Pelotudo de mierda, ¿no sabés que son las siete de la tarde? Caminá corriendo a casa que la vieja está medio loca.

Y así vamos, yo adelante y él atrás, yo apurando el paso y medio escondiendo el culo, no sea cosa de que se le ocurra insistir a traición, y él caminando con más dignidad aunque manteniéndose lo suficientemente cerca como para seguir siendo una amenaza.

Y pienso con bronca que después de todo, la culpa de todo la tiene él, que se hizo echar de la casa de publicidad donde trabajaba, y de donde me traía todos los días todas las revistas que salían y que se las regalaban. Está bien que era el cadete y que le quedaba en el centro y tenía que viajar todos los días una hora para ir y otra para volver, pero iba de traje. Ahora en cambio trabaja en una fábrica, y va en bicicleta y el traje se lo pone nada más que para ver a la novia. Que se joda.

Pero yo también me voy a joder, porque cuando llegue a casa me voy a tener que aguantar encima a la vieja. Y la vieja no es como el Beto, que se conforma con sus herramientas anatómicas. La vieja tira con lo que tiene a mano. Una vez que no le quise cebar mates porque estaba escuchando el episodio de la radio, me tiró con la tijera que tenía en la mano y la muy hija de puta me le dejó clavada justo en la rodilla. Bien que se arrepintió después, cuando me pasé todo un día sin hablarle y me andaba con zalamerías y me hizo un flan y todo.

Pero después se olvida, cuando yo me ablando y dejo de tratarla de usted, y entonces a la primera, vuelta a tirarme con todo.¿Pero cómo carajo se hicieron las siete? Si nunca me pasa... A lo sumo la vez que más me quedé fueron las seis, y ya era de noche y tuve que correr las cuatro cuadras desde el Banco hasta casa y cuando llegué la vieja estaba en la puerta con un palo, y ya había ido hasta la casa de Amanda, la vieja del Coco, y ésta le había dicho que el Coco hacía casi dos horas que había llegado, y estaba desesperada.

Sí, muy desesperada, pero bien que me rompió el palo en la cabeza y me quedó un chichón que me duró dos días, aunque después me puso una moneda de cobre para que se me bajara pero no se me bajó.

Así que llego a casa y ahí está, parada en la puerta con las manos en la espalda, señal de que oculta el palo de escoba. Como la puerta deja justo el lugar para los dos, del primer palazo no me salva nadie, así que a apechugarla.

-Muy bonito, el señor entretenido por ahí con los vagos de sus amigos, sin pensar para nada en su pobre madre, que está aquí sola y desesperada, pensando en lo que le habrá pasado- dice, sacando a relucir el palo y tirándomelo a la cabeza.

Alcancé a cubrirme con los brazos y no sé si salí ganando, porque después me salió flor de moretón y estuve dos días con el brazo duro.

Esa es la vieja, siempre sacándole el jugo a su condición de mujer desamparada, siempre chantajeando a medio mundo con el cuento de la soledad y la desprotección.

¿O acaso no sabe que me quedo leyendo las revistas en lo del Chun? Qué tanto jaleo porque vengo dos horas más tarde, para qué quiere que esté acá antes, para cebarle mate hora tras hora, interminablemente, valiéndome de todos los trucos para que la termine de una vez, sirviéndoselos fríos, lavados, para que se canse y me diga basta, pero ella no, sigue dale que dale chupando y chupando, interminablemente.

-¡Ah, no!, pero el niño no, qué se va a preocupar. Aquí está su pobre madre, pensando que lo puede haber pisado un auto, o que lo pueden haber secuestrado, con tanto delincuente suelto que andan por ahí, pero él como si tal cosa, leyendo esas malditas revistas en ese quiosco de mierda que ojalá se incendiara o lo metieran preso a ese Pirula, que además levanta quiniela.

Así son las madres, qué le vamos a hacer: las pobres quieren tanto a sus hijos...

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lunes, abril 16, 2007

La jitanjáfora y el nonsense.

En busca de la poesía pura (tema en el que sigo trabajando) encontré esta variante, la jitanjáfora, con palabras o frases sin sentido, en procura de la pura musicalidad.
Me pareció un terreno poco conocido e interesante.
Hay la jitanjáfora culta, creada por poetas que cultivan el género:
Por el verde, verde
Verdería de verde mar
Erre con erre,
Viernes vírgula, virgen
Enano verde
Verdularia cantárida
Erre con erre.
Verdor y verdín
Verdumbre y verdura
Verde doble verde
De col y lechuga
Erre con erre
En mi verde limón
Pájara verde.
Por el verde, verde
Verdehalago húmedo
Extiéndome. Extiéndete
Vengo de Mundodolido
Y en Verdehalago me estoy.

Mariano Brull

Filiflama alabe cundre
Ala olalúnea alífera
Alveolea jitanjáfora
Liris salumba salífera.
Olivia oleo olorife
Alalai cánfora sandra
Milingítara girófora
Zumbra ulalindre calandra
Mariano Brull
Pero la jitanjáfora pura es de origen popular, y la mayoría de las veces, infantil:
Cro cro-cro cantaba la rana,
o
Zun zun-zun cantaba la rana

Equivalentes al brasileño:
O sapo curú
Na beira do río

O la traducción que hacemos de lo que hablan los pájaros:
Teru-teru, para el tero
Bichofeo, para el venteveo,
que los brasileños oyen como
Bem-te-vi
El gallo: Quiquiriqui, en español
Cocoricó, en francés
Kickeriki, en alemán
Cock-a-doodle-doo, en inglés (como consta en La Tempestad)

Las series aritméticas, usadas para juegos, ejercicios de dicción o retención:
Una, la luna; dos, el sol
La gallina papujada
Una niña - muy bonita
En francés:
Une poule-sur un mur

Otras cuentan a los compañeros de juego, o escogen a uno:
Mi padre, mi madre,
me dicen que en ésta
Tin-marín, de-do-pingüé
De una, de dola, de tela canela
Unillo, dosillo, tresillo, cuartana,
olor a manzana.
Una, dona, trena, catena
Una, doli, truá
Lori, bilori
Pin, pin, serafín
En inglés:
Eeny, meeny, miny, mo
Y en francés:
Am, stra, gram
Pic e pic et colegram
Bour et bour et ratatam

O los destrabalenguas:
El arzobispo de Constantinopla
Triple trapecio de tripa
Allá se lo haya el aya si no halla al niño debajo del haya

O la que cita Marechal para cantar la flor en el truco:
Por el río Paraná
Viene navegando un piojo
Con un lunar en el ojo
Y una flor en el ojal.

O el cantar gaucho:
Tafetán amarillo
Y arroz con leche
La cabeza me duele
De ser tu amante

Las estrofas bobas:
Mas te valiera estar duermes
o
El sol sale de día
La luna sale de noche
Cuatro ruedas tiene un coche
Con mucha melancolía

Allá viene la trompa de Eustaquio
Con su vestido gris perla
Esperando audiencia
Sin sentir ningún placer
Manuel José Othón
Oye amigo remolón
Tu no sabes el cajón
Que llevo dentro del alma
Que cual carpintero ensalma
Las tablas con el martillo,
Y el amor, que ya cepillo
Max Enríquz Ureña
O ésta perteneciente al folklore mejicano:
Ayer saliste de misa
Te saludé deferente
Pude ver por tu sonrisa
Que había frijol en tu diente
Anónimo
O el canto de una murga gaditana:
Garibaldi chupaesponja
Cara de perro de presa
Es más feo que Tarquino
De los pies a la cabeza
Luego decía dompépe, dompépe, dompépe
Y a la Casa de Socorro
La llevó inmediatamente
Cómo me duele el vientre, vientre, vientre
Cuando el médico lo vio se asustó recetó
Un tonel de Carabaña pa que diera un reventón

Y el coro de una zarzuela de Eusebio Blasco:
suripanta-la-suripanta
maca-trunqui-de somatén
sun faribum-sun faribén,
maca-trúpitem-sangásinén
Eri-sunqui¡maca-trunqui
!Suripantén...¡suripén!
Suripanta-la-suripante,
Melitónimen-¡son-pen!

O éstas en inglés de Lewis Carrol:
Eating apples and pears,
That imprudent Old person of Chili
There was an Old Man of Peru
Who never knew what he should do;
So he tore off his hair,
And behaved like a bear
That intrinsec Old Man of Peru

O las quintillas disparatadas de Tomás de Iriarte:
En la Historia de Mariana,
Refiere Virgilio un cuento
De una ninfa de Diana
Que, por ser mala cristiana,
Fue metida en un convento
Salió Scipión el Africano
A impugnar esta opinión,
Publicando en castellano
Una gran disertación
Sobre el Caballo Troyano

O éste, del siglo XVIII, recogido por Martín Sarmiento:
Anoche de madrugada
Ya después de mediodía
Vi venir en romería
Una nube muy cargada
No después de mucho rato
Vi venir un orinal
Puesto de pontifical
Como tres en un zapato
Y allí vi venir un gato
Cargado de verdolagas
Y al "Parce mihi" sin bragas
Caballero en un gran pato
Por hacer más aparato

O la copla popular:
Sombra le pedí a una fuente
Agua le pedí a un olivo;
Que me han dejado tus quereres
Que no sé lo que me digo

O ésta de Manuel Palacio:
Para hacer desatinos,
No hay como los gallegos y los chinos

A veces el efecto jitanjafórico resulta del mero cambio de acento:
Pisaré yo el polvico
Atán menudico
Pisaré yo el polvó
Atán menudó.

O un equivalente brasileño
Sapateo no chao
Levanta a poeira
Sem pena e sem do-o-or
Que a poeira é a gente
Que sapateó
Até virá pó-o-o-o.
(Zapateo en el suelo
Levanta el polvo
Sin pena y sin dolor
Que el polvo es la gente
Que zapateó
Hasta convertirse en polvó.)

Y estas dos de Góngora:
El Conde mi señor se va a Nápoles
Con el gran Duque. Príncipes: a Dío
De acémilas de haya no me fío
Fanales sean o sus ojos o faroles.
Y esta:
El Duque mi señor se fue a Francia
Y tú musa, a la tuya o a su estancia
Impertinente alhaja fuera en Francia
Pues tiene por provincia a Picardía

Y para terninar, esta gran creación de Chaplin, imitando al italiano, que canta en Tiempos Modernos:
La spinach or la tuko
Gigeretto toto torlo
E rusho spagaletto
Je le tu le tu le twaa
La der la ser pawnbroker
Lusern seprer how mucher
E ses confees a potcha
Ponka walla ponka waa
Señora ce le tima
Voulez-vous le taximetre
Le jonta tu la zita
Je le tu le tu le twaa

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sábado, abril 14, 2007

Otro Crab inédito (y sin registrar, ¡atención plagiarios!)

La lectura del desolador diario del Che, me inspiró, hace años, este relato.

La travesía

Poco a poco los iban cercando. Habían llegado hasta ahí, a lo que en su momento pareció seguro refugio, luego de transitar desiertas distancias bajo el ardiente sol, de atravesar ríos, trepar montañas y cruzar montes ásperos y salvajes, atormentados alternativamente primero, simultáneamente ahora, por la sed, el hambre, la fatiga, los insectos, las alimañas. Y el miedo, ese miedo que los había hecho huir y huir...

Perseguidos, siempre perseguidos. A veces tan cerca que les parecía sentir el aliento de los perros echándoseles encima. Otras veces, ganándole al cansancio, aprovechando el descanso de sus perseguidores, parecían ganar distancias y perderlos de vista. ¿O era un engaño? Tal vez ese avance lento y costoso en la noche era recuperado durante el día por los otros. Tal vez, de otros lugares, avisados, otros perseguidores salían a su paso, frescos, descansados, en reemplazo de los del día anterior...

Sin tiempo para pensar en nada que no fuera huir, su vida se había reducido tan solo a esa larga fuga, que parecía que nunca tendría fin... Pero que ya comenzaba a entreverse a través de signos. Esa firme unidad, ese espíritu solidario que los animaba al principio, comenzaba a resquebrajarse. Las penurias se insertaban en sus cuerpos, pero también en sus ánimos. Ya no eran tan amigos, y hasta se diría que habían comenzado a ser un poco enemigos. Ya las órdenes no eran obedecidas con tanta presteza, y hasta en algún caso eran cuestionadas, lo que, sin duda, resentía la seguridad del grupo. Las bajas, por fin, los habían ido reduciendo. La fatiga, los nervios exacerbados, les hacían tomar decisiones equivocadas, acaso fatales. Acortar camino con un salto riesgoso, o cruzando un río cuya profundidad desconocían, suponía en casos, dado su desfallecimiento, la pérdida de alguno de los integrantes del grupo.

En principio, ello significó una especie de selección natural, de la que sobrevivieron los más aptos. Los más debilitados, los más entregados, habían ido quedando. Pero ahora las aptitudes estaban niveladas, y del peor modo: hacia abajo. Ahora cualquiera podía sucumbir, pues todos estaban igualmente estragados.

Los parajes que atravesaban, a la vez, habían también cambiado su naturaleza originaria, convirtiéndose en desconocidos, extraños, se diría hostiles. El avance se hacía a través de indecisiones, de tanteos, de largos rodeos, de avances y retrocesos.

Hacía tiempo habían cruzado el último río, sin saberlo, internándose en una selva que se iba haciendo cada vez más densa. El agua, hasta hace unos días elemento natural con el que tropezaban varias veces en la jornada, era ahora un extraño fenómeno casi olvidado. El espeso follaje, impenetrable sobre sus cabezas, impedía ver el sol, que sólo se adivinaba a través de difusos destellos que apenas y sólo por veces les permitían distinguir el día de la noche.

Todo se iba tornando misterioso, desconocido. La última señal de estar en un mundo real, la vida, había también desaparecido. El mundo multicolor y bullicioso de la selva, había ido perdiendo sus colores y sus voces. El graznido de las aves, el incesante parloteo de los monos, se había ido diluyendo con el paso de los días. Al principio fue gradual. Se siguieron oyendo aquí y allá, hacia adelante y hacia atrás. Luego pareció que los habían dejado definitivamente a sus espaldas: se fueron oyendo más y más lejanos, hasta que por fin cesaron del todo. Con la luz, había desaparecido el sonido. Incluso el de sus voces. El lenguaje se había hecho escueto y descarnado, limitándose a unos pocos nombres y algunos verbos. Luego, asustados por el opresivo silencio, callaron del todo. Los gestos reemplazaron a la voz.

La penumbra, el silencio, el cansancio, el hambre, la sed, el miedo. Todo se hacía cada vez más irreal, como en un sueño. Sus confusas percepciones mezclaban realidad y recuerdos. A veces les parecía ver a sus compañeros desaparecidos. Sin fuerzas para hablarles, los dejaban desvanecerse, sin llegar a saber si habían sido reales o no. Otras veces, se diluían los que estaban todavía vivos. Todo el grupo se convertía así en una pesadilla o, quizás no tanto, meramente en un sueño cuyos límites rozaban la verdad o la locura.

Poco a poco perdieron el sentido de esa huida. Quedaba tan solo la inercia del remoto impulso inicial, que los hacía moverse aún, pero desgajado de la voluntad que lo había iniciado. Ya no recordaban quiénes eran, qué habían dejado atrás, el contexto en el cual sus existencias estaban insertas. Sus recuerdos eran fragmentarios, dispersos, incoherentes, Incluso por veces confundían su situación: ya no sabían si eran perseguidores o perseguidos.

De tiempo en tiempo, cada vez más espaciados, pero cada vez más seguros, sonaban presagios. Se miraban, comprensivos. Leves destellos que les traían la realidad de su situación. Luego, tornaban otra vez a sus más confortantes fantasías, en que el sueño y la realidad estaban tan mezclados que ya no podían distinguirlos.

Entonces, confusamente, entrevieron el por qué de tantos afanes. Supieron que toda huida era ya imposible. Que durante todo el tiempo estuvieron tratando de esquivar algo de todos modos inevitable. Y al saberlo se sintieron aliviados.

Juntando lo que quedaba de sus fuerzas, se prepararon ansiosos y resignados para la lucha final.

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viernes, abril 13, 2007

Sobre citas, reminiscencias, hipertextualidad y plagios (¡No afanen, muchachos!)


En estos últimos dos años, sendos ganadores de concursos literarios argentinos fueron objeto de merecido escarnio, por haber plagiado en sus novelas premiadas libros de otros autores.

Es curioso que en ambos casos, no fueron los miembros del jurado -gente pretendidamente culta- quienes advirtieron el plagio, sino lectores que conocían los originales y denunciaron la indebida apropiación.

Si uno ha leído mucho -como es el caso generalmente de la gente que se larga a escribir- es posible que ciertas situaciones o conflictos le queden tintineando durante un tiempo, e inconscientemente pueda repetir al escribir ciertas frases, ciertas formas, ciertos estilos. En un tiempo, en mi adolescencia, fui Kakfa puro, Faulkner puro, Proust puro.

Un cuento que escribí tenía un final sacado de Sillotoe, lo cual era intencional, y como no había idea de publicarlo, no era delictuoso. MM, a quien se lo di a leer, me señaló rápida la substracción y no tuve más remedio que darle otro final.

La cuestión es que, sea por admiración al autor homenajeado, o simplemente porque siente que no puede superar esa idea, y apuesta a que el lector no haya leído al autor, la gente plagia. Es, sin duda también, una forma de demostrar su baja autoestima, ya que prefiere lo que escribió otro a lo que es capaz de escribir él mismo.

Después de todo no hay tantos temas, y siempre es más fácil recurrir a lo ya instalado.

Esto es común también en materia de autores de canciones populares y de música en general, donde a veces, si no se abusa, pasa más inadvertido.

Aquí Canaro, conocido compositor de tangos, era famoso porque iban autores desconocidos a llevarle sus tangos, él les decía: "déjenmelo que lo voy a ver", y si le gustaba lo registraba a su nombre, en una época en que los registros de autores no estaban todavía muy vigentes, y la gente confiaba más en el otro. Hoy no sucedería.

Siguiendo en el orden nacional, siempre desconfíe de que un tipo tan vulgar como Palito Ortega fuere capaz de componer una melodía tan rica y una letra tan poética como la de Sabor a ti. Pero si él lo dice...

Veamos ahora un poco las letras, y esta curiosa semejanza entre un tango de Cadícamo y un poema de Baudelaire.

Baudelaire:

Sois sage, ó ma Douler, et tiens plus tranquille. (Sé sabio, mi dolor, y quédate tranquilo)

Y Cadícamo:

¡Araca, corazón, callate un poco!

Por fin una curiosa coincidencia ahora entre dos compositores, uno francés, otro porteño.

El francés, el conocido músico y poeta George Brassens, dice al término de su canción Le parapluie (El paraguas):

Et tu es partie gaimente vers mon oubli. (y partiste alegremente hacia mi olvido).

Y Cadícamo, en Los mareados:

Hoy vas a entrar en mi pasado...

Especilistas en esto son los yanquis, que hasta se burlan de sí mismos, como si fuera gracioso. En Leven anclas, con Sinatra y Gene Kelly, José Iturbe está tocando un concierto de Tchaikowski en el Hollywood Bowl, aparece Sinatra y se pone a cantarlo. Iturbi le pregunta:

-¿Le gusta Tchaikowski?

-¿Tch.. qué? -contesta Sinatria.

-Tchaikowski, el autor de este tema.

-No -dice asombrado Sinatra- es de Rodgers & Hammerstein.

Al pobre Charles Trenet, el cine norteamericano le ha plagiado al infinito dos de sus más famosos temas, La mer y Que reste t'il de nos amours?, cambiando el título y sin por supuesto mencionar jamás su nombre.

Armstrong fue el primer yanqui en tocar La cumparsita, con el título de Kisses of fire

Vamos un poco a la literatura. Leyendo un libro de poesías de Drummond de Andrade (1902-1987), me encontré un par de curiosas coincidencias. Una favor y otra en contra.

Su poema Cançao amiga (Canción amiga) termina así:

Eu preparo uma cançao

Que faça acordar os homens

E adormecer as crianças.

(Preparo una canción

que despierte a los hombres

y haga dormir a los niños)

Chico Buarque compone posteriormente una canción que dice:

Quiero cantar una canción

Que despierte a los hombres

y haga dormir a los niños.

Y no puede pretextarse que Chico Buarque (1944-), compositor muy culto, hijo de un famoso historiador y filólogo, Sergio Buarque de Holanda (1902-1987), que escribió el primer diccionario filológico portugés, ignorara el poema de Drummond.

En un texto, uno salvaría el honor poniendo la frase entre comillas, o diciendo en nota al pie de dónde la tomó. Pero cuando uno canta no puede poner comillas.

Pero en otro poema, Canto ao homen do povo Charlie Chaplin, es ahora Drummond quien roba:

Eis o tenebroso, o viúvo, o inconsolado.

(Eres el tenebroso, el viudo, el inconsolado) (sin comillas, bastardillas ni ninguna otra aclaración).

Veamos ahora el bellísimo poema de Gerard de Nerval:

Je suis le ténébreux, -le veuf-, l'inconsolé,

Le prince d'Aquitaine a la tour abolie

Ma seule étoile est morte, et mon luth constellé

Porte le soleile noir de la Melancolie...

(Soy el tenebroso, -el viudo- inconsolado,

Príncipe de Aquitania con su torre abolida;

Mi sola estrella ha muerto, mi laúd constelado

Ostenta el negro sol de la melancolía...)

Quiero señalar que no me dedico a esto, que son unas pocas casualidades que he encontrado al azar de mis lecturas u oyendo música.

No quiero pensar lo que encontraríamos si nos dedicáramos a esto...

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